30 de marzo de 2024

Críticas: Los tres reyes malos

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Resacón en Nochebuena.

Una de las películas más navideñas de este año no tiene vocación sentimental, a pesar de que pulse resortes sensibles en algunos momentos. Tampoco parece solo un encargo de una productora para estas fechas, porque está coescrita y dirigida por el mismo responsable, Jonathan Levine. Aunque el material promocional y los carteles desprendan color y alegría, ni siquiera está recomendada para todos los públicos. Los tres reyes malos juega al despiste desde su concepto hasta su proyección en las pantallas. En una comedia, al menos, esto cuenta a su favor.

Tres viejos amigos, de caracteres opuestos y con situaciones personales diversas, celebran la Nochebuena recorriendo bares, karaokes y otros lugares. Este año puede que sea la última ocasión de juntarse en su rito navideño y quieren despedirse a lo grande. Jonathan Levine es un director, guionista y productor que tiene tan poca suerte con la distribución de sus films como con las traducciones de sus títulos en España. Su primer largometraje del 2006, proyectado en el Festival de Sitges del mismo año, se llamó aquí Seducción mortal, una libre interpretación comercial del original All the boys love Mandy Lane (Todos los chicos aman a Mandy Lane). Los dos siguientes films, The Wackness y 50/50, no llegaron a estrenarse en nuestro país. Pero el más conocido, el cuarto, retitulado Memorias de un zombi adolescente, es el resultado de una interpretación libre de Warm Bodies, que podría haberse traducido como Cadáveres calientes o frescos o recientes. Por esta regla no escrita de lograr títulos con gancho comercial que solo consiguen disuadir a gran parte del público potencial, estamos analizando ahora Los tres reyes malos o -como se podría llamar realmente- La noche anterior / La noche previa / Nochebuena. ¿Acaso no serían buenos reclamos para traducir el original inglés The Night Before?

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Misterios del marketing aparte, nos encontramos con una comedia con un alto índice de publicidad en su metraje, sobre todo en grandes cantidades de bebida energética, la del búfalo rojo, aunque usada con acierto en dos secuencias del film. Acompañada de menciones a un teléfono móvil provisto de cámara de alta resolución, también de la casa productora. Así como un papel principal de la cantante y actriz Miley Cyrus, porque lo suyo no es un cameo, sino un papel en toda regla, con un peso importante de su tema musical más emblemático, Wrecking Ball. A diferencia de otras películas en las que la publicidad nos llega como si fuera spam, en esta ocasión es usada como material narrativo, otro aspecto favorable para una comedia.

Pagados estos peajes, ¿qué es lo que aporta Los tres reyes malos en el panorama de la comedia contemporánea? La respuesta es: nada nuevo. Tampoco es un factor que pueda exigirse al grueso del cine comercial estrenado en salas, plataformas digitales y televisiones. El film es una producción solvente que no engaña en sus intenciones ni en sus resultados. Está realizada con buen ritmo, una narración lineal salpicada por un flashback prescindible y contada con nitidez humorística. En el humor se parece más a los chistes de las comedias de situación y comedias de éxito recientes, que a las gracias más trabajadas y complicadas de la neocomedia o nuevas variantes del género.

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Lejos del desenfreno y del buen uso de la elipsis de Resacón en Las Vegas –un precedente claro en el horizonte- Los tres reyes malos se presenta como una película gamberra de alcance adolescente. A esa edad nos hubiera hecho más gracia, quizás. Pero es capaz de conseguir buenos golpes desde el momento que se separan los tres personajes, sobre todo con las secuencias de Isaac (Seth Rogen) un futuro padre primerizo, judío y atiborrado de drogas ante un belén navideño y en la iglesia que se oficia la misa del Gallo, así como en sus chats sexuales y otras enajenaciones transitorias, dando un repaso autoparódico a los mismos personajes que lleva interpretando el mismo actor, durante más de una década, en su filmografía.

De igual manera merecen la pena las secuencias del extrovertido Chris (Anthony Mackie) un jugador de fútbol americano en su última etapa, obsesionado por los fans y su imagen en las redes sociales, cargado de anabolizantes que le ayudan en su carrera deportiva, un personaje que proporciona las mejores críticas al sistema de éxito actual. El que sale peor parado por el carácter taciturno e introvertido de su papel es Joseph Gordon-Levitt, el contrapunto triste de los anteriores. También destacan Jillian Bell como la mujer católica y comprensiva de Isaac, e Illana Glazer con su repentina fan y duende traviesa. O el inspirado Michael Shannon como camello filósofo y fantasma de las navidades pasadas, presentes y futuras.

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Más allá de las referencias a Cuento de Navidad de Charles Dickens, destacan los referentes cinematográficos que maneja el director. Con una historia que sucede durante la Nochebuena casi en su totalidad, se intuye cierta querencia por el estilo de directores norteamericanos de los años setenta y ochenta, con John Landis a la cabeza. Evidentemente estos modelos le quedan grandes a Jonathan Levine, que no puede llegar a la afinación de films que se desarrollan en una sola noche mediante los encuentros y desencuentros de sus personajes, films como pueden ser Cuando llega la noche del mismo Landis, o American Graffiti de George Lucas. La diferencia cualitativa es notoria, y más si se tiene en cuenta a la hora de incluir citas a películas antiguas. John Landis siempre introducía alguna pantalla de televisión o cine con secuencias clásicas como fondo narrativo, sin distraer la atención, ayudando a que avanzase la acción. Jonathan Levine, en cambio las copia, pega y comenta mediante los diálogos de algún personaje, eliminando el efecto de broma que tienen los insertos calcados de Jungla de cristal, Big y Solo en casa, entre otras. Mientras que Lucas o Landis lanzaban guiños al espectador, Levine nos golpea el hombro repetidamente. Tampoco logra el tono agridulce que sí conseguían los autores citados en sus films más emblemáticos, capaces de dotar de romanticismo sus propuestas, frente a la sensación de resaca y garrafón de la película actual.

De todas formas Los tres reyes malos funciona como un producto entretenido al que no hay que buscar más trascendencia, con una alegría impropia al mostrar la ingestión y búsqueda de drogas, al menos para ser una producción mediana de la industria yanqui. Y que adolece en el tratamiento mítico de su propuesta festiva. Sin lugar a dudas lo que les sucede a los protagonistas del film no es muy distinto a cualquier noche de viernes o sábado de nuestra juventud.

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