De lo salvaje a lo masculino.
Juegos en el barro y en el agua del lago. Los primeros besos y amores. El verano de un grupo de niños, la felicidad del tiempo libre inacabable, la inocencia en las relaciones personales y la total despreocupación por el porvenir. No hay problemas más allá de los enfados efímeros entre unos y otros. En paralelo, un grupo de granjeros doman a toros bravos preparados para las corridas. Probablemente sea el animal más salvaje en cautividad. Su ferocidad es apabullante, también descorazonadora. Su ensañamiento con un caballo es poco apto para aprensivos. Todo este largo prólogo, entre el candor de los infantes y la bestialidad de los toros, para enarbolar a continuación una disección del matrimonio. Carlos Reygadas plantea un Secretos del matrimonio de Bergman en clave metafísica y como un ejercicio auto expiatorio, pues el protagonista es interpretado por él mismo.
Hay películas cocinadas a fuego lento que a poco a poco van calando hondo y luego hay otras cuyo desconcierto acapara durante todo su metraje y no es hasta en los títulos de crédito finales o al cabo de unas horas, una vez uno replantea el conjunto, que todo se advierte distinto. La última obra del mexicano Carlos Reygadas forma parte de este segundo grupo porque en Nuestro tiempo propone un relato alegórico entre lo humano y lo salvaje, lo masculino y lo violento, los miedos internos y las bajas pasiones. Casi tres horas de duración en las que la primera de ellas y sus quince últimos minutos aparentemente parecen estar desconectadas del relato central.
No obstante, todas estas aristas forman parte de un todo en contraposición (los niños) o en sentido metafórico (los toros) con la exploración de la fragilidad masculina y el estudio en el sino de las relaciones matrimoniales. Esta última es la parte más narrativa y convencional, también la de mayor peso, y aunque resulte reiterativa y poco novedosa, la importancia de las aspiraciones de Reygadas radica en el dibujo de este marco de referencias y líneas cruzadas. No hay redención posible ni atisbo de esperanza en el descenso a los infiernos del protagonista, su testarudez y acumulación de temores y frustraciones le impiden salir de su propio pozo, de su miseria sentimental. En cambio, por su cuenta, la mujer encuentra en la liberación su mejor herramienta para escalar posiciones en el podio de la –supuesta- felicidad.
Nuestro tiempo es cine libre, lo contrario al personaje de Reygadas, condenado en su prisión interior. Una película sin corsés de ningún tipo, contemplativa en lo espacial y minuciosa en los detalles que definen a los personajes. El cineasta se recrea en la puesta en escena, a medio camino entre lo caprichoso y lo audaz, como en el magnífico plano cenital que desvela una panorámica de México D. F. desde la belleza y la constatación de lo pequeños que resultamos ante un entorno hostil e inabarcable. Tras esa crónica de la crisis de pareja y la lucha férrea de ambos por acariciar su perfecto estado de felicidad, Reygadas sacude de nuevo al espectador con un tercer acto atípico, fraguado en las consideraciones plasmadas en su primera hora para concluir que no hay nada más animal, salvaje y carnal que el deseo humano y su instinto de protección, violento y temeroso. Nuestro tiempo no es redonda, su estructura narrativa y las ambiciones aspiraciones artísticas de su autor resultan molestas en ocasiones, pero en su conjunto es una película plagada de ideas interesantes que remueven al espectador tras su visionado. No todas son capaces de lograr este cometido.