La emoción domina la sexta jornada en Málaga
Para echarse a llorar, así fue como acabaron sendos directores de las películas en la Sección Oficial en sus comparecencias ante la prensa. La emoción en polos opuestos dominó una mañana que tampoco fue sencilla para la crítica y público asistentes, pues estuvimos ante una montaña rusa de emociones y logramos dejar atrás, al menos por unos momentos, las paupérrimas cintas de los primeros días.
Puñetazo a las entrañas para empezar la mañana en la sección oficial con Techo y comida. El que les escribe tiene que dejar claro un par de cosas ya que el proyecto nace de una necesidad de documentar el horror que precede a un desahucio. Valga como apunte que la cinta denuncia no ha recibido ningún tipo de subvención pública, lo cuál no habla demasiado bien de todas estas instituciones y sí de la independencia de la mencionada obra. Se revela como una historia imprescindible, que debe ser contada de una forma, pero de entre todos los caminos para narrar los hechos éste tiene demasiado baches éticos. La película de Juan Miguel del Castillo nos cuenta las penurias de una madre soltera al borde del precipicio. Desempleada, María ve como poco a poco se van cerrando puertas y no hay luz al final del túnel y en este desesperanzado descenso caemos con los personajes. A pesar de su pretendida universalidad, la historia está ambientada en un año, 2012, y en una ciudad concreta, Jérez de la Frontera, con su correspondiente contexto. La cercanía que nos ata es lo que hace que nos emocione, y otro pilar clave que ahora tocaremos, pero también su talón de Aquiles. Ay, esos trucos. Cuesta tiempo llegar a separar lo qué y lo cómo por la brutal relevancia de lo primero, pero Techo y comida no brilla por su sutileza ya desde el título. Es de las cintas que hurga en la herida de manera cuanto menos cuestionable y hubiera caído en la caricatura si no fuera por Natalia de Molina. Brillante y emocionante actuación de la jienense, pletórica para levantar la empresa a cotas de emoción impactantes. Ella misma admitía su miedo a la hora de encarnar a esa joven de 25 años a la que se le viene el mundo encima, pero sus ojos llorosos con sólo recordar la historia que narra demuestran, si quedaban dudas, que Natalia ha llegado para quedarse.
Han sido seis días muy largos. La mitad de ellos desperdiciados, pero poco se fue asentando hasta el día de hoy, con A cambio de nada. Si el cine es corazón y verdad, el primer largo de Daniel Guzmán es puro cine. Hemos repetido por activa y por pasiva que en la Sección oficial había tres actores metidos a directores y si bien los otros dos salvaron el expediente, quizás fallaron a la hora de concretar o de mostrar personalidad. No ha sido el caso de Guzmán (no olvidemos que ya ganó el Goya al mejor corto en 2010), que ha presentado una película imperfecta pero emotiva y propia. Puede estar muy contento después de haberse jugado todo para acabar haciendo algo suyo. Estamos ante una historia intrageneracional, de un joven conflictivo y los personajes variopintos que se cruzan en su camino después de escaparse de casa. Una enseñanza sobre la vida que no tiene por qué cerrarse de forma redentoria, pues ya lo canta Julio Iglesias una escena: «Amo la vida y amo el amor, soy un truhán, soy un señor». Miguel Herrán como Darío transmite la verdad del que siente lo que tiene ante sí, la química con el resto de actores (e incluso entre perros) emociona y divierte. El director de la cinta muestra orgulloso sus influencias, que a más de uno pueden sorprender: «Me gustan Von Trier, Vinterberg, Haneke… Nader y Simin fue otra inspiración. Ese es el cine que me gusta, pero a mí me salen comedias». El factor autobiográfico fue despachado con un «la realidad supera la ficción» a lo que añadir la entrañable aparición de su abuela Antonia en la película. Al contrario que otras muchas cintas con ínfulas, aquí nadie se vanagloria de retratar a una generación o a analizar los porqués de la rebeldía en la adolescencia. Su falta de pretensiones es otra jugada de las muchas que le sale redonda a Guzmán, y veremos si no se lleva el gato al agua el próximo sábado.
La Oficial nos ha traído mejores sensaciones pero Zonazine sigue sin arrancar (y a estás alturas ya no lo esperamos). Cuento de verano (sin ninguna relación con la de Eric Rohmer) llega a Málaga con la sensación de haber mutado y haber tenido muchos baches por el camino. En la rueda de prensa posterior se percibía cierta confusión incluso entre los propios actores por lo que había realizado en aquel momento y el enfoque que se le había dado en la sala de montaje. Otro factor es que en Rubén Ochandiano participó en la codirección y protagoniza la cinta, pero no aparece en los títulos de crédito en ninguna de sus dos funciones a petición personal, como desveló Carlos Dorrego, el que ha permanecido como único director, sin añadir mucho más. Lo que vemos en la pantalla de cine es un retrato del tedio que pretende ser claustrofóbico, que intenta abarcar temas como la soledad y embadurnarlo todo con un humor negro al estilo de Canino. Metas que se quedan sin alcanzar. De nuevo, el contexto juega un factor clave y se repite un patrón respecto a otras películas visionadas en este festival: comparte con Hablar su visión del centro peninsular en un periodo de tiempos muertos como es el mes de agosto. Un verano para reflexionar y abrirnos al otro o para encerrarnos en nuestra soledad, dejando escapar pequeñas grietas de irrealidad para huir y acabar tumbados boca arriba sin poder hacer nada por evitar la muerte.