25 de abril de 2024

In Treatment y Homecoming

Analizamos las series In Treatment y Homecoming.

Resulta especialmente significativo que ya en 1969 la filósofa alemana Hannah Arendt pronosticara la difícil desaparición de la guerra como principal herramienta de arbitraje final entre conflictos. Si mas no, mientras que la violencia no deje de asociarse de manera equívoca a la idea de soberanía de Estado, es decir, como la reivindicación de un poder ilimitado en los asuntos exteriores de cualquier país. El siglo XX, tal y como pronosticó Lenin, se ha convertido así en un siglo de guerras y revoluciones, en las que la propia evolución tecnológica ha perfeccionado el uso de la violencia hacia un escenario sin precedentes. La guerra o la amenaza de ella, se fundamenta ahora en una nueva estrategia en la que la victoria ya no radica en el ejército más poderoso sino aquel que posea las mejores herramientas para combatirlas, a saber, armas químicas o atómicas. Este cambio de paradigma ha configurado un mapamundi impredecible que demanda el establecimiento de nuevas reglas de juego capaces de adaptarse al panorama bélico tan voluble que vivimos.

En este aspecto, el filósofo norteamericano Noam Chomsky propone un nuevo modelo de intervencionismo en el que el grupo de “estados ilustrados” (entre los que se encuentra Estados Unidos) gozará de carta blanca para poder intervenir por medio de la fuerza cuando lo considere oportuno con el objetivo de salvaguardar las garantías de la democracia. A saber qué entienden dichos estados ilustrados por “garantías de democracia”. Kosovo ha sido el primer conflicto de este nuevo modelo basado en una “guerra de valores”, donde el intervencionismo de las potencias, en especial de los Estados Unidos, ayudó a frenar la limpieza étnica de miles de kosovares. Dejando de lado las posibles valoraciones de este nuevo modelo, es evidente que la propuesta de Chosmky dista mucho de convertirse en una solución viable, más teniendo en cuenta los intereses económicos que subyacen bajo cualquier conflicto armado. Entonces, ¿qué solución hay a la guerra? Ninguna, afirma la filósofa neoyorquina Susan Sontag, ni siquiera para los pacifistas. Intentar evitar el genocidio y llevar a juicio a las personas que violen las leyes de la guerra son como mucho las únicas aspiraciones realistas a nuestro alcance. Los nuevos conflictos armados pasan ahora por la diplomacia y el diálogo (en su mejor escenario) o el intervencionismo de Chomsky en última instancia, algo en lo que Estados Unidos ha jugado un papel determinante.

Ser espectador de las calamidades que tienen lugar en otro país es una experiencia intrínseca de la modernidad, según afirma Susan Sontag. Las imágenes que nos ofrece la vida moderna para contemplar el dolor ajeno se multiplican: noticiarios, prensa escrita, internet, redes sociales… Cuanto más avanza la tecnología, más se recrudecen las imágenes que esta nos muestra. En esta tesitura, la ausencia de imágenes se vuelve la excepción a la norma, un ejercicio muy estimulante que encontramos en nuevas ficciones televisivas contemporáneas como In Treatment de HBO y Homecoming de Amazon Prime. Dichos dramas proponen revisar las anti imágenes de la guerra. La posguerra y sus devastadoras consecuencias a través de sendas sesiones psiquiátricas con soldados que han sido víctimas de una operación militar. Tampoco parece casual que los protagonistas de ambas ficciones sean hombres, algo que ya identificó Virginia Woolf en su libro Tres Guineas: “la máquina de matar tiene sexo y es masculino”. Dejando de lado las cuestiones de género, lo que me parece especialmente relevante de ambas propuestas es el ejercicio de dicha revisión de la guerra desde la perspectiva de una producción norteamericana. La imagen de la gloria del soldado no solo desaparece, sino que se dinamita y se borra (de manera real y metafórica). Aunque ambos soldados acuden a terapia para verbalizar su experiencia y recuperar de nuevo su vida, es imposible. La imagen (ausente y a la vez presente) de la guerra los ha engullido para siempre. No hay posibilidad de reafirmación para ellos si no es a través de la aniquilación, ya sea física, como en el caso de In Treatment, o mental, como en Homecoming. A continuación analizaremos como esas imágenes, ese dolor de los demás del que habla Susan Sontag, son tratadas por la ficción televisiva americana y cómo dichas propuestas sugieren un repulsivo punto de inicio hacia una reflexión más ontológica sobre las huellas de la guerra.

Alex (Blair Underwood) y Paul (Gabriel Byrne) en In Treatment

En el segundo episodio de In Treatment, el primero de la trama de Alex (Blair Underwood), este le pregunta a su psicólogo Paul (Gabriel Byrne), “si le reconoce”. Paul, sorprendido ante la pregunta, le responde que no. Esta frase, formulada durante los primeros cinco minutos del episodio, resulta especialmente reveladora. “¿Me reconoces?, vuelve a insistir Alex. Parece un acto arrogante y atrevido, incluso vanidoso. No obstante, la necesidad de reafirmación se hace evidente: necesito que valides mi valor, mi gesta bélica. La necesidad de reafirmación de la que hablaba Virginia Woolf en Tres Guineas “en la lucha hay una gloria, una necesidad y una satisfacción para los hombres que las mujeres no comparten”, cobra especial importancia en In Treatment. El personaje de Alex se presenta como una máquina bien configurada por “el sistema”, a saber, si se refiere al sistema militar estadounidense o al de la guerra en general. Parece que la culpa sea del otro, de los demás. Alex recibió unas órdenes y las ejecutó, fin del tema. De hecho, él mismo confiesa que si no hubiera disparado la bomba sobre la escuela “se hubiera metido en problemas con sus superiores”. ¿Acaso son más importantes las órdenes de un grupo de militares que la vida de 16 niños y niñas inocentes? Lo interesante de este personaje es que no se cuestiona el origen de la acción (el intervencionismo americano del que hablaba Chomsky), sino su necesidad de volver al lugar de los hechos. A la necesidad, y volvemos a subrayar la importancia de esta palabra en nuestra disertación, de recrear la escena ante sus ojos. Paul, escandalizado por la propuesta, le pide a Alex que reconsidere la idea de ir a Bagdad, teniendo en cuenta que existe una recompensa por su cabeza. Alex le responde que nadie logrará reconocerle (resulta curioso que en ese momento el mecanismo funcione a la inversa, ya no hay una voluntad de reconocimiento sino de interés por el anonimato) y decide coger el avión hacia el lugar de la tragedia. En la siguiente sesión Alex le cuenta a Paul su experiencia: “no he sentido nada. Miraba a los ojos de todas esas personas que me odiaban y no sentí nada”. No obstante, entre la multitud un hombre sí le reconoció y le apuntó con el dedo. Le hizo conocedor del dolor que había causado en los demás, algo que Alex no reconoce hasta bien entrada la terapia.

En el otro lado de la navaja encontramos a Walter Cruz (Stephan James), un joven soldado que acude al Homecoming Transitional Support Center con el objetivo de recuperar su vida. Allí, Heidi Bergman (Julia Roberts) le da una cálida bienvenida: “Antes de nada, permíteme agradecerle en nombre del presidente y de una agradecida nación, su inestimable servicio. Le agradecemos el mantenernos a salvo”. No es gratuito que Homecoming abra su primer capítulo con una nueva declaración de intenciones, una nueva reafirmación de la gesta del soldado y de su condición de salvador o protector de la nación, como si todavía eso fuera necesario en los tiempos que corren. El centro Homecoming proporciona al soldado un entorno de confort para reinsertar a los juguetes rotos que vuelven de la guerra. No obstante, y como veremos a medida que avanza la serie, la única solución que propone dicho centro es el olvido, la extracción de la imagen de la guerra. Es más fácil olvidar que prevenir si tenemos en cuenta el carácter de estado ilustrado de Estados Unidos: jamás abandonará el campo de batalla. De esta manera, el “sistema” del que hablaba Alex en In Treatment hace su trabajo, que pasa por la construcción de una máquina lobotomizadora que, lejos de reintegrar a los soldados, los devuelve a la guerra una vez les ha borrado sus recuerdos mediante la ingesta de fármacos. El sistema ya no se preocupa por el individuo, es más, lo elimina dentro del mismo. Una vez que los soldados traumatizados regresan a casa no hay más opción que reconfigurarlos si quieren servir de algo para el país. El sistema quiere que vayas a la guerra, cumplas con tus obligaciones (sean de la índole que sean) y regreses con la mente fresca para una nueva misión. Pero incluso la máquina más perfecta como es Alex se resquebraja bajo la apariencia de una estabilidad ficticia que se manifiesta en una obsesión por el control, ya sea durante las sesiones con Paul o fuera de ellas.

Walter Cruz (Stephan James) y Heidi Bergman (Julia Roberts) en Homecoming

Alex acude a Paul pidiéndole una única respuesta: ¿debe volver al lugar en el que lanzó la bomba? Esta pregunta parece ser una invitación directa al espectador, que se posicionará rápidamente del lado pacifista. Pero a medida que avanza la trama, tanto en In Treatment como en Homecoming, vemos que la guerra no es cosa de bandos. Es algo mucho más profundo que procede de las primitivas patologías del ser humano como es la necesidad de estabilidad y de control. Metafóricamente, Alex compara esta idea con la expresión “mantener los ojos en tus instrumentos” que se enseña a los cadetes en las clases de aviación y que le hacen verbalizar por primera vez que es un asesino. Los maltrechos soldados ya no tienen a quien les diga lo que tienen que hacer y por ello se encuentran perdidos. Necesitan una nueva educación emocional que les ayude a reconducir sus prioridades, alguien que les diga qué deben hacer. En el caso de Alex es Paul, al que acude obligado para poder recuperar su puesto en el ejército. Por su parte, Walter no desea volver al campo de batalla y está convencido de lo que debe hacer: “Yo sé por qué estoy aquí”, afirma Walter, “el resto de chicos volvieron a casa y empezaron a hacer muchas cosas, pero tenían problemas. Y yo no quiero terminar como ellos. Estoy deseoso de encontrar una vida.” Parece curioso que, de un modo u otro, tanto Walter como Alex estén pidiendo lo mismo: recuperar su vida. Es en este drama (contenido) en el que el espectador encontrará la empatía, el reconocimiento que tanto anhelan esos hombres y que necesitan para poder sobrevivir.

“¿Qué opinas de lo que hice?”, le pregunta Alex a Paul. Una nueva invitación al espectador para que se posicione, ahora que conocemos más detalles de la historia y nos inclinemos hacia uno de los bandos. Paul responde que debe ser difícil convivir con ello a lo que Alex sentencia “piensas que soy un asesino. Pero hay cosas que no tienen respuesta, no se pueden explicar. Las cosas son como son: 16 niños muertos y enterrados en ese edificio.” ¿Será que hemos llegado a ese punto? ¿Será que la ficción se ha quedado sin imágenes, sin palabras y sin personajes para poder describir los horrores de la guerra? Ya no valen terapias ni centros de reinserción como los que propone Homecoming, la guerra no tiene remedio, ni se puede reparar a los que regresan de ella. Las imágenes se acumulan en guiones que buscan una nueva revisión de la violencia y las atrocidades bélicas, pero no las hay. Lo único que podemos hacer es intentar humanizar a esas pobres víctimas y títeres de un sistema perpetrado por aquellos estados ilustrados para los que la guerra sigue siendo la primera opción.

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