Los Agotes: ayer y hoy.
Presentada hace ya casi un año en el pasado Festival de San Sebastián, y habiendo ganado el premio al mejor largometraje en la 29 Semana del Cine Vasco, llega por fin a los cines de Madrid y Barcelona la película española Baztan, de Iñaki Elizalde. Ambientada en el bellísimo paraje del valle que le da nombre, la película cuenta, bajo el punto de vista de dos épocas diferentes, un caso que se ha venido dando en la zona a lo largo de los siglos: el de la marginación social de los Agotes, artesanos acusados de herejes (a pesar de que, irónicamente, muchos eras creyentes) y de transmitir enfermedades, por lo que se les recluía en guetos y no se les dejaba tener relaciones con miembros del resto de la población. A partir de aquí, el director hará un inusual recorrido por muchas de las tradiciones, costumbres y leyendas propias de un lugar encerrado en sí mismo y por tanto, dado a la superstición y al miedo a lo diferente y lo desconocido.
Elizalde tiene una extensa carrera en el mundo del cortometraje, cosechando sus mayores éxitos con aquellos de carácter documental, muy interesado en el tema del recuerdo y la memoria (de lo cual sería el mejor ejemplo El olvido de la memoria, nominado al Goya). En su primer largometraje, Elizalde constituye esta idea como base para crear una película de estructura compleja, en la que aplica su experiencia como documentalista para darnos las pinceladas de una historia que sólo se completa con una reconstrucción ficcional del pasado. Lo que enriquece a Baztan es precisamente esta lucha de contrastes entre la (supuesta) realidad y la ficción. Es lógico que viéndola nos remitamos a otra película española reciente como es También la lluvia de Icíar Bollaín, en el sentido de que ambas tratan de un equipo que va rodar una película histórica al mismo lugar donde ocurrieron los hechos, y descubren que el problema que tratan en la historia que están representando sigue vigente en la actualidad. Pero si en También la lluvia, la película entera en sí constituía una ficción, en Baztan las dos partes no sólo quedan separadas por su distancia temporal, sino también por sus estilos, radicalmente opuestos, una de (falso, aunque dando la apariencia de real) documental, y otra , de ficción, una ficción de forzado e intencionado carácter artificial, incluso teatral, como queda claro en esa magistral escena de cámara fija del interrogatorio, en la que los personajes están dispuestos y se mueven como si se encontraran sobre un escenario.
Por lo tanto, Baztan no parece tanto una película dentro de otra película, sino una película dentro de su making of, por decirlo de alguna manera, a pesar de que nunca vemos el rodaje de la película. Vemos su preparación y todo lo que supone para las gentes de la zona, o la vemos ya como película acabada, pero no vemos el proceso de realización. Elizalde nos introduce en los detalles que constituyen esa ficción y su magnífica ambientación de época (dirección artística, vestuario…). Acompaña casi todo el tiempo la muy buena banda sonora de Ángel Illarramendi (compositor que ha trabajado con Gracia Querejeta o Juan José Campanella, entre otros muchos), quizás demasiado protagonista en la parte documental, pero igualmente eficaz a la hora de ambientar que en la parte histórica, donde más se luce aportando emoción y épica.
Baztan tiene sus propias referencias cinéfilas no disimuladas, sino más bien mostradas con orgullo. La más evidente sería la de Vacas, la primera película de Julio Medem, que se rodó en aquella misma zona, compartiendo incluso a algunos de los actores (Carmelo Gómez, Kandido Uranga y Txema Blasco), que se reúnen 20 años después y se ponen a recordar. Los recuerdos, la memoria… ya hemos dicho, los temas predilectos de Elizalde. Pero hay otra referencia clara que resulta mucho más sorprendente. Y es que no por casualidad uno de los protagonistas en un momento dado está viendo Sleepy Hollow. Elizalde crea para la parte histórica una atmósfera burtoniana conseguida con la pálida fotografía, el ambiente nublado y triste… para transmitir ese aire lúgubre y desalentador. Solo que en la película de Tim Burton el terror era fantasía, y aquí sin embargo el terror es real, viene por parte de los propios hombres, y eso es mucho peor.
En este juego de metalenguaje cinematográfico todos participan y la mayoría de los intérpretes, cuando no están representando al personaje histórico correspondiente, hacen de sí mismos, incluso en algún caso auto parodiándose (ese Unax Ugalde “tocando los cojones”). Destaca como siempre el encantador Carmelo Gómez que, cuando interpreta al representante de la Orden de Santiago, se encuentra en estado de gracia, con esa presencia y declamación únicas. No se quedan atrás Kandido Uranga en su impresionante papel del alcalde, o Joseba Apaolaza como un gran “malo” a la altura de las circunstancias, y por supuesto, Unax con su sufrido papel. Junto a los actores profesionales se encuentran los habitantes del valle, que también hacen su doble papel.
Baztan es de ese tipo de cine que se homenajea a sí mismo y que nos enseña (sutilmente) sus mecanismos, pero que consigue mantener intacta su esencia. Un ejercicio nostálgico de añoranza y reencuentro que sirve como vehículo para tratar temas como la incomprensión (no sólo idiomática), el silencio o el desconocimiento. En fin, una propuesta arriesgada y comprometida por parte de Elizalde que a mí me ha llegado y que recibo con emoción y expectación de saber qué será lo próximo que nos ofrezca.