19 de abril de 2024

Críticas: Una paloma se posó en una rama…

Una paloma se posó en una rama a reflexionar sobre la existencia

Vistas prodigiosas

El título del último largometraje de Roy Andersson sirve para describirnos, ya desde el principio, lo que sucede en la secuencia de arranque. En ésta un anciano observa a una paloma disecada, posada en una rama, dentro de una vitrina en la sala del museo. Otra mujer, también mayor, parece mirarlo a él mientras lo espera. Al mismo tiempo que por las otras salas del lugar, que están comunicadas al fondo, podemos ver a otros personajes que caminan, se paran y también dirigen su vista hacia los ancianos. En el mismo plano encontramos tres niveles de visión que son en primera y segunda posición los de un personaje sobre el otro, ampliados por los de otros personajes que se muestran gracias al uso de la profundidad de campo. Por supuesto, el círculo se completa con nosotros mismos, los espectadores, tan activos y cómplices en este juego de miradas como los actores dentro de la pantalla.

A continuación, tras proyectar un cartel explicativo, el director nos propone tres acercamientos a la muerte en tres secuencias distintas, casi evocando la larga tradición trágica escandinava. Aunque aquí termina el drama porque lo que sigue a continuación entra en el género de la comedia, con una gradación matizada del humor que recorre desde el más gráfico hasta el intelectual. Escuchamos chistes, diálogos absurdos, diálogos dramáticos que invitan a la risa e incluso situaciones cómicas que congelan la sonrisa. O asistimos a momentos totalmente absurdos, cercanos al surrealismo, que pueden sorprender.

Una paloma se posó en una rama a reflexionar sobre la existencia 2

Para conducirnos durante el desarrollo de situaciones, escenarios y personajes que componen Una paloma se posó en una rama a reflexionar sobre la existencia, sobresalen dos guías,  Sam y Jonathan, vendedores de objetos de broma que recorren una ciudad atemporal, trazando un itinerario por las calles, despachos, academias de danza, tiendas de artículos para fiesta, hoteles, tabernas antiguas, barberías, laboratorios y un bar del extrarradio al que acude el propio rey Carlos XII con toda la caballería. Situaciones anacrónicas, reales y ficticias en la misma secuencia sin que nada resulte extraño gracias a las reacciones de sus protagonistas. Gran parte de la lógica narrativa del film se debe a un sentido del humor que, si no es universal, lo parece mucho. Una comicidad que proviene de Buster Keaton, Laurel y Hardy. Después se pone sombrero con Jacques Tati, peregrina por el cine checo de los años sesenta y se transforma con el filtro de los mismísimos Monty Python. Sin olvidarnos de que la pareja de viajantes comerciales recuerden en algunos momentos a Faemino y Cansado, con pinta de leer a Kierkegaard también. Lo dicho, el humor, en ocasiones, no tiene fronteras. Una alianza de influencias que podemos encontrar en espíritu pero que nunca aparecen ni siquiera como guiños en imagen. La película es tan deudora de sus referencias, como personal y capaz de referirse únicamente a sí misma o, quizás, a las dos películas anteriores con las que tiene cierto parentesco, todas formando parte de una.

La maestría narrativa del autor sueco, tanto realizador como guionista del film, nos ofrece durante algo más de hora y media un conjunto de estampas rodadas en planos secuencia fijos, en las que las figuras están situadas con la precisión de la arquitectura y composición pictórica renacentista, dentro de unos espacios proyectados mediante perspectiva caballera, usando siempre la profundidad del espacio para que lleguemos a ver no solo el cuadro en su conjunto, sino lo que se ve a través de las ventanas, puertas y, lo más importante, con los ojos de los personajes, tanto en primeros términos como los más alejados. Planos secuencia de mucha complejidad, rodados con un trabajo muy preciso de iluminación, acciones y movimiento de los intérpretes, uso del sonido, música, fondos pintados y efectos especiales –tanto físicos como digitales- . Secuencias en las que no es necesario cortar de un plano a su contraplano al tener cualquier acción y reacción plasmadas en la misma imagen.

Unas composiciones visuales construidas casi en tres dimensiones, similares a las que podíamos ver en aquel juguete infantil, el visor estereoscópico, ese instrumento similar a unos prismáticos y derivado -a su vez- de los antiguos estereoscopios. Herramientas que servían para mirar dos diminutos fotogramas  repetidos en un disco de cartón, uno para el ojo izquierdo y otro para el derecho, que al ser vistos a la vez nos proporcionaban la sensación de componer una imagen tridimensional, una imagen con un aura de fantasía e irrealidad en su instantánea que la hacía más impactante.

Una paloma se posó en una rama a reflexionar sobre la existencia 3

Roy Andersson recurre por tanto a este concepto óptico básico, con el que se apoya para conseguir la misma complejidad e inmersión del espectador en la rica propuesta visual que plantea, sin renunciar a un ambiente casi fantástico y fantasmagórico en ocasiones. Todo acrecentado con el uso de un maquillaje espectral en los rostros. La textura escultórica del vestuario y el atrezzo. Y esa fuerza expresionista del paisaje que siempre aparece detrás de las ventanas o por el horizonte.

Sería muy redundante seguir escribiendo acerca de la fuerza visual y de las imágenes que guarda la retina y la mente después de terminar el largometraje. Sin embargo, por justicia hay que resaltar algunos momentos magistrales como son el romance entre un alumno de danza y su maestra. La evocación fuera de campo de una guerra y sus desastres a partir de un himno, el sonido y el paso de la caballería del rey. La crueldad gratuita de los experimentos con animales en experimentos y museos. Crueldad que se acrecienta en la evocación terrorífica del colonialismo europeo en África, en una secuencia tan espectacular, sutil y espeluznante.

Y que todo esté narrado con un uso ejemplar de cualquier recurso audiovisual al alcance. Con ironía y comprensión. Con la receta secreta de un cineasta sabio, nacido en el año 1943, muy bien retratado en este monográfico de Cristian Perelló. Un autor con una filmografía de seis largometrajes producidos durante cuatro décadas, varios cortometrajes, documentales y cientos de spots publicitarios que forman un universo propio. Un director capaz de darle vitalidad y renovar herramientas cinematográficas tales como un flashback, evocador, feliz y musical en este caso. O animar con energía y brío al personaje/narrador que nos habla directamente a los espectadores y es cuestionado por sus propios compañeros. Ojalá su próximo proyecto para la gran pantalla no tarde otros siete años en llegar.

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