28 de abril de 2024

Críticas: Silencio

5G2A7980_Released_Photo_Credit_Kerry_Brown_jpg_561

El desencuentro de Oriente con Occidente.

‘‘El árbol del cristianismo nunca podrá echar raíces en la ciénaga que es Japón’’. Parapetado detrás de esa certeza Inoue (Issei Ogata), líder de la Inquisición japonesa, recorre las remotas islas japonesas en busca de aquellos últimos kirishtian, cristianos conversos. Su trabajo consiste en llevar al límite a los cristianos y poner a prueba su fe con los más macabros métodos.

El jesuita portugués Sebastiao Rodrigues (Andrew Garfield) acaba de poner pie en esas mismas islas en busca de un ausente padre Ferreira, interpretado por Liam Neeson. En plena decadencia de la misión de los jesuitas en Japón, este se ve esperanzado por aquellos kirishtian fieles y devotos a un Dios extranjero. Que rezan y les tratan a ellos, sacerdotes, como líderes espirituales absolutos. Incluso han aprendido latín y portugués. Como contrapunto a este sobreactuado fervor religioso Kishijiro (Yosuke Kubozuka) se esboza como el perfecto antihéroe, omnipresente en todo el largometraje, es su guía e intérprete en tierras niponas. Un hombre-bestia de poca confianza que se hace llamar cristiano pero al ser puesto contra las cuerdas profesa una dudosa fe.

Silence_01456_jpg_1062

Todos: sacerdotes y feligreses, conviven en la más absoluta clandestinidad, y en silencio, entre susurros y tinieblas se suceden las misas, los bautizos y las confesiones. El objetivo del joven Sebastiao (encontrar a padre Ferreira) se ve desplazado por la necesidad de servir a esas gentes y avivar la llama de la fe en el Dios de Occidente. Una fe que visualmente son los tonos cálidos de los candelabros en la noche, del candor humano, o de la imaginería cristiana. La Inquisición, por oposición, siempre se ve rodeada por un humo destructor, y por un manto de niebla frío y pálido. Es una institución sombría y fantasmal, de contornos desdibujados.

No hay duda de que el espectador está mirando desde los ojos del joven Sebastiao, protagonista de Silencio, observador y narrador de la barbarie. Su voz en off le otorga un sentido autobiográfico, cercano a la experiencia mística, a todo el sufrimiento humano del que fue testigo en aquel s.XVII. Martin Scorsese retoma su faceta como guionista en esta adaptación de la novela de mismo nombre firmada por el japonés Shusaku Endo. Después de sus galardonadas películas La invención de Hugo (2011) y El Lobo de Wall Street (2013), con Silencio Scorsese pone de manifiesto su interés por el drama histórico y, en especial, por el colonialismo europeo. De hecho, en la actualidad prepara junto a Benicio del Toro Cortés, un proyecto para HBO sobre el conquistador español Hernán Cortés.

Released_Photo_Credit_Kerry_Brown_jpg_455

Quizá de Silencio uno esperaba una banda sonora épica. Quizá una propuesta musical como la de Ennio Morricone para La Misión (Roland Joffé, 1986) -película que también habla de la orden de los jesuitas, en ese mismo siglo-, con complejas texturas musicales y una confrontación de instrumentos étnicos versus música sacra europea. Nada de eso. Silencio arriesga y gana con eso mismo: silencio. Ausencia de música para dejar a la tierra y a la mar hablar por sí mismos. Para permitir así al espectador una escucha atenta del dolor y de la duda humanos. Los compositores Kathryn Kluge y Kim Allen Kluge replican en su partitura los ruidos de la selva, de la bruma, de la lluvia y de una naturaleza exuberante. Lo aderezan con mínimos pasajes de música japonesa. Alguna discreta vibración grave de un timbal para avivar la tensión. Y un omnipresente grillo, que suena cada vez que un sacerdote entrega un crucifijo a un japonés kirishtian. Un grillo que es la fe, el fervor religioso. Y que suena, con insistencia, o de pronto se desvanece como si de una conexión espiritual con la tierra y con el cosmos se tratara.

Silencio no habla de la confrontación de dos religiones (cristianismo/budismo), sino de dos sistemas de valores (Oriente-Occidente), y lanza la cuestión del entendimiento entre dos culturas dispares. La segunda mitad del film torna en un intenso debate intelectual que enfrenta a las dos partes: cristianos y japoneses. Descubrimos entonces una Inquisición dialogante y culta que se defiende perfectamente en el idioma del extranjero. Acusan directamente a los sacerdotes jesuitas de predicar sin apenas conocer su lengua, de ser ignorantes y apenas conocer la sociedad y las costumbres a la que quieren llevar su fe. ‘‘Es una idea egoísta concebir un Japón cristiano’’ – dice el inquisidor-. Un capricho de la Europa de las colonias.

Un pensamiento en “Críticas: Silencio

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *