19 de abril de 2024

Críticas: Regreso a Ítaca

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Miedo en la sangre.

Si les robaron la vida, fue porque ustedes se la dejaron robar.

Una azotea de tantas como pueblan La Habana, destartalada como todas, desde la que se observa sin estorbos gran parte de ese Malecón en el que se reúnen los enamorados y las pandillas de jóvenes habaneros para charlar de sus preocupaciones adolescentes; el Malecón por el que pasean los turistas de camino a La Habana vieja donde no existen azoteas como esta y desde la que no se ve esa otra Habana colorida y turística. Los sonidos de una ciudad que se habla a voces, que se canta a voces y que se vive a voces se escuchan de fondo en la azotea de la casa de Aldo, un antiguo combatiente en la guerra de Angola que se dedica a hacer chapuzas para mantener a su madre y a un hijo adolescente deseoso de marcharse de la isla. Alguien pone en el equipo de música Eva María de Fórmula V y comienza lo que será una tarde y una larga noche de reencuentro entre cinco amigos para celebrar la vuelta a su tierra de uno de ellos tras 16 años de estancia en España. El whisky, las canciones y los recuerdos corren durante horas junto a los reproches, las confesiones amargas y las lágrimas por las vidas que un día se planearon y que se van escapando sin haber alcanzado ninguno de sus objetivos.

Laurent Cantet regresa tras su fallida incursión en el universo juvenil norteamericano de Foxfire, con una historia crepuscular en una Habana como la que su amigo y coguionista Leonardo Padura retrata en su tetralogía literaria Cuatro Estaciones, sucia, melancólica, desencantada como su personaje principal. El policía Mario Conde que arrastra la frustración de no haberse convertido en escritor es sin duda el referente de Padura para crear junto Cantet a los cinco protagonistas de Regreso a Ítaca. Pertenecientes a una primera generación de descreídos de la Revolución, aquella que creció ya con el desencanto del engaño y con el miedo de aspirar a cumplir unos sueños juveniles, y a la que seguirían varias generaciones más, los cinco se encuentran ya en una etapa de sus vidas en la que es casi imposible recuperar los sueños y las ilusiones que perdieron por el camino.

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Planteada como una obra teatral en la que los personajes ocupan sólo dos escenarios, Regreso a Ítaca hace un repaso a los sentimientos de la sociedad cubana reflejados en sus cinco protagonistas: La amargura de quien reprocha a los que se fueron que los dejaran atrás para vivir otras vidas; la nostalgia de los emigrantes que no han podido olvidar sus raíces; la conformidad de los que viven el día a día tal y como han vivido toda su vida sin plantearse otra opción; la picaresca de quien decide aprovecharse de los conformistas; el tormento de quien no tuvo la suerte de desarrollar su talento en un entorno viable para ello. Más allá de proponer una crítica velada a los problemas de los ciudadanos cubanos, Cantet y Padura realizan una introspección hacia las emociones contenidas dentro de ellos como una consecuencia directa de dichos problemas, sin cruzar nunca la línea entre la ficción de la historia de un reencuentro y la denuncia social.

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Regreso a Ítaca no es la Cuba romántica de Hemingway, no es la revolucionaria ni la opositora, tampoco la de esta era pre acuerdos con Estados Unidos. Es la Cuba en la que la mayor parte de los cubanos nacidos tras la Revolución se pueden ver reflejados, y que Cantet recoge de manera precisa, sin dotarles de una impostura con la que forzar los diálogos, dejando que éstos fluyan al mismo ritmo y con el mismo tono con el que lo haría cualquier conversación entre cualquier grupo de amigos cubanos que pasaran de los 50. Igual de conmovedora.

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