5 de octubre de 2024

Críticas: Bárbara

CAH Bárbara

El amor, la RDA y Nina Hoss.

Christian Petzold (Oso de Plata al mejor director en la Berlinale 2012) dirige Bárbara, situándonos en el verano de 1980, en la República Democrática Alemana, un marco propicio en el cual el miedo se puede apoderar de los personajes, definiendo historias que se cruzan en circunstancias difíciles, sucumben a atracciones prohibidas y niegan los lazos que les unen, porque ninguno es dueño de su propia libertad.

Bárbara, una doctora más que competente, es castigada por solicitar una autorización que le permita marchar a occidente. En respuesta a esta petición es enviada a un pueblo, viéndose obligada a abandonar su status privilegiado en Berlín. Aún así no se resigna y, junto a su amante Jöng, planea la huida, pero ese momento parece no llegar y la espera los va transformando, algo que se muestra mediante sutiles escenas de sus encuentros que consiguen intrigar al espectador. Consciente de que ese piso, ese pueblo, ese estado es temporal, Bárbara se muestra fría y distante con sus nuevos compañeros, pero André, uno de sus colegas, depositará su confianza en ella, mas allá de los limites profesionales, tras percibir en nuestra protagonista una humanidad con los pacientes y un coraje como mujer. Bárbara y André saben que viven en tiempos difíciles y que son víctimas de un pasado que les ha marcado en exceso, comparten así secretos y silencios, se convierten en cómplices sin proponérselo. En un mundo que les observa lleno de suspicacia, se encuentran rodeados de policías y controles, y son obligados a callar, aprendices del lenguaje entre líneas.

CAH Barbara 2

La opresión de la Alemania de finales de los 70, es desbancada en esta ocasión con la luminosidad del campo, los grises de los muros de Berlín suplidos por los verdes bosques y paisajes campestres. No hacen falta símbolos que recuerden el miedo que se vive en ese momento en el país, por lo que  el director se centra simplemente en contarnos la historia de las personas atrapadas en ese sistema, en recrear la tristeza y las relaciones interpersonales dejando un mensaje claro: el amor es posible. Lejos de juicios morales, se ofrecen posibilidades a estos seres con oscuros secretos que se niegan a ellos mismos porque es mucho más fácil mentir. La mentira, que es un personaje más de la trama, teje un ovillo de desconfianza latente que está  presente en las calles, hogares y que se convierte en la losa que hay que liberar para abrir el corazón y plantearse un futuro, tanto para ellos como para el país. Nina Hoss lleva maravillosamente el peso de este drama sutil, de pocas palabras, elegante y lleno de dilemas morales, la actriz se inspiró para la creación de su personajes escuchando a los cantautores alemanes Wolf Biermann y Franz Josef Degenhardt, “Bárbara los escucharía” en sus propias palabras, y así crea esta frágil criatura, cuya voluntad férrea se va desquebrajando poco a poco, cuya angustia radica en la dualidad entre lo que quiere para sí misma y el deber vocacional de su profesión, registros que podrían haber sido más explotados gracias a la capacidad actuación de la protagonista de La masai blanca. A tono con la película, todas las interpretaciones son contenidas y meticulosas, no aptas para todos los públicos, sobre todo para los que prefieren que se les muestre sin insinuar y un mayor desarrollo de la acción en lugar del intimismo, en cualquier caso uno se queda con las ganas de saber más sobre los demás personajes, sobre esos vecinos chivatos, sobre la relación del agente que controla a Bárbara con André, sobre el joven suicida, pero todo eso queda en el aire, acrecentando esa lejanía a la que hacíamos mención.

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Así, aunque con un cuidado desarrollo, debemos achacar a Petzold que use demasiadas subtramas saltando de una a otra, en detrimento de la principal, mucho más interesante o su metraje excesivo, con un ritmo lento, algo pesado, sin pulso, sin emoción, y con una evolución tan pausada de los personajes, una obra en definitiva que no termina de conseguir sus objetivos cuando podría haber sido una historia deliciosa.

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