29 de marzo de 2024

Festival de San Sebastián 2019: La hija de un ladrón y La inocencia

Tiempo para óperas primas patrias en el 67SSIFF.

El cine español en las últimas ediciones ha tenido una fuerte representación en el Zinemaldia con algunas de las mejores películas de la cosecha anual. En la última jornada se han presentado dos óperas primas de dos jóvenes directores fogueadas en el mundo del cortometraje: Belén Funes y Lucía Alemany. La primera ha logrado la inmensa fortuna de estar seleccionada en la Sección Oficial y competir por la Concha de Oro con su notabilísimo debut La hija de un ladrón. Podría seguir los pasos de Fernando Franco que, en 2013 con su deslumbrante primera película, La herida, logró dos premios del palmarés. Méritos a la película no le faltan, sobre todo, una posible Concha de Plata a la mejor actriz para Greta Fernández.

Greta es Sara, una joven madre de 22 años, que siempre ha estado sola ante la adversidad, una superviviente en un mundo a la contra. Una chica «normal», tal y como se define en una entrevista de trabajo, que aspira a conseguir esa normalidad que todos persiguen. La supuesta estabilidad social que todos deben ostentar. Su ideal es formar una familia con su hermano menor y con el padre de su hijo, pero la reaparición de su padre tras salir de la cárcel tambalea su ya de por si voluble presente. La cineasta debutante presenta, en Sara, a una superheroína del extrarradio barcelonés a la que sigue en sus altibajos, en sus vías de escape (la fiesta de despedida con su compañera de piso), en sus anhelos (su nueva posición laboral) y en sus emociones más puras (el amor por su hijo, hermano y ex novio). Lo mejor de este retrato es la ausencia total de crueldad y podredumbre, por encima de todo, hay humanidad y realismo sin la claustrofobia agónica de los Dardenne (la influencia más diáfana del film) ni el tremendismo condenatorio de Ken Loach.

En cierto modo, Belén Funes tampoco incide demasiado en la denuncia social, evidentemente, está presente, pero relegada a un segundo plano. Lo primordial en La hija de un ladrón es la sensación de vacío de pertenencia de Sara, físico y emocional. Se ve arrastrada a convivir en casas de acogida, a no poder arraigar su vida en un lugar concreto, a cambiar de compañeros de piso con la misma velocidad que termina de emitirse la temporada de una serie de televisión. Por otra parte, emprende una cruzada para obtener la custodia de su hermano y alejarlo de la mala influencia de su padre, nunca presentado como un monstruo, al contrario, pero sí como un vividor y fracasado que nunca cambiará, ni por el futuro de sus hijos. Funes, en este sentido, también acierta plenamente en prescindir de cualquier tipo juicio de valor en sus personajes. El sorprendente debut de la directora barcelonesa está sustentado en buena parte en la excelente interpretación de Greta Fernández, una actriz que demuestra más tablas en cada nuevo trabajo. En su conjunto, el reparto es sobresaliente, destacando el veterano Eduard Fernández, padre en la ficción y en la vida real de Greta, que brinda un secundario con mucha miga y con más convicción y talento que su Millán-Astray en Mientras dure la guerra de Amenábar. La hija de un ladrón es el pistoletazo de salida a una prometedora carrera, la de Belén Funes en el largometraje que, sin ser nada descabellado, ya tiene medio Goya a la mejor dirección novel en el bolsillo.

La inocencia

Sin una ópera prima tan rotunda, pero mostrando suficientes mimbres detrás de las cámaras, Lucía Alemany ha presentado La inocencia, su primera película que aspira al Premio de la Juventud y al galardón del Jurado de la sección New Directors. Un coming of-age muy resolutivo, amoldado en los lugares comunes de este tipo de historias y erigido en torno a la carismática Lis, la protagonista interpretada con mucha lucidez y naturalidad por la debutante Carmen Arrufat. Ella es una joven adolescente, residente en un pueblo de València, que sueña con trasladarse a Barcelona para estudiar en una escuela de circo. No lo tiene nada fácil con la oposición férrea de su tiránico padre, la madre vive subyugada a un matrimonio que soporta por el bienestar de sus hijas. Entre tanto, Lis disfruta del verano con sus amigas y a hurtadillas con su novio, mayor que ella. Los problemas crecen cuando su secreta relación amorosa trae consigo un embarazo no deseado.

Lo más destacable de La inocencia es la mirada honesta de la joven directora hacia su protagonista, sus vivencias, sus temores y sus sentimientos. La película transpira mucha veracidad en todos sus sustratos, seguramente a raíz de focalizar la ópera prima en la propia experiencia, tal y como Lucía Alemany ha asegurado desde la producción inicial, y así evitar centrar su primer largometraje en un tema que podría superar la propia presión de un debut. La adolescencia es una etapa vital a menudo muy idealizada y, por tanto, poco fidedigna en ficciones, sus responsables olvidan como era realmente convivir con uno mismo y los allegados. La joven directora sí muestra autenticidad en el microcosmos de Lis, sobre todo, en cuanto a la relación con sus amigas, sus padres y las contradicciones internas en unos meses de cambios relevantes y de auto conocimiento.

No obstante, La inocencia no brilla en ninguno de sus aspectos ni tampoco muestra nada distinto ni de forma distinta; eso sí, estamos ante una ópera prima donde la profundidad y la franqueza son sus señas de identidad, dos cualidades que no consiguen todos los cineastas en sus retratos de personajes. Por último, volver a destacar el gran acierto de casting que ha sido encontrar a Carmen Arrufat, una debutante que logra eclipsar a los siempre estupendos Sergi López y Laia Marull. En definitiva, dos ópera primas del cine español que arrojan luz con nuevas miradas y ponen su granito de arena en la lucha por tener a más mujeres directoras estrenando finalmente sus películas.

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