29 de marzo de 2024

El director olvidado de Martín Cuesta

¿Se han quedado prendados alguna vez de los planos secuencia de Martin Scorsese o Paul Thomas Anderson? Sepan quién fue la inspiración de muchos de ellos.

El primer problema que suele surgir al estudiar la obra de un cineasta soviético es intentar analizar su obra desde una perspectiva meramente cinematográfica, intentando dejar a un lado el obvio mensaje político/panfletario. ¿Se puede analizar una obra artística sin tener en cuenta un contexto tan cerrado? ¿Es posible o aceptable comentar la obra de Riefenstahl o Eisenstein sin aludir a los regímenes en los que desarrollaron su trabajo? Nuestra respuesta es que sí y no, es decir, debemos pensar en el contexto en el que fueron realizadas pero sin que nuestras ideas personales mediaticen la opinión artística que sus películas merezcan y, al mismo tiempo, nos parece algo hipócrita emitir juicios morales desde la comodidad de nuestra mucho menos conflictiva época, desde el relax de nuestros confortables sillones.

Mikhail Kalatozov nace en 1903 en Georgia como Stalin que es, pese o por culpa de ello,  una de las naciones soviéticas más castigadas por el nacionalismo granruso del camarada Dzhugashvili. Desde muy joven interesado por el mundo del cine, lo estudia en la Academia de arte de Leningrado y participa, durante los permisivos (en lo cultural) primeros años 20, en algunas películas rodadas en georgiano, como actor, como guionista y como codirector, creándose un nombre y empezando a forjar un estilo personal e inconfundible que fructificará en su primera película dirigida en solitario, Sal para Svanetia.

Como decíamos al principio, debemos situar cada obra en su contexto y Svanetia está realizada en el entorno del furor colectivista de Stalin, de la brutal intentona de transformar el tradicional entorno agrícola ruso en grandes granjas colectivas, los koljoses y los sovjoses y de marcar las diferencias entre los campesinos pobres y la perseguida clase de los kulaks. Formalmente Sal para Svanetia ya apunta muchas de las obsesiones que forjarán el cine de Kalatozov, con sus marcados contrastes y claroscuros, el efectivo dramatismo de sus planos y su narrativa relacionada, en cierto sentido, con la tierra que pretende filmar, en este caso esa aldea perdida en las montañas del Cáucaso que Kalatozov aprovecha para recrearse en sus saltos de agua y sus acantilados cortados a pico. En definitiva, una ópera prima interesante en lo artístico y muy condicionada por la efervescencia revolucionaria estalinista.

En el mismo contexto revolucionario se puede situar El clavo en la bota: en un campo de batalla de la guerra civil rusa se le encarga a un soldado la misión de avisar a sus mandos de un próximo ataque, esta misión se verá obstaculizada por el clavo al que hace referencia el título de la película. En la segunda parte del film somos testigos del juicio al que se verá sometido por no haber podido cumplir su misión tal y como se le exigía. Kalatozov vuelve a derrochar poderío visual en esta obra rodada justo tras Svanetia y que será la última que rueda en Georgia, curiosamente esta obra sí choca con la censura por considerar su tono demasiado pesimista.

Durante los siguientes Kalatozov termina sus estudios en Leningrado, graduándose en 1937  y siendo contratado por los estudios Lenfilm para los que dirige dos películas centradas en el mundo de la aviación: Valor y Wings of Victory que, por lo que nosotros sabemos, son difícilmente conseguibles al menos para el espectador medio. Tras ese periodo empezará a trabajar con los míticos estudios Mosfilm rodando películas como Tres hombres en una balsa o El primer convoy y ocupando cargos políticos relacionados con el cine, pero no será hasta la muerte de su compatriota Stalin cuando ruede su primera obra maestra que le dará, al mismo tiempo, gran fama internacional, hablamos de Cuando pasan las cigüeñas.

Cuando pasan las cigüeñas está claramente influenciada por lo que el escritor Ilya Ehrenburg llamó el deshielo, es decir, el (breve) periodo de desestalinización por el que pasó el país con Nikita Jrushchov, así la película huye del tradicional estilo narrativo grandilocuente para las películas soviéticas enclavadas en la II Guerra Mundial y se centra en la dolorosa historia de amor entre Boris y Veronica (increíblemente bella Tatiana Samojlova), truncada cuando el primero tiene que partir de Moscú con destino al frente. Veronica, por su parte, se verá acosada sentimentalmente por Mark, un pianista que ha podido eludir la participación en la guerra.

Si el tratamiento temático es novedoso el artístico es sencillamente espectacular, con una cámara que parece impregnada del ánimo de sus protagonistas, que parece volar libre con la felicidad de la joven pareja o girar sin sentido en medio de la locura de la guerra o, en fin, hundirse en la depresión con la soledad y el abatimiento de Veronica tras el abandono de Moscú y la falta de noticias de Boris. En definitiva, un milagro visual en el que fondo y forma se complementan admirablemente en una de las películas más destacadas de toda la década y que ganó, con toda justicia, la Palma de Oro en el Festival de Cannes de 1958. A todos los que tengan algún tipo de prejuicio por ideas preconcebidas sobre el presunto «aburrimiento» del cine soviético, se la recomendamos ardorosamente.

Al cobijo del éxito de Cuando vuelan las cigüeñas, Kalatozov rueda La carta que nunca fue enviada y con ella podríamos incidir en algo que ya comentábamos al hilo de su anterior película, una historia que en principio podría dar lugar a una epopeya glosando la grandeza de la patria soviética (un grupo de geólogos busca en la tundra siberiana minerales para beneficio de la Rodina) se transforma en un drama personal íntimo, trufado por las pasiones y los sacrificios individuales. Impensables en otras épocas resultan los momentos en los que los geólogos tratan de establecer comunicación con su centro organizativo en Moscú que, sencillamente, no contesta… ¿una metáfora de la falta de conexión de los prebostes del Partido con su pueblo?

Formalmente son sorprendentes sobre todo las secuencias en las que la cámara se aleja de los grandes espacios abiertos siberianos y parece presa, al igual que los protagonistas, de un laberinto de manglares y raíces, de un pantano tan enmarañado y profundo como las pulsiones que vibran en el interior de algunos de los personajes y que tendrán su parte de culpa en el tono trágico que domina la historia. De nuevo fondo y forma crean un todo perfectamente conectado, además de volver a contar como protagonista con Tatiana Samojlova, un placer para los sentidos por su belleza y su actuación.

Tras el triunfo de la revolución castrista se producen una serie de intercambios culturales entre Cuba y la Unión Soviética, en este marco tiene lugar la llegada a la isla de nuestro georgiano favorito con el objeto de rodar la que será su última gran película, Soy Cuba, una narración poderosísima que supondrá, por una parte, la culminación de su personal estilo y, por otra, su relegación artística a causa del fracaso comercial de la película… al menos hasta ser rescatada por algunos cineastas norteamericanos, pero no nos adelantemos.

Si a Soy Cuba se le puede achacar lo excesivamente planos que son sus personajes, prototipos que pretenden simbolizar los diferentes puntos de vista a favor o en contra de la Revolución, es en su prodigioso aspecto visual donde Kalatozov imprime con mano maestra un estilo que aún asombra hoy en día. Su cámara sobrevuela como un pájaro las montañas y baja para fundirse con la tierra en las plantaciones de caña de azúcar, baila en las fiestas de los hoteles e incluso se toma un baño en sus piscinas, llora con el ritmo de un bolero o nos llena de emoción con un plano cenital de un entierro. Plano secuencia tras plano secuencia asombrará a Martin Scorsese cuando éste pueda ver una copia y será uno de los protagonistas en su rehabilitación, la influencia en alguna de sus películas o en las de otros como Paul Thomas Anderson es fácilmente perceptible.

Tras el fracaso comercial de Soy Cuba Kalatozov tardará siete años en poder volver a rodar una película y esta vez será La tienda roja, una coproducción internacional en la que contará con estrellas como Peter Finch, Sean Connery o Claudia Cardinale y que, pese a buscarla denodadamente, no hemos podido localizar. Sí llama la atención que su temática vuelva a confrontar al ser humano y su relación con la naturaleza, como en el caso de La carta que nunca fue enviada, al contar la historia de Umberto Nobile y su fallida expedición en dirigible al Ártico y que será el punto final a su carrera.

Cabe resaltar a modo de colofón de este artículo que, si bien Kalatozov ha sido reivindicado por algunos cineastas posteriores, nunca ha tenido la consideración entre el gran público que otros cineastas soviéticos como Eisenstein o Tarkovski, jugando alguna de sus películas en la misma liga que la de estos grandes maestros. Si este estudio sirve para que quien lo lea sienta la curiosidad de profundizar en la mirada de la Samojlova o de recrearse en la portentosa cámara de Soy Cuba, ya se habrá cumplido una parte del objetivo con el que fue escrito. Que lo disfruten si es así.

3 comentario en “El director olvidado de Martín Cuesta

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