23 de abril de 2024

Críticas: Cafarnaúm

Pobreza artística ante la tremenda miseria.

No dar crédito a las imágenes que se proyectan en la pantalla y no ser capaz de adivinar hasta donde está dispuesta a llegar su directora para lograr el beneplácito (las lágrimas y la conciencia occidental) del público. Cafarnaúm, la última película de Nadine Labaki, tiene la nada meritoria virtud de cumplir estas dos sonrojantes propiedades. ¿Tratado contra la miseria infantil o execrable relato de pornografía sentimental? En vistas de lo brevemente expuesto, sin lugar a dudas, la segunda opción. El tono moralizante, la mirada autoconsciente de su autora y la esperpéntica dramatización (cámara lenta y música) del viaje de Zain, el niño protagonista, son de las peores cualidades atribuibles a una obra artística.

La cineasta libanesa cae de cuatro patas en todas ellas y es probable que no haya sido por un cúmulo de malas decisiones, al contrario, todas las teclas habrán estado rigurosamente premeditadas para dar con la fórmula exacta de primero de sensiblería. La imagen de la película es la de Zain, un niño de doce años que deambula por las calles de su ciudad para huir de sus padres. Reniega de ellos, incluso los denuncia ante un tribunal por «darme la vida». La mayor parte del metraje se centra en las penurias del pequeño en su mendicidad, ahí Cafarnaúm es como un documental dramatizado, sin estridencias ni trucos de sentimentalismo. Nadine Labaki se muestra hábil en este acercamiento a la historia, no obstante, el conjunto es lastrado por su tendencia a la porno miseria y al aleccionamiento hacia el espectador occidental.

Si la película es absolutamente deleznable es por la mirada de autosuficiencia de Nadine Labaki con la historia de su propia obra. La directora se guarda el papel de abogada de Zain en la cruzada judicial de éste con sus padres. El rostro de ella, cómo mira a los progenitores y sus frases declamatorias son la viva imagen del maniqueísmo imperante y las lecciones de vida que pretende escupir a toda costa. Paralelamente, todo el tercer acto se regocija en un montaje a base de acciones ridículas de los personajes, el empleo de la cámara lenta y el in crescendo de partituras musicales que buscan desesperadamente la lágrima fácil. Jugar la carta de la miseria infantil no es suficiente, parece indispensable usar las armas cinematográficas más toscas para conquistar el corazón de los espectadores tras partírselo en dos mitades.

Algunos articulistas tildan de «cínicos» a aquellos que no comulgamos con el filme de Labaki y sus intenciones (no entran en argumentar el buen uso o no de las técnicas cinematográficas para lograr sus propósitos), pero podríamos responder que ellos se dejan llevar por sus emociones más primarias y ser entusiastas de la sensiblería sin entrar a valorar la obra artística. No obstante, en el terreno de la disputa servidor no va a entrar, pero sí me permitiréis reparar en unas líneas de esta reseña, en torno a una polémica surgida los últimos días en las redes sociales: ¿son los haters de Cafarnaúm mayoritariamente hombres por el hecho de estar dirigida por una mujer? Polémica absurda donde las haya en la que tampoco pretendo ahondar demasiado, tan solo apuntar que he criticado con la misma vehemencia y acritud la porno miseria y sensiblería de Cafarnaúm que la de Tan fuerte, tan cerca de Stephen Daldry, The Blind Side de John Lee Hancock o La voz dormida de Benito Zambrano. Un artículo de estas características quizás no sea el lugar adecuado para hacerse eco de este tipo de debates, disculpen queridos lectores, pero tras argumentar mi animadversión por la propuesta de Labaki quería dejar claro a potenciales nuevos lectores que el género del autor nunca será motivo de verter más o menos cariño o desprecio a su obra fílmica.

Cafarnaúm podría definirse con una frase usada estos días en la política española: “cuánto peor, mejor”. Nadine Labaki sorprende –para mal- hasta el último segundo de la película: congela a Zain, con gesto risueño, mueca feliz, durante varios segundos. Otro truco más de la sensiblería barata para remover conciencias y romper el corazón. Así pues, la directora libanesa está más cerca de haber dirigido un spot de Save The Children de dos horas que una película de denuncia social y fracasa estrepitosamente en la forma y el fondo mientras ofrece un festival de pornografía sentimental.

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