Córcega y Virginia, dos mundos no tan separados.
No podemos pasar por alto la oportunidad de presentaros a Ronquiditos, uno de los personajes más carismáticos que hemos tenido oportunidad de conocer en una sala de cine. Hay cuatro hechos fundamentales que debéis conocer sobre Ronquiditos: siempre se sienta en una esquina de la fila 3, le gustan (?) las películas de animación, va al cine a dormir y le parece mal que la gente se moleste por ello. Cuando el cavernoso y potente rugido que le define, nacido en el diafragma y con reminiscencias a flema amarillenta domiciliada en la epiglotis, resuena en la sala y un alma cándida le indica que quizás, tal vez, esté molestando al resto de los asistentes Ronquiditos entra en cólera, su calva brilla con especial intensidad y recomienda que, para la próxima, se busquen otra sala todos aquellos incapaces de apreciar su gutural vozarrón, la sala es suya: mi patria, mi hembra y mi sala de cine. Salud Ronquiditos, sigue soñando y gracias por darme tema para esta entradilla, vamos con lo del cine.
Situémonos en una Córcega alejada de las playas y los paisajes que la han convertido en referencia turística, en la cara B de los pubs de moda, la Córcega de los barrios deprimidos y de los conflictos raciales. Un grupo de jóvenes argelinos decide continuar la fiesta en el chalet donde trabaja el padre de uno de ellos, ya imaginarán que la cosa se va de las manos, a partir de ese momento comienza lo que podríamos llamar un thriller social que nos recuerda en cierto sentido a la estupenda Play de Ruben Ostlund, que pudimos ver por este mismo Festival hace apenas un par de años, comparte con aquélla su mirada poco complaciente sobre los problemas migratorios y dibuja una isla dónde se mantienen atávicas rencillas entre corsos, franceses y árabes filmadas con una cámara seca con vocación de testigo, capaz de mostrar sin remilgos turbadores estallidos de violencia que sorprenden por su cercanía y verismo más cuando están originados por causas futiles. Queda preguntarnos si el barril de pólvora al que se asemeja esa Córcega es un caso aislado o un síntoma a nivel continental. Interesante peli esta Les apaches.
Seguimos con el estudio de la violencia pero cambiando el mediterráneo por Virginia aunque, curiosamente, Blue ruin tiene mucho en común con otra isla del Mediterráneo en su obsesión por hablarnos de la naturaleza cíclica de la violencia asociada a ese concepto tan melifluo del honor familiar, sí, parece que la película tuviera algo de Sicilia, introduciendo, eso sí, en su paisaje la amplitud de horizontes y el cielo de USA y cambiando la verborrea camorrística por una adecuada introspección que Saulnier utiliza para darle un componente eminentemente visual, prescindiendo de todos los diálogos superfluos, bueno, en realidad, no se trata sólo de huir de los frases explicativas sino que supone un intento integral de concreción minimalista que se aleja de lo manido para quedarse con el meollo del asunto, un más que interesante debut para su realizador.