23 de abril de 2024

Críticas: Los héroes del mal

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La banalización del mal.

Se abre el telón y por el escenario del aula aparecen en solitario o en parejas los bailarines que ejecutan la coreografía ensayada durante los días previos al inicio del curso escolar. Poses rebeldes, miradas furtivas y seres solitarios que intentan pasar desapercibidos. O no. Un solo paso en falso y el rol que creían tener asignado se convierte al instante en otro muy diferente al intentar no pasar desapercibido y buscar en los demás un mínimo de complicidad en quien aprovecha la menor oportunidad para humillar al más débil. La coreografía se interrumpe entonces y comienza una espiral de violencia física y verbal que choca con la aparente inocencia y suavidad con la que Los héroes del mal, primer largometraje dirigido por el actor Zoe Berriatúa, presenta los que parecía tratarse de una teen movie en la que tres adolescentes marginados se unen para hacer frente al monstruo del bullying.

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Las ventajas de ser un marginado que proponía Stephen Chbosky aquí pasan por hacer de la violencia y la delincuencia su mayor aliado. El mundo de Los héroes del mal se reduce a los tres protagonistas, Aritz, Esteban y Sarita, y a su venganza contra el resto. Venganza que convierte a los maltratados en maltratadores, en máquinas de extrema violencia contra quienes consideran que les oprime, en héroes del mal. Unos héroes para quienes la violencia y el mal sólo existe como un mero punto de vista, sólo es real para quien lo sufre y no para quien lo ejerce, y que Berriatúa retrata en su película a través de tres únicos personajes en los que inicialmente descarga muchos de los tópicos y lugares comunes de las historias de instituto. Casi rozando la parodia, la primera parte de Los héroes del mal se encuentra plagada de estos tópicos, de referencias obvias hacia el mundo de los cómics y las películas de superhéroes sobre todo con el personaje que interpreta Emilio Palacios, quien viste la camiseta con el símbolo de Batman como el justiciero que pretende ser, y se muestra melancólico y atormentado por un desengaño amoroso (a falta del asesinato de sus padres).

“Sois unos putos clichés vivientes” es la frase que lo cambia todo. A partir de que Sarita es consciente de que la situación se les escapa de las manos y escupe esa frase hacia sus dos compañeros, el drama de marginación y acoso escolar termina para dar paso a lo que realmente subyace bajo el comportamiento de los protagonistas, en concreto de Aritz. Y he aquí el principal problema de Los héroes del mal. Berriatúa deja atrás un camino sembrado de clichés adolescentes pero los cambia por los de un thriller psicológico al uso, en el que ya no son la venganza o el bullying los protagonistas sino el temor desorbitado a la soledad y las consecuencias de ese miedo. Es entonces cuando los acontecimientos y la acumulación de elementos ambiguos (obsesión, crimen, identidad sexual…) junto a la sobreactuación de Jorge Clemente, comienzan a pesar provocando que la película pase de ser un tópico extremadamente identificable pero creíble a otro más sutil pero más que cuestionable en su segunda mitad.

LA FOTO LOS HEROES DEL MAL

La ampliación que Berriatúa realiza en Los héroes del mal de la premisa de su cortometraje El marginado, con el mismo elenco protagonista, se resiente al modificar el planteamiento de convertir en maltratadores a los maltratados y analizar el hecho de que la violencia provoca violencia, y caer en una historia de soledad y necesidad de aceptación que no termina de encontrar el tono adecuado para generar una reflexión profunda sobre todos los temas que propone. Se trata pues de una propuesta interesante y perturbadora en su concepción pero a la que, por desgracia, le perjudica esa vuelta de tuerca con la que acaba perdiendo el camino trazado hasta entonces.

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