29 de marzo de 2024

Críticas: Silencio de hielo

En los últimos años el thriller ha sufrido un lavado de cara gracias a cineastas que se han dedicado a poner patas arriba sus constantes y a subvertir sus claves como nadie lo había hecho hasta el momento. Ahí están David Fincher con su Zodiac, en el que el thriller se transformaba en un obsesivo retrato de una infructífera investigación o Kim Ji-woon con Encontré al diablo, que daba una vuelta bestial vuelta de tuerca al género poniendo al protagonista bajo la tesitura de uno de esos asesinos que perseguía con tanto ahínco. Todo sea dicho: no es la intención de Baran bo Odar seguir subvirtiendo claves del género, pero sí podemos entender su internada en el thriller como una necesidad cuyos fueros poco o nada tienen que ver con el territorio en el que decide trabajar el cineasta de origen suizo. Porque a través de Silencio de hielo arma una de esas propuestas cuya potencia dramática absorbe al espectador, y en el que no necesita ningún otro argumento afín a esa investigación sobre la que monta todo el relato para hablarnos sobre sentimientos como la soledad, la culpa o el remordimiento con un talento que está fuera de toda duda a juzgar por lo visto en su segundo largometraje.

Empecemos, no obstante, por el principio, a través del cual bo Odar nos sumerge en la década de los ochenta con un pulso digno de admiración: pues no sólo la ambientación está pulida hasta límites persuasorios para el espectador, también acompaña una fotografía que parece sumergirnos de pleno en otra época y unos actores caracterizados para la ocasión que no sólo convencen al respetable, sino que dan también la réplica perfecta a un trabajo tras las cámaras intachable. Sumidos ya en el contexto, y tras una escueta presentación, se nos introduce en el enclave de Silencio de hielo, donde bo Odar consigue transportarnos a un hecho atroz —una violación a una menor y posterior asesinato— con un tacto y unas formas que sorprenden: cada plano es la perfecta réplica al anterior y tanto el empleo del fuera de campo como un trabajo actoral —cuyos méritos seguiremos atisbando tras esa puesta en escena— magnífico nos dejan con el pálpito de estar asistiendo a lo que podría ser una verdadera joya del género.

Ese pálpito continúa durante la siguiente hora: se nos traslada 23 años más tarde, donde los hechos se repetirán y se dará lugar, a partir de ese instante, un aluvión de sentimientos encontrados presentados a través de una galería de personajes en la que cada detalle y sutil gesto nos indica la propia naturaleza de los mismos. Así, desde la madre que perdió a su muchacha, hasta el policía que fracasó en la anterior investigación y acaba de retirarse, así como un nuevo investigador también asolado por esa soledad que recorre con pasmo las entrañas de varios personajes, o el muchacho —ya adulto, con mujer e hijos— que asistió al terrible crímen, empezarán a consumirse en un verdadero torbellino de emociones que les llevará por caminos bien distintos.

Es, no obstante, y a partir de esa hora, con la aparición de un personaje verdaderamente vital para comprender el film en su totalidad, cuando todo el trabajo hecho por bo Odar se empiece a desmantelar precisamente por el comportamiento de un ente que no terminará de encajar hasta un plano final en el que realmente se comprende la entidad de tal personaje y las intenciones del cineasta al ponerlo en liza. No se convierte, de todos modos, esa presencia en su único dislate, pues su vertiente de thriller —sin querer ser desarrollada en exceso— empieza a tomar sendas infructuosas más dirigidas a dar una resolución satisfactoria al espectador que a otra cosa; hecho que afortunadamente termina esquivando su director con una última secuencia en ese ámbito —el de la investigación, se entiende— realmente hábil.

Silencio de hielo se transforma pues en una de esas sorpresas de la temporada que incluso extraña que no haya llegado antes a España, en especial pudiendo tirar del filón de Zodiac y ciertas similitudes tonales, y que atiende a la capacidad de un cineasta que demuestra saber trenzar imágenes así como componer una pieza donde lo importante siempre se desarrolla en capas subyacentes, y en ocasiones termina restallando en un contenido pero firme dramatismo del que bo Odar se aprovecha para terminar describiendo una historia en cuyo regazo se encuentra una soledad mucho más aterradora que los crímenes que en su día asolaron ese pequeño pueblecito.

2 comentario en “Críticas: Silencio de hielo

  1. Película de gente rarita, en cuya competencia por serlo, entran los propios personajes victimas, siendo al final un colectivo de gente rara, rara, con lo que uno no sabe quien es el psicópata, si el violador asesino o los propios policías, seguidos muy de cerca por las propias familias afectadas, lenta, y con excesivos vuelos sobre arbolados, que deben de ser la afición favorita de su director, llévese una almohada.

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