28 de marzo de 2024

Críticas: Una segunda oportunidad

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Pornografía emocional.

Me perdonarán si comienzo la reseña de una película tan trágica como Una segunda oportunidad de Susanne Bier recordando un episodio del inefable Mr. Bean. Aquel en el que al salir con su mini para dirigirse a la feria, se le queda enganchado en el maletero un carrito de bebé y tiene que vigilarle (o mantenerle ocupado) mientras él se divierte subiéndose en las atracciones. ¿Y qué tiene que ver Mr. Bean con la última película de Susanne Bier? Se preguntarán. Poco o nada, la verdad, porque mientras sabemos que el mezquino personaje creado por Rowan Atkinson es capaz de maldades aun más retorcidas que la de dejar un carrito con un bebé al lado de otras mamás para poder abandonarle con disimulo, lo que menos podemos esperar de un drama intenso sobre la diferencia entre lo que es justo y lo que es correcto cuando está en juego la salvaguarda de la familia, no es de ningún modo una escena similar a la mencionada. Y créanme que la hay.

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Y es que Una segunda oportunidad está plagada de escenas que parecen escritas con la única intención de desconcertar por completo al espectador, aun recurriendo a una estructura de melodrama televisivo con todas las obviedades que ello conlleva. El juego de enredos descabellados que propone el guión de Anders Thomas Jensen, habitual en el cine de Bier, en Una segunda oportunidad tendría sentido si el tono que hubiera elegido para la película fuera el de la comedia pura y dura, o bien si se tratara de realizar una parodia al estilo del que recientemente hemos podido ver en televisión a cargo de Will Ferrell y Kristen Wiig Adopción peligrosa. Pero no. La danesa realiza un intensísimo melodrama, supuestamente serio, con el que buscar descaradamente la compasión, la lágrima y, por qué no, la transigencia con las decisiones moralmente inaceptables que les hace tomar a los protagonistas. Todo ello además poniendo especial énfasis en los primerísimos planos de los bebés y de las miradas de los personajes. Pura pornografía emocional.

Bier plantea Una segunda oportunidad como una sucesión de contrastes entre el bien y el mal, que poco a poco van cargándose de matices al principio de manera muy obvia con la presentación del matrimonio perfecto entre Nikolaj Coster-Waldau y Maria Bonnevie en contraposición a la pareja de yonkis. Un bebé largamente deseado y por tanto extremadamente controlado y sobreprotegido frente a otro al que sus padres son capaces de dejar toda la noche en el suelo del cuarto de baño lleno de excrementos. Paralelismos que evidencian el hecho de que las diferencias de clases van ligadas a la consideración de lo bueno y lo malo, de lo racional y lo salvaje, del amor y el desprecio. Pero pronto la excusa de un terrible suceso inesperado le da pie a tratar de realizar una reflexión sobre la fina línea que separa todas estas cuestiones.

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Pero mientras por un lado se dedica a lanzar al espectador una historia escandalosamente trágica con la que éste deba cuestionarse los límites del bien y del mal, por otro pretende dibujar un thriller policiaco sin pies ni cabeza en el que ninguna de las reacciones de los dos policías tiene el menor atisbo de credibilidad. Las de Andreas por intentar resolver una investigación que, de hacerlo, le estaría incriminando directamente, y las de Simon percibiendo de manera absolutamente paródica con cada palabra de aquel algún aspecto extraño del caso. El resultado es una película que se va enredando en un cúmulo de desgracias provocadas por unas decisiones absolutamente absurdas hasta hacer de ella una parodia de lo que realmente pretende ser. O quizá es que esta era su intención.

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