18 de abril de 2025

Crítica: The Brutalist – Monumental construcción en torno al poder

The Brutalist

Monumental construcción en torno al poder

Con The Brutalist, Brady Corbet reafirma su lugar como un cineasta que no teme a la grandilocuencia ni a la provocación. Esta obra ambiciosa y deliberadamente monumental parece un reflejo directo del brutalismo arquitectónico que evoca: severa, imponente, y con una voluntad casi dictatorial de hacerse sentir. Por ello él es un maestro a la hora de contar cómo se forja un líder fascista. Ya lo hizo en La infancia de un líder, una película mucho más personal y seguramente más perfecta, su ópera prima como director. Porque Brady Corbet fue actor y era conocido por ello. Fue, sin ir más lejos, uno de los dos desalmados que hacían la vida imposible a una familia burguesa en el Funny games original del gran Michael Haneke.

Volviendo a The brutalist, la película, como el estilo que alude, no admite indiferencias; se impone con la seguridad de quien cree estar construyendo algo perdurable. Las interpretaciones sostienen esta catedral cinematográfica con una solidez envidiable. Adrien Brody, en su mejor desempeño desde El pianista, despliega una vulnerabilidad austera que recuerda que nunca debió caer de ese podio de los mejores actores de su generación.

Felicity Jones, por su parte, podría estar firmando el papel de su vida, conjugando una fortaleza conmovedora con una fragilidad que la hace profundamente humana. Y Guy Pearce, impecable, dibuja una composición personal y potente de una intensidad sobria que refuerza la atmósfera densa del relato.

The Brutalist

Corbet dirige con una meticulosidad que raya en lo obsesivo. Cada plano está diseñado como un bloque esencial de una estructura más grande; nada parece estar al azar, y el resultado es tan impresionante como agotador. La composición de cada imagen está cuidadosamente pensada y su trabajo descansa en tres pilares fundamentales para la película: El montaje, donde cada pieza está colocada para que la cinta no sea haga densa y excesivamente larga; La fotografía, de una belleza severa, refuerza esta sensación de monumentalidad, mientras que la banda sonora, de una riqueza casi operática, eleva las emociones a niveles tan sublimes como desbordantes.

Sin embargo, incluso las catedrales tienen grietas. Algunas decisiones de guion resultan discutibles, y aunque no socavan del todo la construcción, introducen ciertas dudas sobre la robustez de la obra. Decisiones de guion quizás pragmáticas, para describir a un personaje perdido, pero innecesarias o incluso a veces inverosímiles. Como que él huya de Europa, del fatalismo, de la guerra, hacia la Tierra prometida americana, y lo primero que haga en tierra americana, sea irse de putas, aunque su mujer y su sobrina se hayan quedado en Europa asediadas y quizás muertas, porque no sabemos nada de su sino.

Además, la utilización de inteligencia artificial en ciertos aspectos creativos, plantea cuestiones éticas que, como poco, generan incomodidad. Esos elementos no destruyen la experiencia, pero son suficientes para preguntarse si The Brutalist aspira a más de lo que puede sostener.

The Brutalist

Con sus 215 minutos, divididos en dos actos con un interludio de 15 minutos, la película exige tanto del espectador como promete recompensar. No obstante, su impacto depende en gran medida del contexto en que se vea. Difícilmente puede disfrutarse igual en un festival como la Seminci, rodeados de otras 35 propuestas, que en un pase exclusivo en un cine donde su magnitud cobra todo su sentido. Porque, no nos engañemos, este es un film pensado para ser visto en pantalla grande; su esplendor simplemente no puede ser reducido a un formato menor.

The Brutalist es una obra que no pide permiso para existir ni busca el consenso. Su audacia, su exceso y su ambición desmedida son a la vez sus mayores virtudes y sus defectos. Una experiencia que merece ser vivida, pero que, como cualquier coloso, no se inclina ante nadie.

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