19 de abril de 2024

Críticas: Frankenweenie

Después de la decepción generalizada de Sombras tenebrosas, Tim Burton recupera uno de sus primeros y mágicos cortometrajes para reconvertirlo en un largo a golpe de stop motion.

La tierra rellenaba el hueco de una tumba en el cementerio cinematográfico cuya lápida e inscripción se estaban terminando de pulir… Tim Burton, algunos divisaban. Aquellos que asistían a su funeral en vida pensaban en sus últimas y fallidas revisiones a universos proclives al espíritu burtoniano en apariencia. Aquél que proporcionaba Lewis Carroll en Alicia en el País de las Maravillas o la onda catódica de culto en Dark Shadows. En ambos casos la decepción parecía marcar la cita final en su lápida, pese a que incluso con la aparatosidad y artificio de sus obras más frustradas había recaudado lo suficiente para comprar todo el cementerio donde iba a ser enterrado. Todo estaba preparado. Todo… menos el cadáver. Todo había quedado a la espera de confirmar la falta de pulso en Frankenweenie, su película terminal para ratificar el talento póstumo.

Como si el propio cineasta fuera arrastrado al ‘El entierro prematuro’ de Poe, la vida parecía florecer cuando otros seguían echando arena, polvo y grava encima de su supuesto cadáver. Su 16º largometraje no supone la reinvención del cineasta, sino que busca y ansía ser el símil que significó Ed Wood en su filmografía. 2012, Frankenweenie es el primer largometraje de animación comercial en blanco y negro desde… ¿Acaso se ha filmado antes un largometraje en stop motion en blanco y negro teniendo la posibilidad de realizarlo en color? ¿Alguien ha conseguido resarcirse gracias a una obra por la que fue despedido y ahora su verdugo le pide volver a sus brazos (in)mortales? Ya en el filme que dedicaba al director de Plan 9 From Outer Space realizó uno de los más bellos homenajes al séptimo arte a través de la figura del que muchos consideran el peor director de todos los tiempos. En su último largometraje desentierra todo el cine fantástico clásico como si fuera el joven protagonista que hace sus propias películas, para buscar la pureza en la creación del cine. Frankenweenie trae de regreso a un Tim Burton que vuelve a sentirse como aquel chico de 26 años que hacía ir sus primeros cortometrajes sin que el mundo alrededor entendiera sus experimentos. Pero no se trata solamente de vivir de sus rentas pasadas —apunte y crítica habitual que se ha realizado a sus últimos y aplaudidos trabajos como Sweeney Todd: El barbero diabólico de la calle Fleet o La novia cadáver— sino que el creador toma impulso de todo tipo de referencias que esculpieron su estilo.

Si el cortometraje Frankenweenie (1984) dibujaba la línea entre el homenaje y la parodia del ‘Frankenstein’ de Mary Shelley, ¿qué línea delimita en nuestro presente al remake de los fines lucrativos y del homenaje a tiempos pasados? La respuesta se encuentra entregada en una cadavérica bandeja de mortecina plata con una sentida reverencia a la figura de Vincent Price, proporcionada por Mr. Rzykruski: en todo experimento el corazón también se considera una importante y vital variable. Mientras otros crean monstruos resucitando un pasado que murió hace tiempo, Tim Burton al igual que Victor Frankenstien nos devuelve vida en estado puro y pura electricidad. Frankenweenie es la chispeante, vibrante y sentida emoción donde el director de Ed Wood utiliza New Holland y su letrero a lo Hollywood como campo de experiencias cinematográficas. Todo es posible en una lluvia y tormenta de referencias en un pueblo en cuyo cine se proyecta Bambi y donde otro tipo de bosque emocional va arder fulminando nuestros lazos genéticos con los padres y madres fílmicos del autor. Burton saca su guadaña para reconfigurar a los muertos, seccionado las partes que le interesan para construir un monstruo lleno de espíritu. Las piezas encajan: El mundo bajo el terror, Drácula, 20.000 leguas de viaje submarino, El jorobado de Notre Dame, La momia, El Doctor Frankenstein, La novia de Frankenstein, El hombre lobo, Gremlins (y Ghoulies), Piraña… Se podría encumbrar una pila funeraria de referencias, amontonada sobre el talento propio y el auto-homenaje que impone su creador: desde gags de La novia cadáver y fusionando el universo stop motion de Vincent con el cortometraje que origina la obra final.

Tim Burton nos demuestra su inimitable manera de sentir el cine, de convertirlo en un terreno propio y especial, de hacerlo capaz de traspasar el tiempo y arrastrar el espacio para poder mirar al exterior de esa tumba donde otros le habían colocado. El director de Big Fish es capaz de escribir su propia leyenda recapitulando todas las líneas del fantaterror para reunificarlas sin que una gota de sangre de su estilo se vea derramada. El miedo es que no se alcen de las sombras y la muerte el mayor de los terrores, el mayor temor simplemente es simplemente no ser capaz de afrontarlo. Porque tal y como escribía Frank Herbert «El miedo es el asesino de la mente. […] Allá donde haya pasado el miedo ya no habrá nada. Sólo permaneceré yo». Y Burton sigue permaneciendo con nosotros tan muerto para algunos como vivo para otros, haciendo sus sueños realidad… decidido a imaginar por todos nosotros. Dejemos pues que se alce y nos muestre el camino con una de las más bellas, aterradoras y mágicas películas condenadas a vagar en la inmortalidad… mientras siga existiendo electricidad, claro.

2 comentario en “Críticas: Frankenweenie

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