26 de abril de 2024

D’A 2014 (IV)

Medeas

Día 7 y 8 – Identidad quebrada (Parte I). Un apunte sobre Medeas, Blue Ruin y Gerontophilia.

En Luton, el reivindicable debut de Michalis Konstantatos, los espejos en los que el personaje de la abogada buscaba un reflejo que la reafirmarse en un mundo superficial, sugerían, a su vez, la cuestión de una identidad escindida. Precisamente, sobre identidades quebradas por un contexto espacial se construye Medeas (2013), la ópera prima de Andrea Pallaoro donde los espejos vuelven a proyectar reflejos de otros yos ilusorios. La imagen que devuelve el espejo es el de un cuerpo fragmentado y desdibujado, como si ese mismo reflejo acabase por revelar esa amarga cara oculta que se esconde bajo la bucólica escena familiar que abre el film.

Contagiados de la sordomudez de la madre (Catalina Sandino Moreno), la familia que retrata una película como Medeas, ha aceptado con resignación vivir en un mundo en el que no terminan de encajar. Como si la armonía de un paisaje filmado con deleite malickiano, colisionase con la antinaturalidad de una familia en plena desintegración. Cada uno, sin embargo, ha encontrado sus propias válvulas de escape: la aventura extramatrimonial de la madre o las canciones italianas que escucha, en un walkman, la hija del matrimonio. Aún con la presencia de la cámara con la que el hijo mayor fotografía al matrimonio, el tiempo en el que parecen vivir esos personajes aparece anacrónico, difuso y difícil de identificar.

Medeas
Medeas

Medeas retrata un proceso de desintegración familiar fraguado en los silencios. El de una familia cuya única posibilidad comunicativa pasa por la mirada, la gestualidad y el contacto físico. Pallaoro describe ese proceso subterfugio casi de la misma manera, a través de la elipsis, los planos largos, la fragmentación del cuerpo y travellings que describen el movimiento de unos personajes que se arrastran por un paisaje puesto en contra. La naturaleza, la que empuja a esos personajes hacia un futuro incierto, también espera su liberación.

Desde una propuesta mucho más adscrita al género, el muy interesante segundo trabajo de Jeremy Saulnier, Blue ruin (2013), aborda también la cuestión de la identidad violentada a través, precisamente, de la violencia. Y lo hace desde su propio arranque: el lento travelling hacia un brazo que sobresale de una bañera, cuyo movimiento es solo interrumpido por el sonido, no solo se adscribe al punto de vista de un personaje fragmentado, sino que dinamita la placidez sugerida cuando descubrimos que el personaje no pertenece a ese hogar. La brusquedad con la que el cuerpo sale por la ventana plantea, de entrada, una elocuente definición del rol protagónico a la vez que difumina su identidad.

El coche donde vive ese homeless se ha transformado en un espacio estático y opresivo. Antaño símbolo de libertad de la generación beat, el coche no solo se convertido en el hogar del que aquellos huían sino que es imposibilitado como medio de fuga hacia adelante. Resucitado de su letargo por una idea de venganza, el viaje solo será posible hacia un pasado traumático. Lo interesante del planteamiento de Blue ruin en torno al relato de venganza, sin embargo, radica en el hecho de no plantearla como fin, sino como el inicio de una persecución de claros signos fatalistas con la que construir la identidad del vagabundo.

Blue ruin
Blue ruin

Con una puesta en escena profundamente narrativa, Saulnier propone una desacralización de la venganza a través del punto de vista de un personaje (Macon Blair en estado de gracia) que ha empezado a reedificar su identidad, paradójicamente, a través de la muerte.

Por su parte, Gerontophilia, el penúltimo trabajo de Bruce La Bruce, llega a explicitar la deriva identitaria en boca de su propio protagonista cuando en un momento del film afirma no saber qué ni quién es. La atracción sexual del joven por cuerpos marchitados por el tiempo, a las puertas de la muerte, enlazarían con la Harold y Maude (1971) de Hal Ashby si en la relación entre anciano y joven lo sexual no se antepusiera a la obsesión por la propia idea del fin.

La Bruce juega con un planteamiento formal adscrito a los ojos de Lake (Pier-Gabriel Lajoie), su joven protagonista, ralentizando el tiempo a través del uso de la cámara lenta o materializando sus geriátricos escarceos sexuales a través de la banalidad de una imagen surgida de una película softporn. Porque, a pesar del acomodo (para el espectador) que Gerontophilia encuentra cuando circula por las carreteras más trilladas de la road movie, ¿hasta qué punto la película de La Bruce no está ironizando sobre una juventud con claras deficiencias para construir una identidad? ¿Una juventud, desnortada de referentes, que habla de revolución como si fuese un producto fagocitado por una brutal campaña de marketing?

Gerontophilia
Gerontophilia

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