24 de abril de 2024

D’A 2012: Debuts y cine inconformista

Tras el arranque el pasado viernes del D’A 2012, ayer empezaba para Cinemaadhoc nuestro particular periplo en este festival. Periplo que se inició con una de las muchas cosas que pretende fomentar el festival, que no es otra que los autores noveles o las óperas primas de gente sin ni siquiera experiencia en el mundillo.

De hecho el primer film de la tarde, El alma de las moscas, provenía de un cineasta inexperto hasta ahora en cualquier campo relacionado con la cinematografía ya que, como él mismo explicó antes de comenzar el visionado (asistió a su presentación en España, puesto que hasta ahora había recorrido festivales internacionales), lo suyo siempre ha sido el cine pero no llegó a estudiarlo. Partiendo de esa base, se puede encontrar en esta atípica road movie, que aborda temas como la soledad, la nostalgia o el encuentro con un optimismo fuera de lo común, un amplio abanico de referencias humorísticas que nos llevarían desde el absurdo de los Monty Python hasta la versatilidad de los Marx, pasando por otros referentes que completarían esta pieza como el minimalismo de Kaurismäki o la magia de Kusturica. Así, a partir de una premisa tan común como el cruce entre dos personajes que prácticamente se podría tildar de antagónicos, es como Jonathan Cenzual disemina una relación que pasa por infinidad de divertidos capítulos en los que la aparición de personajes a cada cual más estrambótico resulta clave para moldear la obra y otorgarle ese positivismo del que hace gala y que, a la par, termina definiendo el linde y las intenciones del conjunto. A resumidas cuentas, un excelente ejemplo de cómo reemplazar los medios por la imaginación, la falta de presupuesto por la economía de recursos, y la poca experiencia por la frescura del conjunto. «Chapeau».

En segundo lugar, le tocaba el turno a L’Apollonide de Bertrand Bonello, y ante las altísimas expectativas de una sala cuasi repleta el sexto largometraje del cineasta galo no decepcionó. Tras una presentación en la que Violeta Kovacsics destacó algunos de sus elementos más importantes y también alguna que otra secuencia de impresión, comenzó el visionado. Quizá lo más sorprendente del trabajo de Bonello está en esa huida, en determinados aspectos, de un naturalismo que le queda lejos debido tanto a su empleo de una banda sonora que está engarzada con un gusto exquisito, como la sucesión de algún que otro conflicto para llevarnos de la mano (en ocasiones, más bien del cuello) a través de un viaje elegante e intimista en el que la definición de algunos de sus caracteres cobra una importancia capital para comprender hacía donde pretende llevarnos Bonello con su film, y es que ante una película que podría haber sido coral (aunque a ratos, inevitablemente, se sienta así), el hecho de toparse con unos márgenes tan bien definidos y trazados con ese pulso digno de elogio, logra que ser parte de ese burdel sea más fácil. Además de ello, el trabajo realizado en interior destaca por una luminosidad y un uso del color que se antojan más complejos de lo que parece a simple vista debido a la gran cantidad de aristas que posee un trabajo tan minucioso como provocador, que más que buscar transgredir las fronteras de un cine inconformista, nos deja con un palmo de nariz con una conclusión atronadora y que, por poco que uno piense en ella, se antoja terrible.

Para culminar el día, el griego Babis Makridis nos preparó con L otro cóctel que vuelve a dejar patente que Canino ha marcado y marcará a una generación de cineastas en Grecia, y es que si bien el debut de este cineasta no llega a donde llegó el film de Lanthimos (cosa harto difícil, en especial habiendo ya un «original», por así decirlo), sí hay que reconocerle una mala leche desaforada que nos sitúa en un mundo donde el ser humano parece haberse despojado de su humanidad y sólo se debe a una herramienta, esa que le provee un trabajo a través del cual sentirse parte de los engranajes de la sociedad. Unos engranajes que aquí definen distintos vehículos según sus características o debilidades, y que Makridis desvela con trazo poniéndonos en la piel de ese conductor cuya única meta es encontrar un lugar de integración, e integrar a todos aquellos que le rodean. Pese a esa intención crítica de cargar contra una estructura determinada que nos define como poco más que autómatas, el principal problema de L es que pierde su intensidad y también sus ganas de reírse, que se terminan desvaneciendo con claridad pese a una conclusión que, por absurda y desopilante, termina dando el sentido y la direccionalidad exactas a este debut, pero no logra ensalzar un conjunto que aunque no carezca de cohesión, deja demasiado a merced de ese humor unos resultados que podrían haber sido poco menos que brillantes.

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