Le Jean-Luc
Vivir un festival supone también sumergirse en una experiencia de contrastes, que a menudo enriquecen y engrandecen lo visto. Tras el éxtasis provocado en la jornada del lunes por la proyección en 3D de Adiós al lenguaje, con todos los billetes vendidos y que eclipsó el resto de actividades del día, la llegada del martes nos dejó una de esas valiosas e imperfectas gemas que resplandecen con mayor fuerza en un marco de este tipo. En el otro extremo de la –justificada– expectación que despierta el estreno en Madrid de un Costa o un Godard, eventos con un público de fidelidad asegurada, no éramos muchos los congregados para ver el único pase de la ruandesa Things of the Aimless Wanderer, una de las variopintas apuestas de la Sección Oficial. Algo del todo esperado, pero curioso en tanto que ambas, salvando las notorias diferencias entre autores, hacen una utilización casi suicida de las peculiaridades del lenguaje cinematográfico, pervirtiendo sus convencionalismos para también mostrarlo en su más pura esencia.
En el acercamiento a una película de características tan peculiares, producida en un país de cuya cinematografía no teníamos noticia alguna –su director, Kivu Ruhorahoza, es pionero en la realización de largos a escala local–, ha de imperar la cautela. Tras unos primeros minutos imponentes, en los que sin diálogos y a través de la fusión del laborioso paisaje sonoro con el buen hacer fotográfico se presenta una escena colonialista, todas las claves narrativas que creíamos poseer se funden en un mosaico intrincado e incompleto, que plantea varias hipótesis en torno a un suceso de temporalidad y física mutables. Por encima de la brecha cultural que impide descifrar gran parte de su discurso, el principal atractivo de Things of the Aimless Wanderer es el que nos enfrenta a un cine novedoso y plagado de incógnitas, que apenas guarda similitudes sustanciales con nada que hayamos visto previamente. Unas imágenes puras y sensoriales que parecen renunciar con orgullo a la traducción simultánea para el público occidental, consiguiendo el efecto deseado en una obra que precisamente versa sobre la posibilidad –o no– de la dominación cultural y la capacidad para comprender el África profunda desde la atalaya de nuestra supuesta superioridad moral, aunque, como aquí sucede, sólo nos encontremos habilitados para ver la punta del iceberg. La de Ruhorahoza es una de esas obras que parecen esperar agazapadas a ser descubiertas por espectadores ávidos de un cine, esta vez pronunciando ambas palabras sin que nadie pueda ruborizarse, radical y diferente.
También resulta curioso, e incluso tal vez algo paradójico, que en un festival cuyo planteamiento es descubrir obras que innoven narrativa y formalmente, se proyecte en su sección oficial una película de las características de Theeb, que mira hacia el pasado de una manera absolutamente rigurosa con una aventura ambientada en la Arabia de 1916 en pleno avance del ejército británico contra los otomanos. La historia esta vez no está contada desde el punto de vista de los soldados ingleses ni habla de batallas entre las tropas o de los motivos, sino desde la perspectiva de un niño que todavía no es capaz de entender quién es ese hombre blanco al que hay que guiar hacia un pozo. El debutante Naji Abu Nowar cuenta la odisea del joven Theeb que acompañando a su hermano a través del desierto para llevar al soldado inglés hasta su destino, se ve inmerso en una contienda de la que tendrá que aprender a sobrevivir por sus propios medios. Utilizando los patrones del cine de aventuras del Hollywood clásico, Nowar recurre también a la manera de describir la naturaleza intimista del hombre (en este caso del niño) en contraposición con el amplio entorno en el que se encuentran que caracteriza el cine de David Lean, a quien claramente homenajea rodando en los mismos parajes en los que éste rodara Lawrence de Arabia, al mismo tiempo que crea un híbrido entre la estructura del western más clásico y la recreación en los detalles y la cadencia del tiempo a lo Sergio Leone. Theeb es una rareza dentro de la programación de Filmadrid, pero una rareza que nos retrotrae a la epicidad de un cine que hace mucho tiempo que no tenía un sucesor tan fiel a sus principios.