Críticas: Atrapados en Chernóbil

Que los nombres de sus protagonistas sean tan típicos no parece casual en una cinta que precisamente va de eso. Lo recurrente como principal empuñadura, y es que lejos de parecer que están en una ciudad al lado mismito de donde el reactor número 4 de la central de Chernobil se volatilizó, quedando toda la zona impregnada por una radiación que les podría dejar tiesos en cualquier momento, los personajes de Atrapados en Chernobil pasan olímpicamente de aquella máxima del cine de terror que dice que ir abriendo puertas de estancias desconocidas y correteando por lugares peligrosos no puede traer nada bueno. Sin embargo, ellos parecen rebelarse contra ello y sufrir una de esas regresiones que les trasladan directamente a cuando todavía eran infantes y sus madres les replicaban y prohibían cosas para terminar haciendo lo que les diese la real gana.

Pero empecemos por donde toca, que es otra de esas arquetípicas presentaciones (tanto como la cinta en sí) donde observamos a unos americanos haciendo, efectivamente, el americano por Europa. Lo de siempre, mucha tontería y mucho jolgorio para una cinta que, una vez se arranca, consigue otorgar muy buenas sensaciones. Brad Parker las imbuye en una atmósfera correosa que no abandona en casi ningún momento el film, y que por momentos del más extraño bizarro que se puedan producir en la cinta, se mantiene intacta y genera el clima necesario para que ese horror tan desconocido haga mella y el espectador no sepa exactamente donde le espera. Un horror a lo desconocido que se erige como una de las grandes bazas de Atrapados en Chernobil, pues el hecho de no desvelar de buenas a primeras en que se sostiene ese horror (sobrenatural, cosas de la radiación, animales feroces, etc..) logra conferirle un ambiente de incertidumbre que funciona a la perfección y se traslada también al espectador.

De este modo, el film de Parker se transforma en una suerte de mezcla entre el «survival horror» y ese tren de la bruja que tanto sorprendió en cintas como [•REC] de la cual, innegablemente, esta Atrapados en Chernobil bebe bastante. Por suerte, el director no se detiene en la referencia como principal salvaguarda para mantener su film a flote (aunque algún guiño hay ahí a Romero), más bien prefiere seguir alimentando ese terror a base de típicos sustos que funcionan a ratos y acontecimientos, cada vez más extraños, que desembocarán en un torrente de previsibles consecuencias (compañeros que se separan, madelmans que van al rescate de su amigo, etc…) que quizá es lo que termina lastrando un trabajo donde el sonido y la fotografía se alzan como verdaderos motores de la función manteniendo unos valores que tampoco hay que negarle a Atrapados en Chernobil, por mucho que a fin de cuentas termine siendo lo mismo de siempre.

Destaca también en ese marco de valores una ambientación realmente fabulosa cuyo principal ingrediente, esa ciudad desértica y solitaria, se torna un personaje más del film, logrando así que la cámara de Parker no necesite detenerse constantemente en los detalles para retratar lo que debió acontecer en un lugar como ese. Un lugar que, desgraciadamente, se va perdiendo con el transcurso de la cinta, y no precisamente por como la oscuridad lo asola todo, sino más bien por la prominencia del film a virar entorno a un ambiente cada vez más irreal y fantástico, hecho que no beneficia al film y, para más Inri, termina llevando a sus protagonistas a una conclusión que todavía se recrea más en el «déjà vu» y que, para colmo, podría haber culminado minutos antes sin tener que ofrecer innecesarias explicaciones que, en cierto modo, terminan por dar al traste con una cinta que resulta de lo más potable, pero de la que si se hubiesen obviado ciertos detalles podríamos estar hablando ahora de algo bastante mejor.