Un artista debe contar aquello que verdaderamente, desde el fondo de su ser, desea contar.
Para narrar la historia de una mujer que se casa ante la presión familiar con un hombre al que no ama y de cómo éste, tras ser engañado con otro hombre, comienza a hacerle la vida imposible, John Curran apela constantemente a las emociones y el resultado, lejos de profundizar y conmover, se queda en un hartazgo de superficie emocional. A pesar de poner toda la carne en el asador o, probablemente, por ello, lo que en las grandes novelas decimonónicas llega, en ocasiones, a provocar un verdadero impacto emocional por la franqueza con la que están narradas, no alcanza aquí el tan preciado rango de gesto auténtico, de relato contado por necesidad o, al menos, con afán de expresión sincera. No basta con que lo parezca: el acto, la actitud, debe palpitar en la pantalla y en El velo pintado no lo hace.
En el primer acto de esta segunda adaptación de la novela de Somerset Maugham (la primera corrió a cargo de Richard Boleslawski en 1933) transcurre lo que podría haber sido casi media película. No se entienden tantas prisas en el comienzo para después ofrecer un estancamiento argumental en el que se redunda, durante toda la hora siguiente, en lo obvio, en lo ya comprendido (por suerte, faltaría más, el último segmento ofrece novedades). A causa de abruptas elipsis, el comienzo transcurre apresurado y dicha condición del relato imposibilita la conexión rápida, directa, que requiere una historia de esta índole entre el espectador y los personajes. Como consecuencia, la interacción se resiente y el primero va detrás de los segundos hasta mucho tiempo después, cuando, por fin, se accede a cierta compasión por el matrimonio, en especial por ella, si bien el material de primera del que disponían para ello ya ha sido desperdiciado en gran medida.
El velo pintado está repleta de pequeños detalles dispuestos de forma impostada para que el relato avance por atajos, especialmente en el tramo inicial, si bien la anomalía no desaparece del todo a continuación, sino que sólo disminuyen los momentos en los que se manifiesta. Como artimañas complementarias a ésta que empañan la faena, cabe mencionar también el persistente uso del hilo musical que refuerza las escenas y un simbolismo inocente que salpica el metraje.
Los parajes exóticos, la grandilocuencia, el sentimentalismo que destila, el tono dramático y el ritmo lento y contundente no parece que respondan tanto a una loable intención de desmarcarse de la extendida mediocridad hollywoodiense como a una estrategia para ajustarse a las bases de eficacia probada del melodrama romántico de época. Lo mismo sucede con la exposición de la situación política y la terrible epidemia de cólera que asola toda una región china: más que como alegato sentido contra el terror vital y la injusticia (natural, valga la paradoja, y social) da la sensación de que Curran sólo lo emplea como material narrativo aprovechable.
Sin embargo, sin duda estamos siendo demasiado severos. El velo pintado es un filme dotado de buenas interpretaciones y una innegable belleza plástica que, a medida que avanza, trata de desprenderse de la simplicidad inicial. Asimismo, su tema principal, la pasión, contiene sustancia, aunque levante sospechas (lo mismo: ¿es para Curran algo más que material narrativo aprovechable?). Se tocan también las zonas limítrofes de la pasión: la traición, la venganza, la contención, la propiedad, que luchan, entre todas, por dotar de vida y complejidad a una película que aparenta ser mucho más de lo que es.
Conforme… xD Buen trabajo.
Para nada de acuerdo con casi nada. Solo de acuerdo con lo de las buenas actuaciones.