La primera incursión en la gran pantalla (a ambos lados) de Demian Sabini tiene algo que te hace mirar los terrados de los demás. Seguimos descubriendo la Sección Oficial del Atlántida Film Fest.
Recuerdo cuando el vecino del edificio de al lado se iba al terrado a tomar el sol desnudo. Por aquella época la gente subía a tender ropa o a disfrutar del paisaje (igual no tanto de las excentricidades del vecino), pero aquello terminó cuando empezaron a crecer edificios mastodónticos alrededor y dejar la ropa sin vigilancia significaba que se iba a terminar de secar lejos, muy lejos, gracias a las confianzas de aquellos que aman lo ajeno. Todo culpa de una ciudad que no conocía aún las palabras «plan de urbanismo» y había olvidado la palabra «civismo». En realidad recuerdo muchas historias de terrados, pero si lo pienso detenidamente todas tienen un mismo final, la abstracción de la realidad común, de lo que afecta a todas horas, la búsqueda de la expiración de los problemas.
En términos de reducción significativa, es lo que pasa en la película: unos jóvenes que suben a terrados que encuentran abiertos para pasar el día. Un nuevo formato de nihilismo. Pero esta no creencia en el progreso es impuesta, ni siquiera la pueden defender los personajes del film por derecho propio porque les imponen no avanzar, y el director, de un modo sabio, dedica Terrados a todos aquellos que no encuentran su lugar en el mundo en algún momento de su vida, justo ahora que nos quieren obligar a perdernos.
Tenemos al protagonista, el muchacho de barba, la parsimonia de su día al sol con unos cuantos amigos en algún lugar bien alto, y tenemos los flashbacks, la muestra de cómo dejó de afeitarse cada mañana y evolucionó su barba. La barba es sólo pelo, pero detrás se encuentran los problemas actuales de paro, destrucción de empresas y la continua disertación que titularé «Universidad y utilidad, ¿verdad o atrevimiento?» como superficie, la intensa búsqueda del verdadero yo, cuando todo lo anterior hace que te replantees dónde estás y adónde quieres ir.
Todo suena a historia tópica si no fuera por ese discurso, o mejor dicho, escenario, que la hace distinta, entrar en un lugar prohibido donde nadie te va a buscar y matar el tiempo. Es como una ironía bien buscada, porque el éxito siempre te manda subir cuando ellos suben por motivos más cercanos a un fuero interno alterado. La rutina del camino al éxito está cortada, así que la nueva rutina los convierte a ojos de los demás en lo que yo me niego a llamarles si no les veo acompañados de perros y tocando flautas. Es como lo de la barba, lo superficial, porque en realidad son abogados, licenciados de varias carreras, gente que ha vivido de sus trajes y que ahora están estancados y se separan de la cotidianeidad, viendo con otros ojos los cánones sociales.
Hay un momento crucial en la película, durante una entrevista de trabajo que hace el protagonista, cuando sorprendido, pregunta «qué tiene que ver mi preparación con que lleve barba?», algo que suena a injusto e irracional pero que resulta tremendamente útil para que te pongan etiquetas que no has buscado. Es decir, como si fueras un producto, te vendes o desapareces. Pero nos creemos las etiquetas, vemos el inicio de la película y te apetece subir a un lugar cualquiera a ver el tendido de antenas televisivas. Sigues y vas descubriendo los pormenores y situando los personajes que se convierten en los pilares del protagonista, el jefe que se ha perdido y por no entender bebe, la novia que desea la vuelta a la normalidad, en definitiva, los dos caminos que se le presentan. Los demás son los estereotipos de ambos caminos llevados al extremo. Termina y te das cuenta de que si te sigue atrayendo subir escaleras es que algo falla.
Todo se muestra de un modo sosegado, apacible, con luz, mucha luz, el propio título es lo que promete, y con sentencias discursivas, así que el que esté cansado de meterse en crisis y vea que no está en ninguna parte la puerta de salida, y quien odie los consejos y las conclusiones de los demás porque ya resultan repetitivas, encontrará aquí una película en la que descansar. ¿O no es esa barba un salvoconducto donde encerrarse y que a uno le dejen en paz?