Primera crónica de Filmadrid con el Foco Endless Nights.
A pesar de que en la edición pasada del festival no hubo ningún Foco a la altura de los ofrecidos en las dos primeras –¿qué son Deborah Stratman, Fred Kelemen o Joao Pedro Rodrigues al lado de Lav Diaz, Júlio Bressane o Boris Lehman?–, es natural depositar cada año las más altas expectativas en esta sección del certamen, que tiende a recopilar algunas de las obras más relevantes de los cineastas escogidos y a contar con la presencia de los mismos para presentarlas y responder a las preguntas de los asistentes en coloquios posteriores a los visionados. En la cuarta edición del festival los programadores han optado por descubrir(nos) el cine de Tonino de Bernardi, Raquel Chalfi y Khalik Allah, autores tan diferentes entre sí como desconocidos para el público, en lo que ha resultado ser una maniobra arriesgada pero también un tanto decepcionante. Afortunadamente –y siguiendo la ruta abierta el año pasado con el primer ciclo temático, ‘Comedia y absurdo en el cine iraní’–, Filmadrid tenía un as guardado en la manga: el Foco ‘Endless Nights’, escaparate de títulos que permite explorar diferentes representaciones cinematográficas de la noche.
Dentro del Foco pudimos disfrutar de películas realmente dispares, ejemplificando así las infinitas posibilidades que puede presentar una jornada nocturna cualquiera. Violated Angels, de Kôji Wakamatsu, se inspira en la matanza real llevada a cabo por Richard Speck en 1966, que entró una noche en una residencia de jóvenes enfermeras y terminó asesinándolas a todas en juego macabro y agónico. O al menos esa es la idea que transmite este –a día de hoy– trasnochado ejercicio de estilo, subversivo a la hora de representar en pantalla las atrocidades cometidas pero insultantemente ridículo e infantil cuando innecesariamente penetra en la psicología del asesino para tratar de entender aquello que no puede ser explicado con palabras. Todo lo contrario ocurre en Noite Vazia, donde una pareja de amigos y un par de prostitutas revelan a lo largo de una inacabable noche su vacío existencial. El brasileño Walter Hugo Khouri rompe paralelamente las expectativas de los personajes y del espectador, en un interesante juego de máscaras que acaba por desmontar ese constructo social que son los roles de género. No obstante, el filme queda en algo anecdótico por su cercanía en el tiempo con La noche, de Michelangelo Antonioni, a la que debe tantas cosas que no sería un error decir que existe gracias a ella, siendo además un trabajo insignificante en comparación con la obra maestra del italiano.
Dejamos ahora el blanco y negro de las obras anteriores para adentrarnos en tres noches donde el color toma un papel fundamental. La imperfecta pero fascinante Nuit de chien nos sumerge en una noche de lo más misteriosa donde no deja de asomar un posible resurgimiento del fascismo, en un trayecto onírico y delirante que, contra todo pronóstico –los intereses y las formas de su director habían mutado notablemente por aquel entonces–, contiene algunas de las grandes preocupaciones del cine de Werner Schroeter. Por otra parte, encontramos dos asombrosos títulos –ambos enormemente representativos del cine de sus autoras– entre los que es tan fácil trazar paralelismos como establecer diferencias. Si Claire Denis en Viernes noche –una de las mejores películas y sin ninguna duda la más luminosa de cuantas ha dirigido– filma los cuerpos y atrapa los gestos más genuinos a través de precisos y elegantes movimientos de cámara o de violentos pero necesarios cortes de montaje, Chantal Akerman logra lo mismo o algo muy parecido en Toute une nuit gracias a la observación y a la dilatación del tiempo. Dos sensibilidades y estilos tan dispares alcanzan una emoción igual de verdadera y deslumbrante. Probablemente las dos proyecciones más especiales y superlativas de esta edición de Filmadrid.