24 de abril de 2024

Cannes 2014: Día 7

67 EDICIÓN DEL FESTIVAL DE CANNES

Marion Cotillard y los Dardenne, aquí huele a Palma.

Existe desde siempre, al menos que uno recuerde, la vieja discusión sobre hasta que punto la veracidad de lo que narra una película debe ser valor fundamental a la hora de elaborar un juicio sobre la misma. Parece claro, eso sí, que lo importante no debe ser que los hechos narrados sean objetivamente (?) veraces sino que la clave de dicha veracidad está en, más que serlo, parecerlo, lo cual no deja de ser un maravilloso contrasentido, casi como el mismo cine. Esta introducción (por lo demás bastante obvia) nos sirve para hablar de Deux jours, une nuit, la última película de los Hermanos Dardenne que abría jornada en Cannes y que suscitaba debates sobre hasta qué punto era creíble su premisa argumental: la odisea de fin de semana de una (sensacional) Marion Cotillard en busca de una solidaridad tan remota como la perdida Ítaca y que se encontrará en su camino con gigantes en forma de empresarios abusivos, compañeros de trabajo que, como cíclopes, tienen su visión limitada al único ojo de su propio bienestar e incluso barbitúricos cantos de sirena que invitan al sueño eterno. Resulta emocionante pensar que la realidad fuera de la cinta se ajusta a los compañeros que hablan de inviabilidad de la propuesta, que no existe el casus belli que el film propone porque, en el mundo real, todos reaccionaríamos como si esa cuestionada solidaridad no fuera el lejano reino de Ulises sino algo más cercano, Moratalaz o El clot, un pequeño viaje con final feliz asegurado. Contra esta forma de ver las cosas, si fuéramos de espíritu prosaico, podríamos enlazar el vídeo de cualquier noticiario de esos que ustedes saben pero nos parece más interesante, retomando el hilo inicial del artículo, incidir en que la propuesta de los Dardenne, independientemente de resultar creíble o no, nos lo parece y nos unimos a Marion en su travesía, lloramos con sus fracasos, reímos con sus triunfos y cantamos con ella Gloria (la de Van Morrison, no la de Umberto Tozzi que eso es muy 2013, no me sean antiguos).

Deux jours, une nuit
Deux jours, une nuit

Elementos esenciales para que mordamos con fuerza el anzuelo dardenniano es la fiera fragilidad de una Marion (¿lo de sensacional lo habíamos dicho ya?) Cotillard en estado de gracia y la realización hiperrealista de los belgas, con esa cámara pegada a sus protagonistas que puede molestar por su persistencia pero que ratifica su compromiso autoral con su forma de entender el cine. Al final, ya sabéis lo que decía Kavafis, lo que importa es lo que uno aprende en el camino, recordar para ya nunca olvidarlo que coño significan las Ítacas.

En realidad es sólo un cuento, una fábula de príncipes y princesas, de graffitis, una ensoñación sobre una América pútrida, en pleno estado de descomposición, donde las niñas juegan con las ratas y las malas hierbas crecen entre las grietas del asfalto y que, como todos los cuentos, lleva su propuesta al extremo narrativo y formal, héroes y monstruos, ciudades perdidas y dragones, el bien y el mal. Escuchando lo que se decía sobre Lost river, el debut tras las cámaras de Ryan Gosling, no dejaba de pensar en cómo algunos se han desvinculado de su capacidad de ensoñación, disfrutando (?) en su perpetuo intento de dejar atrás el factor emocional que nos trasmitían aquellas historias, hasta el punto de no reconocerlas cuando se encuentran y hablar de pretenciosidad y otras zarandajas, habituales lugares comunes para los periodistas cansados. Y no queremos decir que la de Gosling sea la obra maestra que no es, pero tiene algo que nos encanta: pasión, ganas de contar algo con voz propia, amor por lo que se hace… estos factores suelen llevar al exceso, al descontrol, y probablemente aquí también lo hagan, pero ¿acaso preferimos a esos seres grises que en el cine o en la vida se limitan a cumplir con lo establecido? Nosotros desde luego no, y si ustedes lo prefieren quizá se hayan equivocado de medio, aun están a tiempo de cambiar, no lo duden.

Lost river
Lost river

No queremos terminar con Lost river sin reivindicar su negada originalidad, y es que resulta divertido (? otra vez) cuestionar la verdad de una obra por la existencia de referentes, como si el estilo de los mismos hubiera surgido por generación espontánea, como si no existiera una cadena de causalidad en cualquier movimiento artístico, es tan claro que la ópera prima de Gosling tiene antecedentes estilísticos como que su tono de fábula naif no coincide con la mayoría de ellos y no me saquen listas random sin explicar sus motivos, que eso es de tuercebotas y de cronistas multitarea (que haberlos, haylos).