Críticas: Elvira

Una nueva película de la productora independiente Mapanublo.

La primera vez que tuvimos ocasión de asistir al pase de una de las películas de la productora riojana Mapanublo Films, fue para ver la divertida comedia Amor verdadero. Teoría y práctica, una película que, a pesar de la dificultad de contar con un presupuesto muy limitado y de tener un formato diferente al mezclar narrativa, documental e incluso reality ficcionado al mismo tiempo, nos sorprendió por su frescura y la capacidad de reírse de situaciones tan dramáticas como las desilusiones, el rechazo y el fin del amor.

Ahora se estrena otra de las cintas realizadas por Manu Ochoa para Mapanublo, esta vez junto a Antonio Travieso, anterior a Amor verdadero. Teoría y práctica, concretamente hace dos años que se terminó, y que tanto en forma como en fondo es completamente distinta a aquella, Elvira. Elvira es un drama psicológico centrado en una joven pintora con tendencias suicidas, cuya madre logra convencerla para que se deje ayudar por una mujer que también lo intentó y quedó paralítica. Ésta a su vez la pone en contacto con un extraño tipo que le explica un curioso método por el cual Elvira deja en manos del azar diario su propia muerte. Mientras sus días se llenan simplemente con su ración diaria de “ruleta rusa” en forma de pastilla, la vida de Elvira va cambiando poco a poco al conocer a una vecina prostituta con la que compartirá fiestas y confidencias, y a Salmu, un peculiar pintor ciego que le enseña a pintar los olores.

El punto de partida de Elvira es tan interesante que durante los primeros minutos de metraje somos capaces de pasar por alto las deficiencias técnicas propias de una producción de este tipo, pero sin embargo el giro que pretende dar a la comedia con la entrada en escena de Sofía, la vecina prostituta, y sus compañeras de profesión no termina de cuajar dentro de la historia y es ahí donde Elvira flojea al hacerse más evidentes esas deficiencias mezcladas con unas situaciones del guión bastante inverosímiles. Ochoa y Travieso abusan en esas secuencias de los contraplanos durante las conversaciones, de tal manera que se nota muchísimo el pie de los actores para decir sus frases, además de realizar unas interpretaciones demasiado estáticas.

A partir de ahí, Elvira se vuelve tremendamente irregular, ofreciendo momentos de gran belleza e intensidad como las escenas en las que Elvira pinta con los ojos tapados emulando la ceguera de Salmu, o el final simbolizando la ironía del destino, pero también con otros pretendidamente cómicos que chocan con el espíritu poético del resto de la película.

Es una lástima que los directores no opten por centrar la metamorfosis psicológica de Elvira a través de las enseñanzas de Salmu, salpicadas por los paisajes urbanos que la fotografía de Roberto Blanco sabe realzar, al igual que hará de nuevo en Amor verdadero. Teoría y práctica, y por profundizar más en su drama interno del que podría haber sacado una película más intensa y sobre todo más creíble. Las reuniones de las prostitutas en casa de una de ellas tienen algún momento divertido pero no llegan a cautivar como las escenas dramáticas.

Ochoa vuelve a contar en Elvira con apariciones estelares como las de Beatriz Rico y Alberto San Juan, pero el peso de la película lo deja de nuevo en manos de sus incondicionales Isabel Mocholí, Jonai Rodríguez y la bellísima Arianna Fortes dando vida a Elvira. Incluso se permite reservarse para sí mismo uno de los papeles principales, el del pintor ciego Salmu.

A pesar de la irregularidad de la historia y de la técnica, es alentador que haya cineastas como Manu Ochoa que, sin apenas recursos, logren reunir a un equipo fiel, tanto técnico como artístico, con el que poder seguir intentando abrirse camino en el mundo del cine, y al que hay que continuar siguiendo en su voluntad de contar historias tan interesantes como Elvira.