Al oeste, muchachos, al oeste.
El drama social, la realidad más trágica y la deshumanización de la sociedad han sido los protagonistas de la jornada de hoy del Festival de Cine Alemán. Un documental más crudo de lo que parece a simple vista, una comedia ácida que plantea una civilización carente de sentimientos y un drama que refleja una parte de la historia que muy pocas veces se cuenta. Tres películas que no sólo nos han hecho reflexionar y sentir diversas emociones intensas, además nos han dejado un grandísimo sabor de boca por su enorme calidad artística.
Un gran día, cinematográficamente hablando, que empezaba con el único documental que se proyecta en esta edición del festival: Art War. Rodado durante los dos años que transcurrieron entre las revueltas de la “Primavera árabe” en Egipto hasta la expulsión del primer gobierno democrático, con los Hermanos Musulmanes en el poder, por parte del ejército, el documental de Marco Wilms se adentra de lleno en el conflicto para contar todo lo sucedido pero desde un prisma completamente distinto a los de otros documentales basados en estos hechos. Wilms narra los acontecimientos con la ayuda de artistas underground de varios campos, que con sus obras quisieron contribuir a que los ciudadanos fueran informados de todo lo que ocurría durante la Revolución contra Mubarak y más tarde con los sangrientos enfrentamientos entre esos mismos revolucionarios y la facción más radical del islamismo que consiguió llegar al poder de manera democrática. Grafiteros que hicieron de su arte urbano una crónica efímera de cuanto acontecía como ya hicieran sus antepasados en los templos, e incluso con la intención de solicitar la colaboración ciudadana para delatar a los asesinos del régimen; cantantes exigiendo una libertad social, sexual y religiosa como nunca se había hecho antes en un país árabe, y otros tantos artistas enfrentados al fanatismo religioso forman parte de este documental que no es tanto una reflexión sobre si el arte es capaz de remover conciencias y hacer caer gobiernos, como el retrato de una generación de árabes que no se conforman más con seguir los dictados de quienes alcanzan el poder.
De los poderosos del siglo XXI da cuenta otra de las películas incluidas en el ciclo ArtHaus del festival, Tiempo de Caníbales. Como si de un montaje teatral se tratara, la película de Johannes Naber basa toda su fuerza en los diálogos mordaces de sus tres protagonistas, estupendos Devid Striesow, Sebastian Blomberg y Katharina Schüttler, a los que sitúa en el interior de dos hoteles, que bien podrían ser el mismo a tenor de su impersonal decoración. Los tres son consultores de una gran multinacional que se dedican a viajar por todo el mundo expandiendo las bondades del capitalismo por donde quiera que vayan. Pero Naber no incide en este hecho para realizar su película, juega con sus protagonistas al teatro de lo grotesco, de lo absurdo, mostrando sus miserias personales bajo capas y capas de sarcasmo y arrogancia, mientras la auténtica realidad de lo que nos quiere mostrar la va soltando en pequeñas dosis representadas por violentas salidas de tono que realizan los personajes hacia el personal del hotel, y por un decorado que es en sí mismo un personaje más. El interior del (de los) hotel, del que jamás salen porque no tienen ninguna necesidad ni interés en saber qué hay más allá de las cuatro paredes del lujo en el que se encuentran, representa ese primer mundo tan complacido de sí mismo mientras que tras los amplios ventanales sólo existe un paisaje de muros de hormigón opacos de distintas alturas, con un evidente parecido al monumento al holocausto de Berlín, ya se vea desde un hotel en La India como de otro en Nigeria. La profunda utilización del simbolismo tanto visual como auditivo, el fuera de campo tanto o más importante que lo sucede dentro de él, y el manejo que de la situación realiza Naber, pasando de la comedia más negra, en la que incluso se llegan a hacer chistes con los campos de concentración nazis, a la claustrofóbica angustia en la que convierte a su película sin que exista un solo elemento que chirríe, hacen de Tiempo de caníbales la mejor, junto a El extraño gatito, de las películas que llevamos vistas en el festival. Ambas por cierto de la sección paralela, ¿qué tendrán las secciones paralelas que nos gustan tanto?
No desmerece por supuesto la última película del día perteneciente a la sección oficial. Dentro de lo que se puede considerar una corriente del cine alemán que busca remover en su pasado más reciente, como ya se hiciera con La vida de los otros, encontramos otra pequeña joya de ese género con el que se cubre la guerra fría desde la perspectiva de los que verdaderamente la sufrieron. Se trata de West, el relato de una joven viuda de la República Democrática Alemana que a finales de los años 70 logra pasar a la parte occidental del país con su hijo. Como ha señalado en el coloquio posterior a su proyección la guionista, y madre del director, Heide Schwochow, la mayoría de las películas que tratan de la huída hacia la otra parte del muro acaban precisamente cuando los protagonistas logran cruzar hacia la (supuesta) libertad. La historia de West comienza en ese preciso momento en el que, tras un exhaustivo registro en la aduana, madre e hijo aterrizan en un centro de refugiados en el que aguardan quienes han pasado al otro lado para obtener la ciudadanía de la República Federal. Allí es donde Nelly comprende que quizá lo más difícil no era cruzar, sino la espera que para algunos es interminable y que la burocracia y las preguntas de las que ha huido no se acaban en el Oeste, cambian de protagonistas al ser interrogada una y otra vez por miembros de cada uno de los países que conforman la parte occidental. Con un guión impecable, en el que no se deja notar ninguna fisura, y la sólida interpretación de Jördis Triebel, Christian Schwochow construye un drama social no exento de intriga política muy recomendable.