Molière, Aristóteles y un mcguffin
La nueva película dirigida por Patrice Leconte es una comedia que, afortunadamente, se resume con su título original: Una hora de tranquilidad o Una hora tranquila (Une heure de tranquillité) Un título irónico para este film que se estrena en España con una frase hecha, más burlona y propia del gremio de hostelería: No molestar.
El guión es una adaptación de la obra teatral del dramaturgo Florian Zeller, llevada a la escena con éxito en Francia, interpretada por un grupo de actores, elenco que ha cambiado al completo para su traslación al cine. Si sobre las tablas el protagonista era Fabrice Luchini -el profesor de En la casa– en pantalla le toma el relevo el famosísimo Christian Clavier –Los visitantes-. Una opción interesante para realizar un producto que pueda unir tanto a los espectadores que acudieran a verla en un escenario, como a los que desconozcan la obra del todo. Como es el caso de nuestro país, ya que todavía no se encuentra publicado el libro de Zeller en España. Y tampoco se ha representado en ningún teatro, a escala profesional al menos. Los puntos de interés para que pasen por taquilla los espectadores españoles, son la presencia de Rossy de Palma en un papel importante, la sirvienta del matrimonio protagonista. El mencionado Clavier en otro papel después de la taquillera Dios mío, ¿pero qué te hemos hecho?, acompañado por conocidos secundarios como Carole Bouquet. Además de estos incentivos, la película se sostiene por el buen trabajo de Patrice Leconte, cuya última película estrenada en salas fue Mi mejor amigo, en el año 2006. La promesa, de 2013, se proyectó en el Festival Internacional de Cine de Gijón de ese mismo año. Mientras que Guerra de misses (2008) una comedia con suficiente interés y gracia para haber llegado a estrenarse en cines, salió directamente al mercado de video doméstico.
El veterano director de casi una treintena de films en cuatro décadas, regresa al terreno del humor con No molestar, una comedia planteada desde la primera secuencia, apoyada por varias escenas añadidas al texto original y rodadas en exteriores de París. Allí se presenta a Michel, un dentista que compra un disco de un músico de jazz prácticamente olvidado. Su objetivo será escuchar el L.P. pero varios personajes y situaciones sorprendentes le impiden su misión. Realmente se trata de un mcguffin en toda regla, porque el disco y su ejecutor son una invención creada para la obra teatral. Resulta peculiar que un elemento narrativo más propio del cine de suspense sirva para generar el efecto sorpresa que requiere la comedia, en este caso. Pasada la presentación del film, toda la historia se desarrolla en el edificio donde vive el matrimonio protagonista, en su mayor parte dentro del salón de ellos y varias habitaciones. Durante un período cronológico de una hora y cuarto de tiempo, aproximadamente, que sucede a tiempo real. Nos hallamos ante una historia que cumple la unidad de lugar, tiempo y acción, algo tan antiguo y útil como son las reglas de Aristóteles.
Sin embargo lo más estimulante es la inspiración que ya impregnaba el texto de base y que Leconte, director del film, impulsa sin disimulo. Esta inspiración proviene de la tradición cómica francesa con Molière como guía y su obra El avaro como el patrón que marca todos los sucesos. El protagonista compone un personaje aborrecible y egoísta que resulta simpático y atractivo por la fuerza y convicción de Christian Clavier, impulsado por un reparto que lo refuerza con cada réplica y evoluciona junto a él. Quizás menos creíble en el caso del joven que interpreta a su hijo, el personaje más arquetípico del conjunto. En un extraño giro de guión todos los implicados en la película parecen más interesados en ejecutar una creación al estilo del dramaturgo universal del siglo XVII. Por eso el resultado es mucho mejor en cuanto a entretenimiento y humor.
Leconte impone un ritmo dinámico a las entradas y salidas de Michel, el protagonista, en sus encuentros con los demás personajes. Usa acciones paralelas que se suceden sin estridencias y con un buen uso de la dilatación temporal. Otorga algo de profundidad a personajes que apenas aparecen unos minutos en escena, dando especial importancia y lucimiento al vecino cotilla, a la asistenta española del hogar y a la amante de Michel.
Con todos esos elementos y una capacidad narrativa más visual que argumental, amplificada porque el director es también el primer operador y prácticamente escribe con la cámara. Así, Patrice Leconte es responsable de un largometraje que sobre el papel se preveía igual a éxitos recientes del cine galo, y a una temática, ya con cierto desgaste, en cuanto a la comedia de equívocos o incluso del sainete, pero en versión francesa.
El autor –sí, podemos llamarlo autor- ofrece una película que supera su oferta, trata sin gravedad aunque con respeto y convicción temas como la inmigración ilegal, la pobreza, la corrupción, el desencanto e incluso la vejez. Sin afectación ni moralidad, solo con la sabiduría y honestidad que le da saber que no se puede tratar un ensayo sesudo sobre aquellos temas en solo ochenta minutos, pero que sí enfocarlos de forma breve y certera. Igual que la visión, tan inocente como malvada, del personaje de la niña filipina hacia el protagonista, una escena en la que el valor de los primeros planos y dos miradas dicen mucho más que cualquier diálogo o discurso acerca de la necesidad del prójimo y la empatía.