El terror vuelve a casa, comienza Sitges.
Sin duda el tema de estos días previos al comienzo del Festival más terrorífico del universo conocido (al menos en lo que a medios de prensa se refiere), ha sido la discutida división organizativa entre prensa A y prensa B con la escasez de invitaciones inherente que consigue que los conectores WIFI tengan su hora punta a las 07:00 donde todos los desplazados a la villa catalana nos colocamos el cuchillo entre los dientes, dispuestos a degollar a cualquiera que presuma de haber conseguido uno de los pases más solicitados. Al final suponemos que no llegará la sangre al Auditori… o quizás sí, a fin de cuentas esto es Sitges, amigos.
Y con sangre tocaba empezar el festival y es que Contracted, dirigida por Eric England, es una de esas obras rica en secreciones corporales que tanto se estila por estas latitudes aunque, seamos claros, se estila el concepto y no el resultado y es que la peli juega a ser algo así como una profundización en la génesis de un apocalipsis zombie, un intento de centrar la mirada en el paciente 0 de esta manida pandemia, que dicho así puede sonar hasta bien pero el tonillo religioso (?) que impregna el relato nos da bastante repeluco, parece que el lesbianismo, las drogas y el sexo sin protección nos lleve al apetito por devorar cerebros palpitantes y calentitos. Seguro que nuestros queridos compañeros de la Conferencia Episcopal firman la idea, así como esas soterradas bombas dirigidas al concepto de lo femenino: que si el período hace que las cosechas se arruinen y los nenúfares se pudran, una cosa muy loca, algo que firmaría un Rouco Varela dark, si ustedes me siguen. Si a todo esto sumamos que los recursos actorales de sus protagonistas son, siendo generosos, limitados y que no hay ninguna imagen que nos provoque brillos de muerte en las pupilas les recomendamos que permanezcan alejados, no se vayan a contagiar de tanta tontería.
Mejoraba la cosa con la segunda peli del día, Grand Piano de Eugenio Mira, a la que ya se le notaban desde las primeras imágenes a las que pudimos echar mano los aires de homenaje a El hombre que sabía demasiado y al director gordito que hacía pelis de suspense, vamos a obviar por innecesario el aclararles que aquella magia british no está presente por aquí, pero no desdeñen el ejercicio de estilo que representa el film con sus planos secuencia bien engarzados y sus pantallas partidas a lo DePalma. La tensión burbujea como el magma de un volcán a lo largo de su primera hora, que se pasa en un suspiro, el problema (siempre hay alguno) viene paralelo al clímax argumental de la cinta, en el que un amenazado Elijah Wood debe interpretar al piano que da nombre al film y sin un solo error una pieza musical con cuatro compases finales aparentemente imposibles de resolver, y es que la resolución del conflicto no termina de estar a la altura del corpus de la obra y, ay, los postreros compases fílmicos suenan un tanto desafinados, quizá por alargar demasiado el staccatto quizá por una ejecución un tanto adocenada. No vamos a decir, eso sí, que la falta de ímpetu del colofón arruine un conjunto cercano al notable, que por ahí anda el asunto.
Ya sabemos todos los que estamos en el ajo que no hay ningún director japonés (quizá con las excepciones de Hirokazu Kore-Eda y Hayao Miyazaki) que esté en plena posesión de sus facultades mentales pero en el caso de Sion Sono la cosa ya se acerca a lo psicótico, bueno, quizá no sea éste el estado mental preciso porque no hay oscuridad en su cine sino una celebración exagerada, colorista, libérrima y definitivamente ácrata de todo aquello digno de ser jaleado: desde el relato clásico de samurais hasta las referencias a los yakuzas de Kitano pasando por la obsesión por el J-Pop, todo fluye por el objetivo de Sono que más que filtro al uso es lente aumentativa y deformante de esta confluencia genérica. Hay amor por el cine (delirante y no podía ser otra manera), hay risas, hay sangre de la que no salpica y hay decapitaciones que no duelen, todo es guiño, pose y celebración. Habrá quien le sature tanta épica de lo kitsch y habrá quien le haga gracia y le devuelva el guiño al demente Sono, nosotros nos lo hemos pasado bien, será el riego o la nipofilia, tampoco nos importan las causas.