25 de abril de 2024

Festival de Cine Alemán 2016: Crónica 2

Refugio

Una de cal y otra de arena.

En este segundo día abríamos fuego con Refugio (Freistatt, 2015) de Marc Brummund y su debut en el largometraje. A priori la historia nos parecía muy interesante ya que la película está basada en los hechos reales que ocurrieron en un internado de educación cristiana en la Alemania federal y contaba con el atractivo de estar rodada en las localizaciones originales.

Ya desde el principio llama poderosamente la atención el exceso de filtros utilizados para hacernos creer que estamos en la Alemania de mediados de 1968. Los colores y texturas se hacen tan patentes en la pantalla, que provocan que desvíes la atención de lo que su director nos quiere contar. Poco importa que el protagonista, un adolescente llamado Wolfgang al que su padrastro odia porque siente celos de la relación que tiene con su madre (el odio es mutuo entre ambos), se vea abocado por deseo de éste a ir a un internado donde lo “enderezarán”. Poco importa que su madre transija y vea a su hijo como un estorbo en su relación con su  nuevo marido. Poco importa que al llegar al internado empiece a privarse al muchacho de todo lo que le hace quien es (su ropa, sus objetos personales, su pelo…) y comience su camino al infierno más que a la redención.

Se obliga a los chicos internados allí a trabajar en un campo de turba. Es un campo de trabajos forzados en el que trabajan de sol a sol. Curiosamente no hay adoctrinamiento cristiano como tal, más allá de que a los cuidadores del centro se les llama “hermanos” y alguna frase suelta pronunciada por el director, que se pasea a caballo por el campo de turba como si se tratara de su cortijo y los chicos internados fueran sus esclavos. Se nos muestran las vejaciones a las que son sometidos y los abusos de los más fuertes sobre los débiles en la convivencia diaria. Además se les priva de noticias de sus familias para que tengan esa sensación de abandono de  los suyos y puedan ser domados más fácilmente. Se trata de ir doblegando poco a poco al individuo y despojarle de todo aquello que le hace humano.

No obstante, Wolfgang no se rinde y en uno de sus actos de rebeldía suprema, consigue que sus compañeros le respeten y se gana su confianza. Por un momento parece que nos tomaremos un respiro pero tiene lugar un incidente que provoca que nuestro protagonista sufra un terrorífico castigo a manos de uno de los “hermanos” y un compañero de internamiento y sea salvado in extremis por el director del centro. Esto hace que Wolfgang definitivamente se quiebre y dos años después de su llegada al internado parezca un autómata, listo para servir a sus amos. Al final, está listo para abandonar el centro cuando su padrastro muere y su  madre ahora está preparada para recuperarle. Lo que le espera a la salida, su estado psicológico y sus reacciones son una incógnita que deberéis despejar al ver la película.

Los personajes están bien construidos  pero todo resulta frío, irreal y poco conmovedor (salvo por un par de momentos puntuales) ya que la historia nos parece que se ve devorada por el “lucimiento técnico” al que nos somete el director con sus flares a diestro y siniestro (es posible que sea un gran fan de J.J. Abrams) y su empeño en demostrarnos su dominio de la técnica cinematográfica. Una pena que algo que, en principio nos prometía tanto, se haya quedado a mitad de camino.

Ha vuelto
Ha vuelto

No obstante, la segunda del día nos dio una grata sorpresa. “Mi problema es que ya la gente no me saluda correctamente”. Esto es lo que le dice un preocupado Adolf Hitler a un maestro de modales y miembro del club de etiqueta, al inicio de la película.  Pero, ¿Sería este el mayor de los problemas de Hitler si “volviese de entre los muertos”? ¿Qué pasaría si Adolf Hitler apareciese en nuestro tiempo? ¿Cómo reaccionaría él? ¿Y nosotros? Todo esto es lo que cuenta la, por momentos hilarante, Ha vuelto (Er ist wieder da, 2015) de David Wnendt. Esta es la segunda adaptación de una novela que realiza Wnendt para la gran pantalla, lo que ya hizo con su anterior película Zonas húmedas (2013), en la que adaptaba una novela de Charlotte Roche. En esta ocasión el argumento se basa en la novela homónima de Timur Vermes, superventas en su país y editada y traducida al español en el año 2013.

El arranque de la cinta es totalmente prometedor ya que Hitler aparece, así sin más y totalmente desorientado (le sorprende no escuchar los sonidos de la guerra sino de los pájaros), en el mismo sitio donde se suicidó en 1945. En concreto su reaparición tiene lugar el 23 de octubre de 2014 (curiosamente el 23 de octubre pero de 1940, es la fecha en la que tiene lugar la reunión entre Franco y Hitler en la estación de trenes de Hendaya para decidir la entrada de nuestro país en la Segunda Guerra Mundial).

Y ahí tenemos a Hitler, que primero es acogido por un quiosquero y posteriormente por un periodista autónomo que acaba de ser despedido de una cadena de televisión, poniéndose al día de cómo está su Alemania. Obviamente ninguno sospecha que se trata del verdadero Hitler sino que lo confunden con un cómico que le imita. Cuando Hitler ve la televisión por primera vez, están poniendo un programa de cocina y empieza a preguntarse si no hay nada más interesante en Alemania que un cocinero para salir en un medio de propaganda tan poderoso (si llega a ver la mirada asesina que Samantha le lanza a algunos concursantes de  Masterchef se hubiera enamorado, pero claro en Alemania no tienen a Samantha), y el zapping posterior le hace llegar a la conclusión de que es un medio que está infrautilizado y hay que hacer algo (si Goebbles levantara la cabeza…).

Así, Hitler acoge de buen grado la propuesta del periodista para recorrer Alemania y preguntar a la gente sobre temas políticos, cuáles creen que son los problemas de su país y qué harían para solucionarlos. En este viaje Hitler descubre que el desencanto político es tan parecido al de la Alemania de 1930, que hasta da escalofríos (problemas salariales, raciales, de identidad como pueblo, corrupciones…). Con ese descontento de las masas, Hitler mantiene su discurso intacto sin alejarse ni un ápice de las mismas convicciones que tenía en los años previos al estallido de la Segunda Guerra Mundial, y encuentra adeptos que primero ven en él a una persona que es capaz de dar contestación de una manera cómica e irónica a sus problemas, una persona  que les entiende, y luego a un líder al que seguir (con la magnífica plataforma que le brinda la televisión). Hitler decide que es el destino el que le ha traído de vuelta para “poner orden” en Alemania.

Todo esto hace que nos preguntemos si en estos 70 años hemos aprendido algo, hemos mejorado algo, ha cambiado algo. La película es una gran reflexión sobre estos temas y  sabe mantener el difícil equilibrio entre el humor y la parodia al personaje de Hitler y las cuestiones de fondo que quiere plantear. Incluso por momentos, hace que se te pongan los pelos como escarpias ante el resurgimiento de grupos ultras que cada vez parecen cobrar más fuerza en la sociedad actual. Es una llamada de atención para no dejarse embaucar por telepredicadores y evitar así tomar al cuerdo por loco y al loco por cuerdo.

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