19 de marzo de 2024

Críticas: Carne de perro

Carne de perro portada

El pujante cine chileno de nuevo estrena en España.

El terrible Régimen Militar que tuvo lugar en Chile durante casi 17 años sigue estando latente hoy en día en ese país y haciendo estragos no sólo en la vida de los afectados, sino en la de aquellos que tomaron parte activa en el mismo. Escrita y dirigida por el joven Fernando Guzzoni, Carne de perro, que en España ya había pasado por San Sebastián, donde ganó el premio de la sección de Nuevos Directores, y el Atlántida Film Fest, y que por fin se estrena en cines, nos muestra otra cara de la consecuencias que una dictadura: las cicatrices morales de un antiguo torturador del régimen.

Poner a un personaje tan repudiable socialmente como protagonista absoluto, con todo el peso de la película recayendo exclusivamente en él, me parece de una valentía admirable. Desde el primer momento vemos que Alejandro es un hombre impulsivo, violento, incapaz de controlarse a sí mismo ni sus propias emociones. Se encuentra en un momento de su vida en el que atraviesa una terrible crisis vital de la que no puede salir. De hecho, llega a creer que está (físicamente) enfermo porque no se encuentra bien. Tiene dolores, le duele, literalmente el corazón. No sabía que, mientras actuaba como torturador, también estaba torturando su propia alma, un alma que ya se va a quedar para siempre destrozada sin remedio, personificada en la figura del actor Alejandro Goic, que parece tan absolutamente devastado como su personaje, convirtiéndose en él, entendiéndole y consiguiendo que nosotros le entendamos, por mucho rechazo que nos pueda causar.

Carne de perro 2

Fernando Guzzoni no siente la necesidad de dárselo todo bien explicado al espectador, sino que a lo largo de la película nos va dando la información justa y necesaria, y de manera muy dosificada. El director nos va mostrando fragmentos sueltos de la vida de Alejandro que se repiten una y otra vez, como reflejo del sinsentido de una vida que va pasando de manera tristemente intrascendente. El protagonista se encuentra en una especie de limbo, de tierra de nadie, en una posición en la que no tiene el apoyo (no digamos ya el cariño o el amor) de ninguna persona. Los claustrofóbicos encuadres cerrados de Guzzoni provocan aún mayor sensación de encierro en uno mismo. También el ritmo nervioso con el que maneja la cámara en mano se corresponde con la tensión de la película, que por otro lado estaría aparentemente en contraste con su ritmo pausado, pero que es un tipo de ritmo realmente no hace otra cosa que fomentar su ansiedad, su angustiosa incertidumbre.

El alma corrompida del protagonista sería una versión a pequeña escala del trauma de una sociedad que todavía no ha logrado superar su pasado y sus heridas. Alejandro, con su compleja personalidad, encuentra un reflejo de sí mismo en el perro que aparece en su casa, que sería como una representación de la naturaleza irreflexiva del protagonista, que actúa y se deja llevar por impulsos, pero que luego se arrepiente de las consecuencias que puedan provocar sus acciones e intenta ponerles solución, aunque él mismo sepa que es imposible.

Carne de perro 3

Carne de perro es por tanto el crudísimo y descorazonador retrato de un hombre y su descenso al infierno en vida, del que, en su búsqueda incansable de una redención que parece imposible, sólo le sacará la religión, la solución de muchas personas desesperadas y aquejadas del mal más terrible que uno pueda sufrir: la soledad. Una película mucho menos inaccesible de lo que se ha podido comentar, ya que habla de personas, de reacciones y necesidades humanas como todos podemos tenerlas, y eso no es algo que resulte ajeno o extraño a nadie.

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