28 de marzo de 2024

Críticas: Golpe de efecto

Analizamos el regreso de Clint Eastwood a la pantalla, esta vez a las órdenes de Robert Lorenz.

No puede haber argumento más prototípico de tragicomedia americana de familia disfuncional con uno de los deportes favoritos de fondo: Gus, un ojeador de béisbol para quien su trabajo es toda su vida, poco a poco está perdiendo la visión. Los directivos del equipo para el que trabaja le dan una última oportunidad para ver si es capaz de observar a una nueva promesa. La única persona que podrá ayudarle en su hija Mickey, una exitosa abogada con la que nunca ha sabido comunicarse… Y ya nos podemos imaginar por dónde va a ir la cosa. Y esto, ni más ni menos, es lo que nos ofrece Golpe de efecto, el debut de Robert Lorenz tras años siendo el director de segunda unidad y más tarde productor de las películas de Clint Eastwood. Lorenz realiza un trabajo a imagen y semejanza de su maestro, rodeándose incluso de parte del equipo habitual de Eastwood, el cual consigue elevar la categoría de una película que, en otras manos, no pasaría de ser un simple telefilme de sobremesa.

Lo primero que se puede decir de Golpe de efecto es que Lorenz demuestra una gran inteligencia a la hora de jugar una baza con la que sabe que tiene la partida ganada de antemano: esta es, por supuesto, la de tener a su amigo Clint en el papel principal. Y es que la película, protagonizada por cualquier otro, no estaría mal, pero seguramente pasaría sin pena ni gloria y quedaría relegada al cajón del olvido. Sin embargo, tener a Eastwood haciendo las delicias de los espectadores con su cara de malas pulgas y sus pullas de viejo cascarrabias a lo Gran Torino es siempre una garantía de éxito. Sólo podemos mostrar alegría ante la vuelta a la gran pantalla de uno de los grandes del cine después de que hace cuatro años anunciara su retirada como actor. Es más sorprendente aún si tenemos en cuenta que esta es la primera película en la actúa sin estar dirigida por él desde que en 1993 hiciera En la línea de fuego.

Como hemos dicho, Lorenz sigue los pasos de Eastwood, y realiza para bien y para mal un trabajo extremadamente sobrio y clásico. Para bien, porque a pesar de que la película está plagada tópicos del género, resulta bastante sincera, realista y efectiva en sus intenciones sin necesidad de artificios ni excesos. Y para mal, porque el resultado es absolutamente impersonal, a veces parece un producto mecánico hecho por un autómata que simplemente se dedica a reproducir lo que ya conoce, sin ser capaz de darle un carácter propio ni mínimamente arriesgado. Lorenz se aferra a lo que conoce y va a lo seguro. Sin embargo, la falta de identidad en la realización de Lorenz se compensa gracias a una historia casi perfectamente llevada, disimulando su convencionalismo con un buen desarrollo de los temas que trata y de las relaciones entre los protagonistas, que además se refuerza con la estupenda labor de todo el reparto. Lorenz se revela como un muy buen director de actores, todos ellos están naturales y resultan muy creíbles, desde un Eastwood comodísimo haciendo básicamente de sí mismo a una magnífica Amy Adams que le da la réplica perfectamente, pasando por todo el elenco de acertados secundarios, destacando a John Goodman, Matthew Lillard, y Justin Timberlake, aunque su papel sea el más prescindible de todos.

Quizás el punto y final resulta demasiado perfecto y simple para una historia que en el fondo es más amarga de lo que parece. El béisbol no es más que una excusa para contar esta bonita historia familiar cuyo objetivo es dejar un buen sabor de boca, y es indudable que lo consigue. Cómo no se va a disfrutar de una película muy bien contada y mejor interpretada, divertida, tierna y amable, que además nos da la oportunidad de volver a disfrutar en pantalla del mejor Clint Eastwood de los últimos años. Podríamos pedir más, pero la verdad es que con lo que tenemos ya es para darnos bastante por satisfechos.

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