24 de abril de 2024

Críticas: Papusza

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Si los gitanos tuvieran memoria, se morirían todos de angustia.

Nadie me comprende,
solo el bosque y el río.
Aquello de lo que yo hablo
ha pasado todo ya, todo,
y todas las cosas se han ido con ello…
Y aquellos años de juventud.

(Bronislawa Wajs “Papusza”)

Europa. Ese continente nuestro marcado por las guerras, el arte y la diferencia de sus numerosos países y culturas, en palabras del filósofo moravo y judío Edmund Husserl, tiene un carácter espiritual común en todos sus habitantes. Según el fundador de la fenomenología trascendental, Europa conforma la unidad de un vivir espiritual con todos los intereses, preocupaciones y objetivos comunes de las instituciones, organizaciones y los individuos dentro de las múltiples sociedades contenidas en ella. Pero, y he aquí la paradoja en las palabras de un hombre perseguido por su condición de judío tras la llegada al poder de los nazis, “en el sentido espiritual pertenecen manifiestamente también a Europa los Dominios Británicos, los Estados Unidos, etc., pero no los esquimales ni los indios […] ni los gitanos que vagabundean permanentemente por Europa”. Husserl excluía así de la identidad de la cultura europea a un pueblo tradicionalmente excluido (y auto excluido) por los distintos regímenes de los países por los que asentaban sus campamentos itinerantes, haciendo aun más difícil si cabe conocer sus orígenes y costumbres.

En 2013, el recientemente fallecido director Krzysztof Krauze junto a su mujer Joanna Kos retrataban precisamente en su última película esa exclusión a través de la vida de una de las poetisas más importantes, y a la vez más desconocidas, del viejo continente. Bronislawa Wajs “Papusza” nació en el seno de una familia gitana, los romaníes polacos de las Tierras Bajas, dentro del cual se dedicaba a cantar los sufrimientos de su pueblo con poemas inventados por ella misma. Siendo una de las primeras mujeres gitanas en aprender a leer y escribir, su virtud y su talento para la poesía acabaron por relegarla al olvido y al rechazo de su propio pueblo al considerar que había revelado sus secretos a los payos con sus escritos, publicados sin su consentimiento por el poeta polaco Jerzy Ficowski.

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La imagen de una aldea a los pies de un castillo abre Papusza. Como si de una postal de cuento se tratara, el paisaje parece detenido en el tiempo mientras cae una ligera nevada. El plano cambia y el cuento desaparece para dejar paso a un panorama que no tiene nada de idílico: por las calles llenas de barro un pastor lleva a sus ovejas frente a una casa en ruinas sobre la que se apoya un cuerpo. Puede que dormido, puede que muerto o puede que simplemente esperando a que la muerte le llegue. El reflejo de una niña embarazada mirando una lujosa muñeca inalcanzable en un escaparate continúa la senda por la que los directores van a seguir durante toda la película, que no es otra que la de mostrar esos dos mundos diferentes de los que hablaba Husserl. La Europa espiritualmente unida representada por esa muñeca limpia y nítida a través del cristal que la separa de la suciedad y la pobreza de los gitanos, que solamente aparecen como un reflejo fantasmal que amenaza esa pureza. Estamos en 1910 y Bronislawa Wajs, o Papusza como su joven madre la llama, viene al mundo bajo el influjo de la luna llena que, según las supersticiones gitanas, traerá consigo un gran orgullo o una gran vergüenza para su raza. Que camines sobre la tierra ligera como una pluma.

Papusza no mantiene una estructura lineal, sino que a través de saltos temporales va desgranando los momentos esenciales en la vida de la poetisa, adentrándose en las costumbres y la rigidez de la estructura patriarcal de los gitanos. Al mismo tiempo, junto a ellos va recorriendo su historia durante la primera mitad del siglo XX, desde el beneplácito de las clases altas para que aquellos animaran sus fiestas con su música, la persecución por parte de los nazis tras el comienzo de la segunda guerra mundial, o los planes de asentamiento que el gobierno comunista aprobó para ellos en 1949. Esa crítica hacia la dicotomía de la que hablaba antes entre la Europa “pura” y los gitanos que pasan por ella, se extiende también a la hipocresía que existe dentro de los propios clanes. De manera aun más sutil, Papusza refleja cómo tras el supuesto orgullo gitano de no aceptar las imposiciones de un Estado que no les representa, la realidad es que el patriarca “sucumbe” a dicha imposición aumentando aun más su categoría frente al resto del clan obligado a ocupar infraviviendas.

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Una espléndida fotografía en blanco y negro acompaña a una composición de planos, un tono, una armonía y una estética, que convierten cada fotograma de la película en una obra pictórica sólo interrumpida por unos diálogos cargados de poesía y la música diegética de los gitanos. La dualidad de los mundos que se expone en Papusza, sin que lleguen nunca a mezclarse por completo, se advierte también en la estructura que eligen los directores a la hora de narrar las luces y las sombras de esta mujer, multiplicando por dos una serie de recursos técnicos como si de una figura retórica literaria se tratara.

Dos planos prácticamente idénticos, con la misma composición salvo en la iluminación. Luz cuando el plano refleja la ilusión, sombras cuando la misma imagen es la pura representación de la desolación.

También dos veces las palabras brotan de los poemas perdidos, en el momento en el que, sin saberlo, dejan de ser suyos y tras su decisión de destruirlos. Palabras que surgen susurradas de las cenizas de lo que fueron poemas.

Como un tupido velo sobre la muerte en vida que desea Papusza tras su matrimonio; como un tupido velo sobre la muerte de quien le hizo desearla, asimismo son dos veces las que una misma escena es dividida con un fundido a negro.

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Papusza es música, es poesía visual. Una obra de arte en pequeños movimientos donde incluso las escenas de violencia y muerte suceden fuera de campo para no alterar el compás de sus “versos” cargados de crueldad. Una declaración de amor a una mujer que murió en vida repudiada por su gente 34 años antes de hacerlo definitivamente, por el simple hecho de cantar el propio amor que profesaba por ellos.

En romaní, ayer y mañana se dice igual: taishia. Ayer, hoy y mañana, mientras exista una rueda, las carretas seguirán girando. Los gitanos siguen viajando igual que las grullas emprenden el vuelo buscando el calor.

Tanta hambre, tanta miseria.
Todos los pesares, caminos en abundancia,
todas las afiladas piedras clavándose en nuestros pies.
Todas las balas silbándonos en los oídos.

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