25 de abril de 2024

Festival de San Sebastián 2021: Crónica 1

Un año más, volvemos al Zinemaldi.

La 69ª edición del Festival de San Sebastián ha empezado con muy buen pie, al menos, en comparación con los filmes inaugurales de los últimos años. La cinta seleccionada para dar el pistoletazo de salida ha sido Un segundo, el nuevo trabajo de uno de los grandes cineastas orientales de las últimas décadas: Zhang Yimou. A través de la relación entre un convicto fugado de un campo de trabajo durante la Revolución Cultural y una niña vagabunda, el director brinda su personal carta de amor al cine, con las señas de identidad de su filmografía y con una metáfora (nada sutil) sobre el poder del arte por encima de la censura del Estado. Los dos protagonistas quieren el mismo carrete de película. Él para ver a su hija en la gran pantalla (y tener la imagen para siempre) al ser cazada en un informativo; ella para obtener luz en la oscuridad de la pobreza y los tiempos de férrea dictadura.

Lástima que Yimou no termine de encontrar el tono y la película tarde en encontrar el rumbo idóneo para contar lo realmente importante y esto va en detrimento del conjunto, la emoción nunca aflora y tenía mimbres para ello. De hecho, uno no puede evitar pensar en la inmortal Cinema Paradiso, aunque Yimou no use los trucos lacrimógenos de aquella y lo que en el filme italiano es una relación de amor un tanto tóxica, aquí es una inusual relación de amistad (casi paterno-filial) entre estas dos almas perdidas, unidas por un fotograma. El poder iluminador del cine. Zhang Yimou, como tantos directores antes, ha rodado su particular mirada al séptimo arte, en su filmografía el camino era como vehículo de crítica al régimen chino y la censura en la libertad creativa. La imagen cinematográfica, un segundo, como escaparate de todo lo que el arte, en este caso el cine, puede unir. En este sentido, la fábula es preciosa; el conjunto es un sólido drama y un trabajo menor de Yimou.

Competencia oficial

Por otro lado, la sección Perlak se ha inaugurado con el nuevo trabajo de los argentinos Gastón Duprat y Mariano Cohn: Competencia oficial. Ellos dos también han optado por un ejercicio de metacine, en este caso, mucho más jocoso, divertido y profundamente feroz en torno al ego en la profesión del actor y la industria del cine en general. Penélope Cruz encarna a la cineasta Lola Cuevas, personaje icónico desde ya y una de las mejores interpretaciones de su carrera en un rol muy distinto a sus trabajos previos. Cruz se mimetiza con esta prestigiosa cineasta con una naturalidad pasmosa y evitando en todo momento la caricatura. Su personaje recibe el encargo de adaptar la novela de un Premio Nobel, de la cual quiere hacer una versión libérrima y unir a dos de los actores más destacados del momento: uno la megaestrella con reconocimiento mundial y protagonista de superproducciones de Hollywood (el personaje de Antonio Banderas), el otro, el actor de prestigio de toda la vida, más prodigado en el teatro y reacio a la fama (el personaje de Óscar Martínez). La lucha de egos está servida para empezar una competición en las nueve jornadas de ensayo previas al inicio del rodaje.

Lola Cuevas tiene unos métodos poco inusuales para preparar a sus intérpretes y que se adueñen de sus personajes. O quizás es muy realista y hay cineastas cuyas prácticas difieren más bien poco. Quizás Competencia oficial más que una parodia o comedia sobre el mundo del cine es un retrato cruel y afilado de la realidad de la industria del cine. En cualquier caso es un notable divertimento, un deleite para los cinéfilos y un espejo desternillante para todo aquel que se dedique a la profesión cinematográfica. Si bien la película termina redundando en su artefacto humorístico y puede llegar a parecer una sucesión de gags por las risas, también lo es que su mensaje central es tan potente y está tan bien hilado con el trío protagonista y su perverso desenlace, que el conjunto es notable. Ya solo por el recital interpretativo de los tres protagonistas y la ferocidad de su finísimo guion, Competencia oficial es, pese a su irregularidad, imprescindible.

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