25 de abril de 2024

Críticas: Un asunto real

Un asunto real

Repasamos otra de las nominadas al Oscar a la mejor película de habla no inglesa.

El danés Nikolaj Arcel, que hasta ahora había colaborado en guiones tan dispares como los de la saga Millennium o la comedia infantil de aventuras Misión sin permiso, además de haber filmado tres largometrajes igualmente alejados del registro que maneja aquí, ha pretendido en su proyecto más ambicioso hasta la fecha captar el espíritu de la Ilustración y más concretamente un momento crucial de la historia de su país. Un asunto real nos sitúa en la Dinamarca de finales del siglo XVIII, gobernada por la Iglesia y con una sociedad profundamente conservadora, donde autores como Voltaire o Rousseau son censurados. Un territorio, en definitiva, que parece impasible ante los cambios que se están produciendo en Europa. La inquieta Carolina Matilde de Gran Bretaña llega al país con unas ideas que rápidamente son reprimidas tras su enlace con el rey Cristián VII, que enloquece progresivamente y cada vez se ve más impedido para gobernar. La llegada a la corte del médico alemán Struensee, de fuertes convicciones ilustradas, hará resurgir con fuerza los ideales de la reina y desencadenará inevitablemente los acontecimientos hasta golpear en profundidad todo un país.

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Su primer acierto es la presentación de los personajes principales, sobre todo los masculinos, que con pocas acciones quedan rápidamente definidos y aportan las claves para el seguimiento de una trama palaciega que, sin embargo, no tarda en mostrar ciertos síntomas de estancamiento. A pesar de su lujoso envoltorio y de ser una película más que correcta, Un asunto real no parece capaz de aportar nada que vaya más allá de la recreación del suceso, de añadir una nota que emocione y destaque en un conjunto tan sobrio y contenido como convencional. Quizá suponga otro acierto el predominio de lo histórico por encima de lo sentimental, que parece venderse como gran reclamo en la promoción, dejando que sean los acontecimientos que sacudieron la sociedad danesa los que marquen en todo momento la pulsión interna de unos personajes bien dibujados, huyendo del temido maniqueísmo y en ningún momento eclipsados por la fastuosa producción. Pero, a su vez, esto acaba volviéndose en su contra durante un largo tramo central que más allá de lo que aportan los sucesos históricos parecemos conocer de memoria. Porque la gran rémora de Un asunto real es la ausencia total de sorpresas, de alicientes a los que el espectador pueda agarrarse más allá de la esmerada plasmación en pantalla de la radical transformación del país enmarcada en una época de constantes cambios. A todas luces insuficiente para rellenar sus 137 minutos, tan eficaces y llevaderos como definitivamente insípidos.

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La elección del reparto es otro de los puntos a favor, dejando la impresión de que con otro trío protagonista los logros de la cinta no llegarían a ser estos. Mads Mikkelsen cumple sobradamente como es habitual, la bella Alicia Vikander supone un descubrimiento y el debutante en el cine Mikkel Boe Følsgaard, premiado en Berlín y destacado por la crítica, no desentona para nada con ellos en el papel del peculiar Rey. Pero quizá una de las principales claves de su buena aceptación general entre el público la pueda aportar la facilidad para hacer paralelismos entre lo que cuenta la película y el contexto actual de Europa. Conspiraciones palaciegas, pactos, manipulaciones, pueblo indignado… los ingredientes se presentan convenientemente mezclados, sin caer en la sobredosis de ninguno, para obtener un producto ganador.

En definitiva, nada desentona en Un asunto real, pero la sensación final para el que suscribe estas líneas es la de haber contemplado una historia tan pulcra y bien presentada como pobremente explotada. Una obra a la que en ciertos tramos no se puede acusar precisamente de falta de pasión, pero sobre la que en todo momento pende una alarmante carencia de ese ángel que separa una obra correcta de una buena película.

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