20 de abril de 2024

Festival de San Sebastián 2017: Borg/McEnroe y Morir

Grandes películas en el ecuador del 65SSIFF.

“It’s no accident, I think, that tennis uses the language of life. Advantage, service, fault, break, love, the basic elements of tennis are those of everyday existence, because every match is a life in miniature”. André Agassi

Cada partido es una vida en miniatura…esa es la esencia de la cinta Borg/McEnroe de Janus Metz que se ha proyectado en la sección Perlas. Es el segundo largo del realizador danés y viene de verse en el Festival de Toronto.

El film se centra en la recreación del partido de la final de Wimbledon de 1980 en la que por primera vez se enfrentaban Borg (interpretado por Sverrir Gudnason) y McEnroe (interpretado por Shia LaBeouf). Borg jugaba para conquistar su quinto Wimbledon y era todo un caballero en la pista y McEnroe era la primera vez que llegaba a la final del torneo, estaba empezando a despuntar en su carrera profesional y era L’enfant terrible del mundillo. Borg la templanza y el hielo sobre la pista. McEnroe el desenfreno y el fuego. Borg, jugador de fondo de pista, es como un mazo. McEnroe, jugador se saque y volea, es como un estilete. Son la cara y la cruz de una misma moneda.

No obstante, el trabajo de Metz no es una mera recreación de uno de los partidos de la historia del tenis, sino que indaga en cómo llega cada jugador a ser lo que es a lo largo del tiempo. Desde su niñez con sus sueños e ilusiones hasta convertirse en lo que son en ese partido de 1980. Borg, a pesar de su juventud, en ese momento tiene 24 años, es un veterano del circuito. De hecho, fue el jugador más joven en debutar en el equipo de Copa Davis de su país (lo hace con 15 años ganando el partido). Su problema residía en su autoexigencia y sus ansias de querer ganar siempre, lo que le hacía perder los estribos con bastante frecuencia. Esto es lo que corrige en su carácter hasta convertirse en el “hombre de hielo” del tenis del momento. McEnroe, por su parte, se siente presionado por su padre en los estudios, el tenis… y usa su temperamento como vía de escape ante esas presiones paternas.

Ambos personajes están muy bien retratados e interpretados por los actores, pero hay que reconocer que Shia LaBeouf contaba con cierta ventaja ya que es como si se interpretase a sí mismo… A ambos les unía el deseo de jugar y el amor por el tenis y tan solo les separaba su rivalidad en la pista. Tal y como reza la cita de Agassi, otro grande del tenis, que aparece sobreimpresionada en el inicio de la cinta, “cada partido es una vida en miniatura” y este desde luego que lo fue.

En resumen, es una buena peli tanto para los amantes del tenis, como para los no iniciados y que además ha gustado mucho por tierras donostiarras.

Morir

Continuamos con la Sección Oficial, aunque esta vez la película que os comento se encuentra dentro de las Proyecciones a Especiales y por tanto no compite por los premios, cosa que no me cabe en la cabeza porque es, sin duda, lo mejor que he visto en Sección Oficial. Se trata de Morir, de Fernando Franco. Con su anterior film, La herida (2013), que sí se presentó en la Sección Oficial a concurso del Festival de esa edición y obtuvo el Premio Especial del Jurado (además de Goyas y multitud de premios más tanto nacionales como internacionales), Fernando Franco, que debutaba como director, ya nos dejó una tarjeta de presentación sobrecogedora. Morir, es su segundo largometraje y, a pesar de que el listón estaba muy alto, Fernando Franco ha sabido mantenerlo. El guion es del propio Fernando Franco y Coral Cruz y está basado en la novela homónima de Arthur Schnitzler.

En esta ocasión nos cuenta la historia de una pareja interpretada por Marian Álvarez y Andrés Gertrúdix, ambos colaboraron con él en su anterior proyecto, que tiene que enfrentarse a una enfermedad terminal. La cinta nos habla, sobre todo, del dolor y de toda una serie de sentimientos que le acompañan: la culpa, el miedo, la soledad, la incomprensión. Nos muestra como la enfermedad puede arrasar con todo a su paso, no solo con la propia persona enferma. Es una película incómoda, porque no podía ser de otra manera ya que ver la muerte resulta incómodo. Nadie quiere verla, y mucho menos cerca, si te toca que sea de lejos. Y el triángulo formado por sus dos protagonistas y el director nos sumerge de lleno en esos sitios en los que no queremos estar, en esas verdades incómodas, en esas cosas que no queremos sentir. Al mismo tiempo también nos enseña que lo normal (si es que hay algo normal en como siente cada uno el dolor) es sentirse así en esas situaciones tan límite.

Para esta inmersión Fernando, como ya hiciera en su anterior película, coloca la cámara encima de los actores y no se separa de ellos. Tú (la cámara) vas con ellos donde ellos van y sientes lo que ellos sienten. No les deja respirar, salvo en las elipsis que hace con fundidos a negro que se mantienen durante 2 o 3 segundos para dejarnos soltar aire, para prepararnos para el siguiente paso. Porque sí, hay que prepararse, soltar aire y volver a cogerlo para poder seguir adelante. Cuando termina la cinta, tú estás vacío, agotado, y que consigan provocar emociones de esa intensidad es una de las cosas por las que yo adoro el cine. Para mí, de lo mejor que he visto en todo el Festival. Poco más que añadir.

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