18 de abril de 2024

Críticas: Irrational Man

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Déjà vu, Woody.

Además de las múltiples constantes del cine de Woody Allen: las relaciones amorosas, las inseguridades, la neurosis, un cierto toque a cine negro y el humor ácido entre otras, existe otra constante que, sobre todo, en los últimos años persigue a cada nueva entrega que el director neoyorquino ofrece anualmente. Se trata precisamente del recurso crítico de hablar con cada una de sus películas sobre la cuestión de este tratamiento que hace sobre los mismos temas una y otra vez; de analizar con cada nuevo trabajo sus obsesiones y observar la capacidad de Allen para reinventar las mismas historias sin, normalmente, caer en una redundancia argumental carente de interés. Hasta ahora. Porque si hay algo que destacar de su última película, Irrational man, es precisamente una sensación de hastío ante la repetición de todos esos aspectos que son la seña de identidad del autor.

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La historia, narrada en off por los personajes de Joaquin Phoenix y Emma Stone, vuelve a salir de Nueva York para ambientarse en una pequeña localidad universitaria, cuyo campus se revoluciona ante la llegada de un nuevo profesor de filosofía desde antes incluso de que ésta se produzca. Una reputación de bohemio y filósofo maldito le precede creando unas altas expectativas ante la comunidad universitaria, y principalmente entre las féminas. Profesoras y alumnas esperan ansiosas la llegada de Abe quien, pese a su alcoholismo y su apatía por la vida, deslumbra sin proponérselo a cuanta mujer se le acerca. Una crisis existencial, un desprecio por su propia vida y un racionalismo extremo son precisamente las ¿virtudes? que Jill encuentra irresistibles en Abe. La racionalidad de éste frente al capricho irracional de aquella cambian por completo sus tornas en el momento en el que Abe descubre que aquello que siempre ha estado buscando para darle sentido a su vida, se encuentra precisamente en un comportamiento carente de toda ética. La razón desaparece entonces por completo de Abe mientras en Jill acaba con el capricho de un solo golpe.

En este punto, Irrational man deja atrás los temas principales de obras como Maridos y mujeres o Manhattan, hablamos de la infidelidad o el deslumbramiento intelectual, para emparentarse en cierta manera con Match point, Delitos y faltas o incluso con Midnight in Paris en tanto en cuanto un suceso al azar funciona como catarsis para el protagonista. La cuestión es que Allen compone aquí un guión que avanza sin fuerza, sin la chispa de todas estas películas mencionadas y que provoca que los mismos temas imprescindibles que identifican y forman parte de la grandiosidad de su cine, acaben por ser un lastre y resultar excesivamente reiterativos. No ayuda tampoco la repetición constante de un mismo tema musical más cercano al soul que al jazz clásico que suele utilizar en sus bandas sonoras.

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A pesar del siempre magnífico trabajo de Joaquin Phoenix y Emma Stone, Irrational man se percibe en todo momento como un déjà vu continuo, como un simple lavado de cara a las mismas historias de siempre. Una impresión de dejadez creativa del autor ensombrece el visionado de la película número 46 en su filmografía; o quizá es que nos tiene (tenía) tan acostumbrados a reinventar con brillantez todas sus obsesiones que, cuando se aprecia un atisbo de piloto automático en alguna de sus películas, ese vacío existencial de sus personajes se traslada a un público expectante siempre de llenarlo con ellas. Esta vez tampoco lo consigue.

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