The Hayao’s Miyazaki anal violation.
No hay persona en el mundo que no haya visto a un señor, o señora, haciéndole monerías a un niño pequeño. «Cuchi cuchi», «princesita» y otros epítetos similares, acompañados de su consecuente desfile de muecas y gestos presuntamente graciosos, son los elementos clave que adornan dicha estampa. A pesar de la aparente dulzura de la escena siempre queda un cierto regusto amargo al flotar una pregunta en al aire una pregunta imposible de formular al interlocutor al que va destinada. Sí, un niño es un niño, pero, ¿hace falta tratarlo como si fuera idiota?
Pues, en resumidas cuentas, es lo que el Sr. Takashi Shimizu hace con su película Kiki’s Delivery Service, tratar a su público objetivo, el infantil, como a auténticos imbéciles. Obviamente se puede objetar a dicha afirmación que un niño no entrará en sutilezas cinematográficas como las interpretaciones de nivel teatro amateur, unos cromas ya hechos mejor por Mélies, o su atmósfera absolutamente repulsiva por su saturación de azúcares kitsch. Pero como decíamos, un niño es un niño pero no un idiota y a ciertos niveles todo esto lo nota.
¿La prueba de todo ello? Comparen la obra de animación en la que se basa la película. Mismo tema, mismos personajes, misma trama. La diferencia se llama Miyazaki. La diferencia se llama tratar con mimo y delicadeza a tu obra, la diferencia está en pensarla y sobre todo pensar a quién la dirigen en vez de fabricarla en modo piloto automático on y facturar un producto que por momentos tiene menos inteligencia y respeto por las neuronas ajenas que un capítulo de los Teletubbies.
Lo que sí es destacable ni que sea en la vertiente irónica del asunto, es que hay una cierta sinceridad primaria en la película. Desde el minuto uno sabemos a lo que nos vamos a enfrentar sin visos, ni posibilidad real de mejora. Ello, quiérase o no, facilita herramientas defensivas a la audiencia: armarse de paciencia o bien optar por la celebración, por el jolgorio desmedido, opción esta que acaba por ser la elegida. Si hay que sufrir hagámoslo con una sonrisa.
En este sentido es valorable elogiar la capacidad de Kiki´s Delivery Service por caer en el más absoluto de los ridículos una y otra vez sin inmutarse. De hecho por momentos parece regocijarse con ello, como si su nula planificación, su narrativa plana, no fuera más que una estrategia para que su arrebato de locura final, se convirtiera en una epopeya, en una épica del paroxismo de lo vergonzante. Así la risa, pasa a la carcajada continua, imparable.
Kiki´s Delivery Service se entendería si hubiera tenido la decencia de mostrarse rudimentaria en espíritu. Uno de esos filmes alimenticios de rodar y olvidar. Lo lamentable es que detrás se intuye una cierta ambición y ganas de trascender, lo que acentúa aún más sus múltiples e incontestables defectos. Sí, uno se puede reir con (o de) ella, pero el poso final es triste; al fin y al cabo ningún niño merece que le dediquen algo así porque nadie, niño o adulto, merece que lo tomen el pelo. Y Kiki´s Delivery Service es eso basicamente una estafa y una traición.