26 de abril de 2024

Críticas: Tomorrowland. El mundo del mañana

Disney's TOMORROWLAND Casey (Britt Robertson) Ph: Film Frame ©Disney 2015

Regreso al pasado

Es curioso que al mismo tiempo que las películas de animación de Disney, apoyadas en los últimos años por Pixar, se estén abriendo a conceptos más actuales a la hora tanto de sus argumentos como del trasfondo que ofrecen, las de acción real sigan enclaustradas en un discurso arcaico y moralista como la que ahora nos ocupa. Tomorrowland, la nueva película de la factoría Disney-Pixar, bajo la aparente fachada de una historia de ciencia ficción, se hace eco de la crisis económica y de las amenazas sociales y medioambientales que sufre el planeta en la actualidad, pero lo hace desde una visión que se aleja de la que pudimos ver por ejemplo en Wall-E y que tampoco se corresponde con la que se tiene actualmente de los problemas mundiales sino que recupera el espíritu artificialmente optimista característico del American way of life de los años 50 y 60.

La acción de Tomorrowland transcurre en dos espacios temporales distintos. Durante la primera parte, el mundo del mañana que imaginan los habitantes de los años 60 es tal como la mayoría de las películas de aquella época solían retratar: Coches voladores, ciudades futuristas (construcciones de Calatrava aparte), y viajes en el espacio y el tiempo son controlados por una serie de científicos que reclutan a los potenciales habitantes de ese futuro a través de certámenes destinados a conocer a las mentes más brillantes del planeta. Más de cuatro décadas después, una joven inconformista que tiene como referente a un padre soñador que está a punto de perder su trabajo en la NASA, descubre una forma de acceder a ese otro mundo para salvarlo de su decadencia.

Tomorrowland

De entrada, tanto el argumento como el virtuosismo técnico y visual de una producción Disney, tienen todos los elementos para ofrecer una aventura épica y nostálgica que haga recuperar a la compañía el esplendor perdido en sagas interminables como Piratas del Caribe. De hecho, durante su primera mitad Tomorrowland es precisamente todo lo enumerado anteriormente: nostalgia, epicidad y aventura. Pero tras el encuentro del personaje de Britt Robertson con el de George Clooney, lo nostálgico torna en demodé y la épica se basa únicamente en discursos aleccionadores. Sólo queda una aventura sin pasión y demasiado alargada para lo que se supone debería ser un espectáculo de acción frenético. Tampoco se puede decir que estemos ante una trama y un desarrollo original. Además de las ya mencionadas similitudes con Wall-E, Tomorrowland bebe, y mucho, de múltiples referencias no sólo de la propia factoría Disney-Pixar de la que toma prestada la sensiblería y el tono infantil, sino también del sentimentalismo que imprime Spielberg a sus historias, de secuencias de acción inspiradas claramente en películas de género de todos los tiempos, desde Regreso al futuro a Matrix, y de, por qué no decirlo, escenas calcadas de capítulos de Los Simpsons sin ningún pudor. Ni la, aquí demasiado descafeinada, socarronería de George Clooney, ni el carisma de Hugh Laurie o las ganas que le pone Britt Robertson y el gran descubrimiento que es la pequeña Raffey Cassidy son suficientes para mantener el interés en una historia que se va desplomando a medida que avanza.

Disney's TOMORROWLAND L to R: Casey (Britt Robertson), David Nix (Hugh Laurie) and Frank Walker (George Clooney) Ph: Film Frame ©Disney 2015

Obviamente estamos ante una película familiar, de eso no hay duda, pero la cuestión es hasta qué punto la concepción de película para toda la familia puede traspasar la barrera de lo políticamente correcto sin caer en el humor soez, o no traspasarla y resultar demasiado blanda para los tiempos que corren. Con Tomorrowland es precisamente esto último lo que ocurre, que la nostalgia que tan bien representa la ilusión del futuro como se imaginaba hace 50 años se traspasa al mensaje que transmite la película, un mensaje no ya caduco sino más bien demasiado ingenuo para el siglo XXI.

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