El árbol de la discordia.
Islandia, ese país idílico a ojos del resto del mundo. Sostenible, democrático y civilizado como pocos y envidia de aquellos que vivimos inmersos en sociedades pasionales y constantemente indignadas por cada mínimo detalle de quien tenemos enfrente, o en la puerta de al lado. Pero la perfección no existe e incluso entre los habitantes de tan impecable ciudadanía encontramos, según Hafsteinn Gunnar Sigurðsson, personalidades tan “retorcidas” como las que pueblan su nueva película: Buenos vecinos.
La idiotez como punto de partida. La nimiedad como punto de inflexión. La perversidad como punto de no retorno.
La ya maltrecha e insípida relación entre Agnes y Atli, una pareja joven padres de una niña, termina de desmoronarse cuando él decide una noche jugar con fuego de forma tan ridículamente absurda que, al mismo tiempo que provoca en el espectador la risa por el patetismo que destila, en Agnes detona una rabia probablemente ya latente por la que echa a su pareja de casa y le impide volver a ver a su hija.
La trama avanza en paralelo al conflicto matrimonial entre la pareja, quienes a su vez conviven en un edificio con vecinos en permanente conflicto por las molestias que causa una pareja cuyos gritos y lenguaje al mantener relaciones sexuales escandalizan a los más pacatos, y los padres de Atli que viven en un barrio residencial y cuyo majestuoso árbol provoca un enfrentamiento con la pareja del adosado colindante. Bajo el árbol – título original del film, por cierto – subyacen los verdaderos motivos que impulsan a Inga, madre de Atli y principal instigadora de todas las disputas con el árbol como excusa. La envidia, la no aceptación y frustración ante su propia decadencia tanto mental como física y, por encima de todo, una tragedia familiar que no ha sido capaz de superar, desatan en Inga un comportamiento rallando en la psicopatía que ni su propia familia es capaz de entender.
Se da la circunstancia de que en los dos conflictos que transcurren en paralelo en Buenos Vecinos son las mujeres las que llevan todo el peso de los mismos: Agnes es quien echa de su casa y de su vida a Atli, Eybjorg es quien se queja de que el árbol de los vecinos le quita el sol e Inga es quien, mediante su lengua viperina y sus actos deleznables, provoca que todos esos conflictos deriven en una espiral de violencia que, irremediablemente, acaba por afectar de lleno y exclusivamente a los hombres. Éstos, por su parte, son dibujados por como meras comparsas, rayando incluso en lo patético como en el caso de Atli, sin intentar zanjar civilizadamente los enfrentamientos hasta que ya es demasiado tarde.
El drama – los diferentes dramas que se dan cita en el film – se torna en comedia negra en los momentos más salvajes, un humor incómodo que sin duda aporta un recurso efectivo y positivo en estos tiempos de la ofensa global. Todo ello aderezado con el tono de thriller con el que narra Hafsteinn Gunnar Sigurðsson y que apoya con la inquietante banda sonora de Daníel Bjarnason. Buenos vecinos peca sin embargo de cierta previsibilidad en su desenlace que no por ello deja de ser el más coherente que podría tener.