29 de marzo de 2024

Críticas: Infierno blanco

Liam Neeson vuelve a nuestras pantallas este viernes, y desde Cinemaadhoc recomendamos su nuevo trabajo. Carnahan, que es quien está esta vez tras las cámaras, da una sorpresa de lo más (des)agradable tras un trabajo mainstream como fue El equipo A, y cuando parecía que Infierno blanco podía ser otra de esas del subgénero Liam repartiendo tipo Venganza (Taken) o Sin identidad, se destapa con una película en la que prevalecen el sentimiento y tanto la minuciosidad como la valentía en la toma de esas decisiones que tan difíciles parecen de tomar en Planet Hollywood, no vaya a ser que el espectador salga espantado.

De todos modos, cuando hablo de sentimiento no lo hago en el sentido de que resulte un film que cale hondo más allá de sus códigos y pretensiones, si no más bien por el hecho de saber levantar una figura tan pragmática y particular en la constitución de ese héroe al que da vida Neeson, y cuyos ideales, aunque al final se le antojan a uno lo más posturero de un trabajo que quizá debería huir de esos anclajes, quedan intactos en una última secuencia que gusta por ambigua pero echa un poco para atrás debido a la crudeza y pocas contemplaciones con que Carnahan ha trabajado el resto de instantes de la propuesta, que dejan momentos verdaderamente angostos y descarnados si tenemos en cuenta que en una cinta de características similares bajo un prisma más cercano al stablishment, muchas de las muertes y momentos dramáticos (que no rehuye, pero afronta sin adornos), serían diluídos en un mar de fueras de campo y estúpida sensiblería.

Empecemos, aun así, por un arranque que choca porque la que podría parecer típica y sobrante voz en off de un héroe en ciernes que debe convencernos de cuan dramática es su situación, queda (des)dibujada en una carta que define sus intenciones y sus conflictos para situarlo en el paraje más helado que un hombre pudiera imaginar. Un paraje donde lejos de rechazar la soledad, la abraza como un elemento más en una vida desamparada que Ottway querría que terminase ya, pero con la que continúa un amargo devenir que le sitúa entre la espada y la pared día sí, día también en un lugar donde parece que cualquier compañía que no fuese la de su fusil estaría de más. Y todo ello lo sintetiza Carnahan con un off y cuatro imágenes en menos de diez minutos que rezuman cine por los cuatro costados y, por si ello fuera poco, en los que apenas se reincide el resto de metraje, conociendo del gran filón que podrían haber sido esas palabras y hasta donde se podrían haber llevado sus cimientos dramáticos.

Sí nos conducen, por otro lado, a algún que otro flashback que nos habla sobre la constitución de Ottway como lo que es y nos cuenta el pasado que le convirtió en esa figura sombría y estoica en que se ha convertido, pero que nunca molestan ni están de más porque su aparición en los engranajes del film está perfectamente medida y siempre se nos devuelve a la terrible realidad con algún golpe de efecto, que no por serlo deja de resultar menos potente de lo que debería. Quizá, definitivamente, lo único que se le pudiera achacar en ese sentido es la épica de una conclusión que no requeriría de tales adornos, en especial cuando durante todo el film se abandona en pro de cierto sentido común, y es que alejándose Carnahan de esa corriente en la que siempre un grupo de hombres asolados por un peligro luchan por un trono o poder de decisión que les convierta en héroes, en Infierno blanco esa toma de decisiones recae en el propio saber de cada personaje, y sólo la figura Díaz (interpretado por un eficiente Frank Grillo) parece querer discrepar desbordado por la situación que vive.

Una situación que logra sumergirnos de pleno en una atmósfera a ratos irrespirable, donde la espléndida fotografía de Masanobu Takayanagi sabe qué tintes debe tomar en cada momento el escenario dependiendo del tono que Carnahan desea imprimir, y es que como dije, se guarda algún que otro momento dramático que queda perfectamente reforzado por esas postales que nos brinda el excelente director de fotografía (y que, dicho sea de paso, es una pena no poder incluir en el artículo, pues son una delicia) y unas interpretaciones que están realmente medidas para el tipo de trabajo que debería ser Infierno blanco.

Parece que, definitivamente, el californiano lo ha logrado de nuevo, y es que desde la más que recomendable Narc parecía absorbido por una industria cuyos proyectos no hacen justicia a un talento como el que parece tener, y aunque en el recuerdo quede ese último plano verdaderamente innecesario y cobarde (en especial, teniendo en cuenta el transcurso del film), también queda en la memoria ese disfrute por poder ver una de esas cintas tan inusuales como tensas, estremecedoras y bellas, que con un verdadero remolino de sensaciones logran hacerle disfrutar a uno durante poco menos de dos horas y que, aunque no pasarán a la historia, como mínimo si será un placer poder revisitar en un futuro.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *