Paul Verhoeven y la ironía distópica.
«La guerra es la paz, la libertad es la esclavitud, la ignorancia es la fuerza». Parece obligatorio citar en cualquier acercamiento que nos hable del orden político en el mundo del mañana el famoso terceto de normas supremas que configuraban la sometida sociedad descrita por el novelista inglés George Orwell en 1984, la más famosa de sus obras y en la que, al igual que sucede con los más nombrados textos de la historia, se supera el marco original para el que fue concebida (en su caso una brutal crítica del estalinismo soviético) y se transforma en un objeto polifacético al que es posible observar desde diversos ángulos y que éste te devuelva la mirada, en el caso de Starship troopers y Paul Verhoeven, como no podía ser de otra manera, el camino es el de la mordacidad y el sarcasmo, armas de doble filo puesto que si son lo suficientemente sutiles conducen a confundir objeto y sujeto, a no entender verazmente que es lo que se nos está contando.
Ya desde la escena inicial que presenta a los personajes en un aula en la que un profesor (excelente Michael Ironside) alecciona a sus alumnos sobre los peligros inherentes de la democracia plena se construye el discurso fílmico de Verhoeven, la violencia es la base, la raíz que da sustento al orden social, la fuente de la que emana cualquier derecho cívico. Hacer uso de esa violencia es lo que nos transforma en ciudadanos en el sentido estricto del término, ser tullido en lo físico significa ser completo en lo cívico, «La paz es la guerra». Johnny Rico (Casper Van Dien) es nulo en sus actividades académicas, carente de talentos mentales y físicamente apolíneo, por tanto, el perfecto ejemplo de especimen dotado las virtudes requeridas para ser un ciudadano, una pieza del engranaje (perfectamente sustituible) que impulsa el mundo de Starship troopers, «La ignorancia es la fuerza». En otra escena reveladora al inicio del film Rico discute con sus padres, que pretenden enviarle a estudiar a Harvard, apelando a su derecho a ser libre y a enrolarse en las fuerzas armadas, el sometimiento a la disciplina militar es así el camino de la construcción personal, «La libertad es la esclavitud».
Verhoeven, al igual que hacía en la también excelente Robocop, salpica su relato de insertos de programas televisivos interactivos de los que se aprovecha para darle profundidad a su narración: niños peleándose por sostener un arma automática, ejecuciones públicas… acentúan, siempre usando la misma aparente levedad irónica, esa vertebración colectiva con la violencia siempre como telón de fondo, violencia que somete al resto de sentimientos primarios, como el sexo, a una posición residual, podemos ver así como todos los reclutas de infantería de ambos sexos comparten duchas comunitarias con total naturalidad, sin atisbo de erotismo en el subtexto narrativo, todo el empuje juvenil ha sido dilapidado en aras del brutal entrenamiento al que son sometidos.
Ese entrenamiento será puesto en práctica en la segunda parte de la película, ya propiamente bélica y donde Verhoeven puede mostrar sin pudor otro de los rasgos que definen su cine, su taimado interés por la casquería y el desmembramiento sin anestesia. Cabe pararse un momento en la hilarante y significativa descripción del enemigo, si ya en la propaganda bélica habitual se tiende a considerar a éste como infrahumano, no eran casuales términos como «macacos» para nombrar a los soldados japoneses, el director holandés va un paso más allá y en su película son directamente bichos, una especie de cruce entre arañas gigantes y mantis religiosas capaces de desviar meteoritos entre otras cosas y que, por supuesto, impiden cualquier clase de empatía, sólo cabe pisarlos. Los bichos de Starship troopers son la simplificación perfecta del enemigo: repulsivos a la vista, carentes de sentimientos, faltos de individualidad que los humanice…, vean cualquier película de propaganda nazi de la II Guerra Mundial y comprobarán que no hay mucha lejanía entre los seres que describe Verhoeven y los de, por ejemplo, Der ewige jude, «El único rojo bicho bueno es el bicho muerto» llega a decir una de las víctimas del ataque cucarachil a la ciudad de Buenos Aires.
Aún incomprendida en muchos sectores, Starship troopers es un alegato antimilitarista como sólo podía hacer Verhoeven, tan lleno de mala leche como de visceral humor y con el que podemos disfrutar viendo como el director holandés se mofa de los cánones de una sociedad en la que desarrolló parte de su carrera, tan brutal en su concepción unitaria del mundo como infantil en su disfrute, por cierto que si quieren ver la otra cara de la moneda échenle un ojo a la novela de Robert A. Heinlein de la que parte el film, son dos mundos opuestos pero plenamente satisfactorios.
Me encanta la escena con la música de Poledouris… http://vimeo.com/50913451