28 de abril de 2024

Versus: Assault on Precinct 13 (1976 / 2005)

Casi tres décadas después de la obra maestra de Carpenter, su remake nos dio las claves por las que, precisamente, posee tanto valor el original. A continuación, analizamos estas y otras cuestiones en un nuevo versus.

Una de las mayores y más superficiales diferencias las encontramos echando una ojeada al encabezado de este artículo. En él, podemos observar como aquel personaje que parecía emanar tensión sexual por los cuatro costados, ha sido transformado en su remake en otro personaje que parece poco más que una buscona y que coarta las posibilidades ofrecidas en el original, donde las relaciones entre personajes se desgranaban con unos pocos gestos y una sutileza inusitada (y acompañada por diálogos escasos), y que se arranca de cuajo en la película de Jean-François Richet desde su misma raíz, o lo que es lo mismo, desde la caracterización inicial de unos carácteres que prácticamente en su presentación como tales parecen algo más cercano a un elefante entrando en una cacharrería que otra cosa. Además, y empuñando esos diálogos que en el film de Carpenter coexistían a regañadientes con una banda sonora que prefería hacerlos permanecer como actores secundarios, cualquier ápice de conflicto (ya posea la menor -como la inane relación entre el prota y su psiquiatra- o mayor gravedad) es tratado con el máximo estruendo posible: conversaciones a viva voz para dar falsas pistas (que en el fondo no son tal) al espectador, pistolas en mano ante cualquier suspicacia posible (que tampoco son tal) y peleas de tanto en tanto para que el espectador no se vaya a aburrir.

Hasta ahora, he hablado de las claves que confluyen en lo que sería la superficie de Asalto al distrito 13, pero si nos sumergimos en el contexto y marco del original realizado por Carpenter, nos damos cuenta todavía de más cosas. La primera, que a día de hoy un remake de Asalto a la comisaría del distrito 13 se cae por su propio peso, y no sólo por el hecho de que su estructura argumental no podría ser la misma ya que el espectador necesita verosimilitud y sobreexplicaciones estúpidas, sino porque esa convulsa violencia que confluye en el original era imposible de representar y orquestar a día de hoy por una maquinaria como la de Hollywood; porque ya no hablamos de que secuencias como la del heladero (impensable actualmente) hayan sido extirpadas de raíz, hablamos más bien del pretexto que deben tener todos y cada uno de los asaltantes para empuñar un arma y que no parezca un sinsentido o una batalla campal que, pudiendo existir, no se concibe debido a que los límites de ese mal llamado moralismo se han extendido hasta un punto infumable, en el que ver una teta resulta escandaloso, imagínense la muerte de una niña. Cierto es que, de todos modos, Richet lo intenta camuflar dando matarile a alguno de esos personajes que, a priori y por el rol tomado, no deberían terminar con una bala en la cabeza, pero tan cierto como que la crudeza y la descarnada violencia del film del neoyorquino han desaparecido de un plumazo.

Sería demasiado obvio hablarles de atributos capitales de Asalto a la comisaría del distrito 13 como esa portentosa banda sonora que compuso el propio Carpenter, pero visto el camino que decide tomar Richet en su remake quizá no lo sería tanto al encontrarnos ante una cinta donde toda la tensión y angustia generadas en el original se marchan por el retrete con una facilidad pasmosa, y es que el francés prefiere los adornos antes que otra cosa, así que más allá de esos ya mentados diálogos, nos topamos con un trabajo en el que cualquier excusa para injertar (porque parecen eso, más un injerto que otra cosa) cualquier secuencia de acción que dote de más dinamismo, menos silencios y mayor ritmo al conjunto está justificada sólo por el mero hecho de que nos encontramos ante otra película de acción al uso, cosa que rehuía con talento Carpenter, y que no parece importarle lo más mínimo a Richet con tal de armar un producto (he aquí otra de las grandes diferencias: pasamos de un cine que se podría denominar de guerrilla a un producto en el sentido más peyorativo de la palabra) mínimamente competente.

En definitiva, si alguien creía que tras un elenco verdaderamente fastuoso se podía esconder un remake que hiciese justicia, se equivoca y no sabe cuanto, pues lo único que encontrarán en esta propuesta más allá de ciertas similitudes argumentales y los nombres de Napoleon y Bishop usados en clave de homenaje, es una conclusión que también debe ser políticamente correcta debido a que el espectador ha empatizado con las dos cabezas que sobresalen (Byrne aparte) de este reparto, y es que aun siendo consciente de que ese final es similar al de la peli de mediados de los 70, donde allí confluían valores como la camadería y el respeto entre un policía y un asesino que entrecruzaban miradas en señal de aprecio, aquí la cosa se finiquita con un par de frases que nos indican que, más que respeto, hay que ser políticamente correcto para con los dos protagonistas de Asalto al distrito 13, dos protagonistas que se juran caza pero que, como suele ser habitual en estas producciones, terminan blandiendo una de esas medias sonrisas que, ante el plano con que concluía Carpenter, queda convertida en una mueca de desagradable sorpresa en la cara de un espectador que ha visto esa conclusión mil veces antes y que años atrás a buen seguro se fundió con ese trío protagonista irrepetible: Napoleon Wilson, Ethan Bishop y Leigh. Y no irrepetible porque servidor lo diga, si no porque Richet ha dado fe de ello.

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