Gélido distanciamiento fraternal.
El cine islandés de autor, moviéndose por espacios rurales acoplando la gélida y fría naturaleza de su entorno a sus filmes, parece estar afianzándose en nuestro país. Y es que si en el pasado mes de septiembre Rúnar Rúnarsson (ya conocido por Volcán, 2011) se hizo con la Concha de Oro por la bella y desoladoramente sensible Sparrows, poco después su compatriota Grímur Hákonarson se coronó con la Espiga de Oro en la SEMINCI de Valladolid por la obra que hoy nos atañe, Rams (El valle de los carneros).
La frialdad que se respira en la atmósfera del largometraje no se contagia, sino que vive intrínsecamente ligada al comportamiento de sus habitantes. Lejos del sur urbanita, una generación ya mayor, que ve cómo los pocos jóvenes aún residentes huyen de allí en pos de un futuro mejor y que no tiene más compañía que la de sus propios carneros, a los que cuidan casi como a animales domésticos e incluso llevan a un concurso, ve sus relaciones personales casi truncadas por el carácter inherente de su propio temperamento.
La efusividad de los triunfos se refleja con sequedad, o cuanto menos, con menos júbilo del que se viviría en cualquier sitio menos apartado del círculo polar ártico. No es de extrañar entonces que los dos hermanos protagonistas del filme lleven cuarenta años sin hablarse, incluso siendo ambos el único vecino del otro y teniéndose que ver las caras cada día compartiendo oficio. Es un acierto de guion en su parte no reducirse a abrir cierta intriga entre rencillas familiares sino dignarse a observar atentamente la resolución de unos actos que cambian de pleno sus vidas y les obligan, bajo su propia involuntariedad, a interactuar entre ambos.
Los cielos grisáceos, el absoluto abandono a la naturaleza más adversa y el frío sirven de intermediarios en una historia que a su vez juega a relacionar la terquedad de lo viejo con la irrefrenable llegada de lo nuevo. Los veterinarios encargados de subsanar todos los temas relacionados con la enfermedad de los carneros se antojarán desde los ojos de los autóctonos como una amenaza, una orden impuesta desde quien casi desprecian por su sabiduría y estudios y cuya autoridad se ven obligados a achacar. ¿O no? Ante la falta de entendimiento resurge la fuerza de la voluntad, y este parece ser el único punto que puede llegar a acercar posturas entre dos maneras de entender el funcionamiento de las cosas desde un prisma fraternal.
Alejándose de la sensiblería de Una historia verdadera (David Lynch, 1999) pero sin dejar de lado una música que acaba por hacerse reiterativa e innecesaria, Rams (El valle de los carneros) confecciona un conflicto entre hermanos que se caracteriza por la incomunicación, albergando diferentes sentimientos desde la incomprensión, la rabia o la pena, pero siempre ligado al hierático estatismo facial de los dos protagonistas. Ayuda a dinamizar esta relación el uso ocasional del humor negro, que resulta potente, impactante y otorga tensión trepidante en la aceleración de la acción dramática. Y es el cultivo de todas estas alteraciones en su forma de vida corriente que generan una tormenta final en la que tanto la nieve, la llegada inminente de los veterinarios así como el orgullo de criaderos y el amor que sienten por el linaje de sus animales, colisionan en una aventura resolutiva que utiliza la adversidad con tal de regalarnos el plano más bello, tanto en la forma como en el fondo, de un filme que a veces se mantiene irregular y en otras distante, pero que finalmente acaba por ofrecer una escena muy poderosa que muy pocas películas pueden lograr. Una pena la indiferencia que irradia en algunos tramos y que a su vez se hace tan necesaria para articular la esencia del filme.