19 de abril de 2024

Críticas: El gato desaparece

El director de dramas (siempre con su deje humorístico) como Historias mínimas o Bombón, el perro, se destapa ahora en otro género al que ni siquiera se había acercado: el thriller psicológico.


Su primera secuencia resulta más que sugerente para incentivar el interés del espectador: cuatro médicos especializados discuten los pormenores de dar el alta a un paciente que, con un brote psicótico, llegó incluso a atacar a uno de sus compañeros, al que acusaba de intentar afanarle (en colaboración con su mujer) el trabajo desempeñado durante quince años. Puede que, explicado así, resulte muy obvia la intención del director por construir un thriller psicológico entorno al personaje que da pie a esa conversación, pero nada más lejos, el argentino sabe como manejar suficientemente bien el relato para que no se vuelva tan evidente como hubiese resultado en un principio, y sabe girar las tornas con la inteligencia de alguien que no parece inexperto en el género, pero sin la pericia de aquel que sí sabe lograr que su desarrollo argumental posea el suficiente empaque como para que el espectador no tenga la imperiosa necesidad de preguntarse hacía donde se dirige todo (más como aquel que reclama lo que esperaba, que como el que se interesa en saber en qué derivará el asunto), ni la conveniente tranquilidad para aburrirse.


Pero el quid de la cuestión no reside en si el público reclama más dinamismo o más conflicto para entrar definitivamente en la película, sino en el hecho de que Sorín no llegue más que en contadísimos momentos a desatar la tensión necesaria dentro del propio relato. Una tensión que en el plano psicológico resulta prácticamente nula, pero que en el dramático también se antoja inexistente por la falta de recursos que maneja el guión entre sus posibilidades: ni hay un ápice de susceptibilidad entre esa pareja donde se explicita que se habían desatado acusaciones por parte de él (aunque sí lo hay por parte de ella entorno al hecho de no conocer si volverá a repetirse el episodio, pero de modo demasiado velado a ratos, y demasiado visible -y por ende, fallido- en otros), ni la trascendencia de los pequeños escollos que suponen el hecho de reinsertar a alguien como el protagonista en la sociedad nuevamente reviste mayor gravedad, ni siquiera la problemática planteada en más de una secuencia, intentando fundar sospechas en el espectador, consigue ir más allá de una tibia conversación entre ellos dos y la resolución más cándida posible casi siempre.

Es una pena, pues, que un trabajo así termine resultando fallido por no saber sobreponer algunas de sus virtudes más que evidentes a sus defectos, como el hecho de revertir con perspicacia esa situación que nos presentaba a un personaje psicológicamente inestable, y cuya inestabilidad termina derivando en que la persona más cercana a él empiece a desarrollar su propio brote de ramalazos mucho más medidos y cuya gravedad ni siquiera supone un problema más que para el propio personaje. Eso por no hablar de una conclusión que termina por encajar las piezas del puzle, y justifica (sin ser del todo necesario) los cabos sueltos que hubiesen podido quedar.

El principal handicap a superar por Sorín, es el hecho de que tras esas bondades sólo encontramos superficie: uno puede llegar a comprender y congeniar con la idea que se está trasladando en pantalla, pero es tremendamente difícil verse inmerso en un retrato que ni sabe como cargar las tintas (y cuando lo hace, es empleando trucos demasiado vistos y que derruyen las opciones de unas pocas secuencias meritorias tanto en la consecución de una atmósfera enrarecida como en el modo de transmitir lo que pretenden), ni se encuentra un tono verdaderamente adecuado (en ocasiones, ser más minimalista en el empleo de sus formas no le vendría nada mal) y, para concluir, ni se juega limpio con el espectador (el final, por acertado que sea y por mucho que pueda gustar, ni siquiera está sugerido dentro del marco del propio film).

No es de recibo que la notable labor de Luis Luque en el rol protagónico y la muy buena interpretación de Beatriz Spelzini queden en saco roto por la incapacidad de un Sorín que aquí se encuentra desorientado a ratos y cuyo talento resulta desbordado por un género que parece resistírsele, y que no maneja con la eficacia que sí demostró en otros trabajos como la destacable Historias mínimas. Otra vez será, pero por el camino quedará la inevitable (y agria) sensación de que hay terrenos que en ocasiones es mejor no pisar.

4 comentario en “Críticas: El gato desaparece

  1. Rubén, ¿tú has visto las otras?…Bombón, el perro era buena, mejor que Historias Mínimas. Supongo que por lo que dices ésta tiene poco que ver con ambas….

    1. Coñe, no había visto esto. Pues vi Historias mínimas, pero tiene muy poquito que ver con aquella, y diría sin haber visto más pelis de Sorín, que se desmarca bastante de la tónica habitual de su cine.

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