20 de abril de 2024

Críticas: I Festival Márgenes

Entre los días 20 y 29 del pasado febrero se celebró la primera edición del Festival Online de Cine Español al Margen. El equipo de Cinema ad hoc tuvo ocasión de ver todas las películas a concurso. Y, como es habitual, a continuación nos despachamos a gusto.

 

PELÍCULA GANADORA: True Love, de Ion de Sosa (por Grandine)

No es de extrañar que un trabajo como True Love haya terminado imponiéndose en un festival como Márgenes, en especial si atendemos al crecimiento de ese cine tan autoral y propio que viene dándose últimamente en nuestro país (desde los Lacuesta y Guerín, hasta otros títulos como Las olas o Aita, pasando incluso por cineastas como Albert Serra o Daniel V. Villamediana). Su peculiar punto de partida nos sitúa ante una relación donde cualquier causa y consecuencia no se verá reflejada en ninguna situación o conflicto, sino en el entorno en el cual conviven los dos protagonistas. Un entorno que muta a raíz del camino que toma esa relación, y que muestra mediante una serie de lugares todo tipo de variaciones en un film que se intuye más como un experimento que como cualquier otra cosa. La cuestión es que en True Love se advierte más la presencia del director de lo que debería: es cierto que se acoge a una forma y no se desprende de ella (quitando un par de momentos) hasta el final, pero tan cierto como que de Sosa está dando vueltas sobre una tierra de nadie que lo único que logra es que uno termine desconectando de la propuesta antes de tiempo. Otra vez será.

 

Buenas noches, España, de Raya Martin (por Cristian Perelló)

Con un presupuesto mínimo y rodada en sólo unos días, Buenas noches, España, del filipino Raya Martín, es una road movie rabiosamente experimental interpretada por Pilar López de Ayala y Andrés Gertrudix, quienes prácticamente ejercen de modelos, de formas humanas a las que la cámara sigue. En la imagen de la película destaca el uso de filtros monocromáticos al modo de grandes cineastas del mudo como Griffith o Murnau y la construcción de la composición de tomas que a veces avanzan, pero otras veces se repiten, idénticas o con ligeras variaciones. Sobre ellas, una banda sonora eminentemente noise salpicada de efectos sonoros humorísticos como (otro) elemento desconcertante. Imperfecta, fascinante, situada a medio camino entre el cine de ficción y el cine documental, Buenas noches, España propicia un diálogo entre dos impresiones: una, que Raya Martin está realizando principalmente una serie de probaturas visuales; la otra, que, desde el principio, el autor filipino tiene perfilados unos objetivos bien definidos. Asimismo, revela dos muy sugestivas investigaciones: una, explícita, sobre el hecho cinematográfico en sí y otra, que se puede advertir, casi intuir, a través de “la vidriera”, sobre la condición, el viaje y el misterio humanos.

 

Circo, del Colectivo Los Hijos (por Daniel de la Cuesta)

En el ocupado folio donde se escribe la evolución del cine documental, el Colectivo Los Hijos descubre y explota orgulloso un amplísimo margen formal. Circo es una oda al feísmo cotidiano como heredero transgresor y contrarrevolucionario del Kino-Glaz de Vertov. Partiendo de un mundo a priori mágico, que retrotrae a las entrañas de nuestra infancia, se desmonta el artefacto con una realización deliberadamente descuidada, obtusa, ausente de montaje. Ausente de magia. Si la vida es aburrida, monótona y no contiene interés especial en la mayoría de sus momentos, ¿no debe serlo también la videorrealidad? Arrancarle elementos de raíz a la creación artística es necesario para la reflexión sobre su pasado, arriesgado en relación a su presente debido a su aridez para con el espectador y útil en la búsqueda de un camino futuro. Convertir ese mecanismo en fuerza motriz única y absoluta resulta más cuestionable, ¿qué es el cine -o el circo- sin ilusión? La respuesta la tenemos delante: nada.

 

El mundo que fue y el que es, de Pablo Llorca (por Martín Cuesta)

No son pocas las obras que, de una manera u otra, intentan explicar la evolución de la militancia comunista a lo largo del Siglo XX y es que, al fin y al cabo, ver reveladas paulatinamente las contradicciones internas o mostrar los conflictos entre los ideales y la terca, tozuda realidad no dejan de ser temas muy cinematográficos. Algunas de estas obras se asientan en el documental puro como Asaltar los cielos (José Luis López Linares y Javier Rioyo, 1996) o la magnífica El último bolchevique (Chris Marker, 1992), otras en el biopic dramatizado como Rojos (Warren Beatty, 1981). El mundo que fue y el que es pretende recorrer un camino que bordea ambos territorios y, sin embargo, no consigue asentarse en ninguno. El gran problema de la película es, irónicamente, el mismo que plantea en su metraje: la confrontación entre los sueños y la realidad, entre lo deseado y lo que se obtiene. Si el director de Jardines colgantes o Todas hieren carecía de medios para contar lo que quería contar, tal vez debería haber modificado la naturaleza de su historia antes que sobreutilizar unos confusos y cerradísimos planos que dicen más de lo que callan acerca de su pobre ambientación, de su falta de recursos, de cierta apatía narrativa. Las escenas de acción son más propias de un cutre programa de televisión que de una obra cinematográfica y su propuesta temática carece de la necesaria sutileza. En definitiva, un proyecto fallido tanto en sus pretensiones como en sus hechos, una no buscada metáfora de la historia que pretende narrar.

 

Fiebre, de Ignacio Guarderas (por Favio Rossini)

Desde los caloriles veranos de Almuñécar, Ignacio Guarderas nos adentra en una historia sobre una familia desestructurada (¿cuál no lo está?), en la que una madre se las apaña para criar lo mejor que puede a su hijo entre las movedizas arenas del paro y la falta de sustento. Fiebre adopta un ritmo lento, de parado en la cola del INEM, pero que poco a poco nos va ganando con ese tono casero que huele a historias vividas, a empatía, a preocupación por los devenires de unos personajes que desde un principio nos ganan por su cercanía y verosimilitud. Olaia es una madre jipiesca (o perroflauta, que dirían los modernotes) del sur, que nos guía por algunos pocos capítulos de su vida en los que se ahonda en la tragedia del tedio del parado desde un realismo que llega a ser mágico (qué escena tan portentosa aquella en la que el hombre va en busca del balón y vuela como sus pensamientos) y en la que no hay cabida para una trama en sí, puesto que en su vida no pasa absolutamente nada, y es ahí donde está la gracia. Lástima ese final, que tira un poco al traste todo lo conseguido anteriormente usando un recurso fácil y sin sentido para terminar una historia en la que no debía, ni podía, pasar nada.

 

Historia de un director idiota, de Sergio Candel (por Sergio Andrés)

En el año en el que los grandes homenajes al origen del cine han triunfado, con The Artist y La invención de Hugo a la cabeza, Historia de un director idiota propone su particular homenaje a un cine, a un cine radicalmente distinto, pero que en el fondo intrínseco de la naturaleza del propio film mantiene la esencia que hace viva cualquier producción audiovisual, sin tener en cuenta la magnitud del presupuesto, el amor al cine. Historia de un director idiota escenifica el esfuerzo que se hace para sacar adelante un largometraje de ínfimo presupuesto. El esfuerzo inhumano de un director que tiene que planificar todo a velocidad despiadada y sin cometer error alguno. El esfuerzo del equipo técnico, desde el operador cámara hasta el técnico de sonido que hacen su trabajo por cariño a la profesión sin recibir recompensa económica alguna. El esfuerzo de los actores para concentrarse y sacar a relucir su talento en mitad de la vorágine del rodaje. La cinta de Sergio Candel no pretende más que eso, y no va más allá. Con una serie de diálogos nimios pero rebosantes de enorme naturalidad, el film se resguarda y ofrece su punto álgido en la comedia, sobre todo en aquellas escenas que rozan lo esperpéntico, pero rebosan espontaneidad y sencillez. Una película sin grandes pretensiones, pero a la que hay que tratar como es: sencilla y llena en toda su magnitud de amor al cine.

 

Holidays, de Víctor Moreno (por Antonio1004)

La propuesta de Víctor Moreno no podría resultar más honrada y justa dentro de la iniciativa del Festival Márgenes. Holidays no sólo es un tipo de cine que se encuentra en los márgenes de la industria cultural, si es que ambas palabras pudieran escribirse juntas, sino que consecuentemente es un cine sobre los márgenes de nuestra propia realidad. Esta actitud tan necesaria nos transporta a un desconocido Lanzarote, el más tradicional y rural que si nadie lo impide va camino de desaparecer mientras el turismo vacacional crece de forma masiva. A modo de contemplativo documental, sin voz en off ni entrevistas personales (y es que nadie puede hablar mejor que la tierra misma), intercala largas secuencias desnutridas de artificio, reflejando el estilo de vida rural y cultural ya olvidado, con otras reveladoras grabadas por turistas británicos durante sus vacaciones en la isla, hasta que una de estas turistas encuentra arraigo en la vida rural de Lanzarote, descubriendo(nos) que es posible mantener viva la tradición. En ese contraste y perdida lucha se encuentra el reflexivo y silencioso discurso de un documental que plantea incómodas dudas sobre hacia dónde nos está llevando el progreso, y que para no olvidar el pasado recuerda la figura de César Manrique por su trabajo para respetar el medio ambiente de la isla y hacer de él parte de su obra artística, como lo es ya Holidays del Lanzarote que no saldrá en ninguna guía turística.

 

Los amores difíciles, de Lucina Gil (por Mnemea)

Amor y complicaciones, siempre cogidos de la mano, no hay distancia entre ellos pese a no tener el mismo significado. Lucina Gil así lo entiende, y retrata con pequeños pasajes encontrados lo fácil que es amar y lo difícil que resulta ser correspondido. Lo que se comprende como un amor que sigue vías no recíprocas. Persigue personas de todas las edades, razas y condiciones sociales dándole presencia y protagonismo a los que realmente aman, y mostrando de pasada, como si fuese un elemento prácticamente inerte a los que se venera sin condiciones. Pero comete un pecado y es que no se conforma con contemplar lo que en un verano le ocurre a estas personas, intenta crear la magia con elementos impostados, quiere documentar la naturalidad y la destruye provocando intencionadamente imágenes que evocan una ausencia que seguramente no creería haber logrado sin un poco de su ayuda para enriquecer el documental. Si omites el detalle, queda un poco de sencillez en las intenciones de los especímenes estudiados, ya que no se presentan casos extremos llenos de lirismo, pero el conjunto se convierte en un producto tan olvidable como algunos de estos flechazos pasajeros resultarán para aquellos que no lo correspondieron. Aquí no hay espacio para la verdadera tristeza, será que la gente tiene tendencia a llorar cuando ya está muy avanzado el otoño, así que sólo queda sentenciar lo que no se dijo o no se consiguió dar a entender, pero apetece reivindicar: corazón, eres tonto.

 

Margarita, de Albert Pons (por Sarajeski)

Los mejores instantes del documental de Albert Pons se encuentran en su inicio, cuando vemos, perplejos e incómodos, la cotidianeidad de la muerte ante un número de personas ya cercanas a ella y la naturalidad con la que se enfrentan. Luego nos detenemos en una de esas extrañas parejas que bien podrían poblar cualquiera de nuestros pisos y a la que apenas dedicamos atención en nuestra vida diaria. Margarita es una anciana que vive sola en su piso siendo “asistida” por una amiga de su difunta hermana, Pilar. Margarita es casi una inválida, mientras que Pilar es de esas mujeres que llegadas a una edad están fatal de la azotea. Entre ellas no hay amistad y se pasan las horas conspirando y hablando mal la una de la otra delante de la cámara. Las imágenes del documental caducan en el transcurso mismo del metraje debido a que todas las cartas quedan sobre la mesa en demasiado poco tiempo. Su director quiere hacer un paralelismo entre lo narrado y el derribo de un edificio viejo cercano a la vivienda de Margarita. No es mala su intención, aunque el resultado deja que desear. En resumen es un documental que comienza fuerte para detenerse en la relación de la extraña pareja formada por Margarita y Pilar. La vejez, la soledad, la pérdida, la muerte… tal vez demasiados temas a querer tratar. La sensación final es agridulce: no es para nada un mal documental, pero ese inicio daba muestras de poder llegar bastante más lejos.

 

Rayito, de Lois Patiño (por Sergio de Benito)

El Rayito al que hace referencia el título es un payaso esquizofrénico, antiguo cantaor de flamenco y exconvicto. No vive con tu madre en un castillo, sino junto a su mujer enferma en una pensión de la que nunca sale sin su disfraz, supeditando su marginal existencia a la exposición de sí mismo quieto y mudo ante un mundo que se mueve a otro ritmo. Según el director Lois Patiño, su voluntad primera al rodar el documental fue indagar en los motivos que le podían haber llevado a vivir siempre bajo kilos de maquillaje, así como en la medida en que su verdadera identidad se veía afectada por ello. Pero este modestísimo trabajo parece rehuir todo sensacionalismo acerca de su pasado, que se nos muestra en varios rótulos explicativos, para centrarse en la rutina cotidiana de un perdedor, un hombre anónimo que parece haber encontrado su lugar precisamente fuera del mismo. En una sociedad y una ciudad que se transforman a pasos agigantados, Rayito sobrevive gracias a un oficio cada vez más degradado, intentando hacer sonreír a niños que delante de él se hacen llamar Wisin y Yandel y trabando relación con otros outsiders que comparten su estilo de vida. Queda, en definitiva, un trabajo curioso, probablemente más apreciable para quienes en sus rutinas diarias se crucen con decenas de Rayitos sin apenas advertir su presencia.

 

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