19 de marzo de 2024

Críticas: Phoenix

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La reconstrucción.

Si en su anterior película, Barbara, Petzold regresaba al contexto socio-político de la guerra fría en la Alemania de los años 70, para contar la tortura psicológica personal de una doctora obligada a ejercer su profesión en el entorno más hostil posible, con Phoenix retrocede tres décadas más para situarnos en el Berlín acabado de liberar del yugo nazi por los aliados. Un Berlín tratando de recomponerse desde los escombros dejados por los bombardeos, y desde la ruina social y moral que el paso del nacionalsocialismo dejara en un país que ya venía tocado después de su fracaso en la primera guerra mundial. Esa reconstrucción de las distintas heridas sufridas por Alemania, Petzold la vuelve a reflejar en los contextos íntimos de sus  personajes. No sólo la protagonista, Nelly, reconstruye su cara desfigurada tras su paso por un campo de concentración para poder retomar su vida y su matrimonio desde el punto en el que se quedó cuando fue detenida. A su alrededor el resto de personajes tratan de avanzar por medio también del restablecimiento artificial de lo que una vez quedó completamente destruido y que ahora es fundamental para seguir adelante. Un marido que trata de resucitar en una extraña a su mujer muerta para conseguir lo único que ansiaba de ella; una amiga cuyo máximo deseo es ayudar a la recuperación de la tierra prometida de Israel por parte de los judíos supervivientes del holocausto; y un grupo de artistas empeñados en aportar luz a una sociedad apagada a través de un club llamado precisamente Phoenix.

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No oculta Petzold la influencia del cine de Alfred Hitchcock, tanto en las evidentes referencias a El hombre que sabía demasiado o, sobre todo, a Vértigo, como en la manera en la que alimenta el suspense a partir del mismo momento en el que comienza la película. Desde el prólogo en el que vemos a un soldado norteamericano apiadarse al ver un rostro que nosotros no vemos nunca, el director alemán utiliza las miradas de los personajes como explicación de lo que no nos muestra. Son las reacciones de éstos ante lo oculto en la pantalla las que nos hacen entender la magnitud de lo que ocurre fuera de campo y las que encaminan el drama inicial hacia un thriller que profundiza en la psicología de una sociedad compuesta por víctimas, supervivientes, verdugos y traidores, que ocultan su propia vergüenza bajo capas de negación o de desafección (cuando no, bajo maquillaje y tinte) pero que a los ojos de los demás no son capaces de encubrir lo que tapan. También la iluminación y la fotografía aumentan esa sensación de farsa que envuelve a los personajes encerrados en su red de mentiras, con la utilización de las sombras para ocultar los sentimientos que bajo la luz de una bombilla son manifiestamente perceptibles, y del color rojo como el intento de ese paso hacia la reconstrucción física y mental de la protagonista y de los habitantes del Berlín derruido.

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Sí, Phoenix habla de nuevo de las consecuencias del nazismo en Alemania. Sí, vuelve a contarnos los horrores del genocidio contra los judíos en los campos de exterminio, y vuelve también a ese mutismo del pueblo alemán con el que paliar, o más bien encerrar, su sentimiento de culpabilidad por la pasividad con la que reaccionaron ante lo que en ellos ocurrió. Habla de todo ello sin la sordidez propia de tales atrocidades sino que, al igual que sus personajes disfrazan su identidad y sus intenciones, el director las envuelve con un melodrama que inevitablemente acaba por ceder ante la presión de las miserias que subyacen bajo la máscara que las oculta. La voz de Nina Hoss y la mirada de Ronald Zehrfeld se empañan mutuamente en un final contundente con el que Petzold elude cualquier atisbo de sobre explicación previsible e innecesaria, y con el que cierra la película de una manera contenida, resignada y desoladora que nos deja irremediablemente tocados y hundidos.

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