Memorias de Guinea Ecuatorial.
Quien mucho abarca, poco aprieta. El conocido refrán podría resumir perfectamente los resultados artísticos de Palmeras en la nieve, la adaptación cinematográfica del best seller de Luz Gabás que ha dirigido Fernando González Molina.
El largometraje del realizador navarro, responsable de las versiones para el cine de grandes éxitos literarios como Tres metros sobre el cielo y Tengo ganas de ti, incurre en un error muy común: ser una traslación a la gran pantalla más o menos fiel al libro que parece contentarse con resumirlo sin desarrollar correctamente sus tramas. Quizá el propósito de los responsables del film y, especialmente, de Sergio G. Sánchez, su guionista, era ofrecer una ilustración lo más fiel posible del texto original, aunque parecen haber errado en la mejor forma de hacerlo. A tenor de las diferentes historias que entrelaza la cinta y el gran número de páginas del volumen de Gabás, lo más adecuado hubiera sido optar por una serie de televisión al estilo de El tiempo entre costuras, que tomaba como base la novela homónima de María Dueñas.
Sin demasiada fortuna y escasa profundidad, la película combina el romance prohibido entre un joven blanco nacido en la antigua isla de Fernando Poo y una aborigen durante la etapa colonial de Guinea Ecuatorial con otra historia de amor imposible entre el hermano del chico y una mujer de origen español que trabaja en una tienda del país africano. A todo ello hay que añadir una crítica algo obvia a la ocupación hispana y una trama, ambientada décadas después de las dos anteriores, que sigue los pasos de una pariente de los dos hombres que decide investigar el pasado de su familia.
Con estos materiales, González Molina podría haber construido un bonito melodrama de formas clásicas en la senda de Memorias de África o El paciente inglés, pero solamente ofrece un precipitado culebrón que nunca alcanza la intensidad emocional que pretende. Por otro lado, aparte de la escasa profundidad con la que se tratan los diversos asuntos que aborda el filme, el largometraje está contado de manera confusa por culpa, en gran medida, de un libreto y un montaje inadecuados.
Tampoco ayuda demasiado a elevar el nivel general la mala dirección de actores de González Molina. Mario Casas, intérprete que sorprendió con sus trabajos cómicos en Las brujas de Zugarramurdi y Mi gran noche, nunca logra hacer creíble a ese hombre fascinado por Guinea Ecuatorial y por una de sus mujeres. La estrella del cine español se muestra sumamente inexpresivo y acusa serios problemas de dicción, que hacen prácticamente inaudibles algunos de sus diálogos. Igualmente ineficaz es el trabajo de la bella Berta Vázquez como su particular objeto de deseo. Ni siquiera veteranos como el gran Emilio Gutiérrez Caba o Celso Bugallo consiguen brillar. No obstante, sería injusto no mencionar los esfuerzos de Macarena García, luminosa en el papel esa mujer que decide reprimir su amor para seguir las convenciones sociales, o Adriana Ugarte por inyectar algo de pasión a una cinta carente de verdadera emoción.
El realizador pretende disimular sus carencias dramáticas con un uso excesivo de la hermosa banda sonora de Lucas Vidal, la adecuada dirección artística y una fotografía que atrapa la belleza del paisaje africano. Sin embargo, nada de ello logra enmascarar el que puede considerarse como uno de los fiascos del cine español del año 2015.