25 de abril de 2024

Críticas: Genezis

Los estragos de la ultraderecha.

Desde hace unos años a nadie se le escapa que Hungría se ha convertido en un país sumido en los idearios de la ultraderecha. Sin ir más lejos, el primer ministro del país, el conservador Viktor Orbán, cuenta con la mayoría absoluta en el parlamento, que utiliza con nepotismo para, por ejemplo, controlar la libertad de expresión de la prensa. Su ideario euroescéptico, de tendencia autocrática y basado en el populismo, no podía dejar pasar la oportunidad de crear un enemigo común sobre el que colocar todas las culpas de los males del país. Como en tantos otros países —sin ir más lejos, basta con pensar en el giro hacia la ultraderecha que se ha dado en Brasil hace apenas un mes, con la victoria de Jair Bolsonaro—, el miedo y el odio al inmigrante se ha propagado como la peste, infectando a buena parte de la población —todo ello a pesar de que los propios inmigrantes han llegado a manifestar que su destino nunca ha sido Hungría, pues aspiran a llegar a zonas más al norte y oeste del continente. Imágenes como la de la periodista magiar Petra László zancadilleando a inmigrantes que trataban de cruzar la frontera con Serbia para entrar a su país ya forman parte del imaginario colectivo como uno de los ejemplos más lamentables de cómo en Europa estamos gestionando la crisis migratoria.

Pero, dentro de la gravedad, aportaría cierto consuelo sentir que, al menos, las minorías étnicas que forman parte de la sociedad húngara viven en paz y armonía con el grueso de la población. Obviamente, nada de esto es cierto. El principal de estos colectivos es el de los gitanos, que, según datos de 2011, conforman alrededor del 6% de la población, y está lejos de ser aceptado por la mayoría. Según el artículo La tragedia diaria de los gitanos en Hungría, lo normal es que el desempleo roce el 50% entre dicho grupo social, y en algunas zonas del país alcanza el 100%. Pero las dificultades no se limitan a la falta de integración, sino que también se involucra el racismo. A fin de cuentas, los gitanos también son ese Otro al que culpar por los males del país, por lo que, como cabe esperar en esta coyuntura, la tensión y el conflicto son habituales. Durante la primera década de los 2000 era habitual que diariamente en algún lugar del país marchara un grupo neofascista por las zonas romaníes de alguna ciudad húngara, y, aunque actualmente la situación se encuentra algo más sosegada, tras la intervención del gobierno, que prohibió dichas movilizaciones, durante 2008 y 2009 se sucedieron una serie de ataques racistas. Uno de ellos, que aconteció el 23 de febrero de 2009, es la base de la cinta a analizar.

La piedra angular sobre la que se construye Genezis es dicho ataque neonazi que sufrió una familia gitana, en el que murieron buena parte de los integrantes de la misma. El director y guionista Árpád Bogdán, quien pertenece a dicha etnia, adapta el suceso en su segundo largometraje. La cinta narra tres historias independientes que giran en torno al citado suceso, que sirve como puente para que los tres relatos se crucen. La primera de ellas es la de la familia romaní; la segunda se centra en una adolescente cuyo novio ha estado involucrado en el ataque; y la tercera narra la vida de una abogada que se enfrenta al dilema de decidir si defiende al joven, quien, aunque no ha matado a nadie durante el asalto, ha estado directamente involucrado en el mismo. Los tres relatos se basan en la visión que se ofrece de la familia en la Biblia, con importantes menciones a la muerte y al (re)nacimiento, a través de un metafórico uso del fuego y el agua.

Si el ataque es el punto de partida para el desarrollo del proyecto, la escena que lo adapta es la clave de la cinta, y lo es tanto en la forma como en el fondo. Como ya se ha descrito, se trata de la escena que cataliza el desarrollo de las tres historias y que finalmente las entrecruza, pero también es fundamental desde el punto de vista de la puesta en escena. Aunque correcta, con un estilo que encaja con facilidad en la parrilla de programación de cualquier festival de prestigio internacional, a lo largo de las dos horas de metraje el relato no se desliga de los estándares de representación del drama humano. Sin embargo, la narración se eleva en la escena del ataque. Como si fuera la única parte de su labor de realización en la que Bogdán estuviera realmente interesado, en este momento es cuando se atisba un verdadero ejercicio de autoría, que se plasma a través de su capacidad para desligarse de convencionalismos y buscar una mirada propia en su aproximación al horror. Sin llegar al virtuosismo o la reformulación de recursos estilísticos, el autor opta por un plano secuencia para narrar el ataque a la chabola, que se filma desde el interior, lo que convierte el hogar en un auténtico infierno, en el que, gracias al certero uso del fuera de campo, la tensión se dispara al no saber cuál será el siguiente ataque ni por dónde vendrá.

Se podría establecer con facilidad una comparación de estilos entre el del director de Genezis y el que mostraba Alejandro González Iñárritu en sus primeras obras, aunque, no obstante, aparecen otras tantas diferencias que deben señalarse. Desde el punto de vista del guion, la presencia de historias independientes que se cruzan de manera fortuita a través de un suceso violento es uno de la de las similitudes que llaman la atención con mayor rapidez. A su vez, el tono melodramático del relato, con momentos de gran intensidad emocional, es otro de los parecidos que se podrían señalar. En el caso del filme a analizar, se muestra una Hungría sumida en la desesperanza y la carencia de oportunidades, un mundo gris en el que el odio y la violencia están a la orden del día. Por su parte, la diferencia fundamental entre el director húngaro y el mexicano reside en el montaje: mientras Iñárritu siempre ha destacado por intercalar escenas de las diferentes historias a lo largo del metraje, Bogdán opta por contar su historia como capítulos independientes que se narran en bloque. Por último, el tono, aunque similar, no deja de ser suficientemente distinto como para puntualizarlo. Es cierto que la historia opta por el desencanto, solo matizado por unas gotas de cierta esperanza en el final, pero la narración prefiere la contención al exceso y los aspavientos, al contrario de lo que caracterizaba al autor de las emocionalmente extenuantes Amores perros o 21 gramos. Habiendo, por tanto, suficientes similitudes como para que tenga sentido establecer la comparación, quizás en última instancia también sea apropiado sacar la misma conclusión para ambas maneras de hacer cine: aunque haya virtudes a destacar en ambos autores, optar por el golpe de efecto no suele ser la manera más adecuada de desarrollar una historia que aspira a ser compleja.

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